Después de haber dado cobertura a las noticias sobre el Medio Oriente durante toda mi vida adulta, estoy viendo el surgimiento de algunas tendencias que nunca había visto.
Desde las calles de Beirut hasta las calles de Bagdad, pasando por las calles de todo Irán, las personas del Medio Oriente exigen ser tratadas como ciudadanas con derechos y no solo como miembros de una secta o una tribu con pasiones que se puedan manipular. Además, están exigiendo instituciones que no sean corruptas —un Estado profundo— y un Estado de derecho, no solo el Estado arbitrario de las milicias, los mafiosos y los autócratas.
Y justo cuando la gente del Medio Oriente exige ser tratada como ciudadana —no sunita ni chiíta—, los estadounidenses están involucionando para convertirse en sunitas y chiítas o, como nosotros les llamamos, demócratas y republicanos, con la misma mentalidad tribal de gobierna o muere.
Lo peor es que el Partido Republicano ha elevado al mismo tipo de autócrata del cual la gente del Medio Oriente intenta deshacerse. Nuestro sultán es igual a uno de los suyos: le rehúye al Estado de derecho, impulsa un culto a la personalidad mediante sus propios medios de comunicación dirigidos por el Estado, se rodea de aduladores, estafadores y entusiastas de las conspiraciones, y denuncia a nuestro Estado profundo profesional —sus burócratas, diplomáticos y funcionarios del Ejército— por intentar aprisionarlo con nuestro sistema constitucional de controles y contrapesos de 230 años de antigüedad.
Quién lo hubiera imaginado. Nos estamos convirtiendo en ellos justo cuando ellos quieren convertirse en nosotros… o en lo que solíamos ser.
La otra tendencia que veo es el impactante contraste entre el antiguo objetivo de la política del Medio Oriente en Líbano, Siria, Irak, Libia y Yemen, y el objetivo que está buscando la gente común de esos países.
Durante años, los máximos líderes milicianos y jefes de los partidos sunitas y chiitas han manipulado las identidades sectarias y tribales de las bases para consolidarse en el poder y convertirse en los agentes que deciden quién obtiene los empleos y los contratos. Sin embargo, en algunos de esos países ha ocurrido un giro impresionante en todo el flujo político. Ha pasado de ser un conflicto generalizado entre sunitas y chiitas a uno en el que los sunitas y chiitas aúnan fuerzas en contra de todos los líderes en la cima.
Últimamente, leemos cosas increíbles que provienen de abajo. Christine McCaffray van den Toorn escribió lo siguiente en Al-Monitor.com el 22 de noviembre para describir la escena en la plaza Tahrir de Bagdad, el epicentro de las manifestaciones a favor de un Estado civil y no sectario en Irak:
“Los manifestantes están tomando su país, el que les fue arrebatado violentamente por un gobierno corrupto. Al hacerlo, reafirman su identidad iraquí de la manera más positiva. Incluso han montado puestos de control inversos que les dan la bienvenida a los ciudadanos, pero excluyen a las Fuerzas Armadas. Las comunidades se entremezclan; diferentes sectores de la sociedad están hombro con hombro. El patriotismo vibra en todo su esplendor. Las banderas iraquíes se encuentran por todos lados. Las mujeres tienen una gran visibilidad. Hay un claro rechazo al sectarismo, a medida que se enfatiza la identidad ‘iraquí’. Todos se ayudan los unos a los otros como pueden: con dinero, chaperones, atención médica, internet. Incluso hay un servicio de lavandería”.
McCaffray van den Toorn agrega que en otras partes el ingenio de los iraquíes emerge desde el fondo: “Hay empresas emergentes, entre ellas una versión iraquí de Amazon, un servicio de entrega de alimentos, espacios de oficinas compartidas y cafeterías culturales, que han crecido gracias a que no están al alcance del gobierno. No escasea el talento ni la determinación para crear oportunidades en áreas en las que ha fallado el gobierno. Agrupaciones independientes de la sociedad civil, organizaciones juveniles y de mujeres han logrado un gran avance”.
Un joven abogado libanés, que es mi amigo, me describió lo que sucede en Beirut:
“Este es el momento de ‘Somos el pueblo’ de Líbano. Las manifestaciones son inmensas, en todas las regiones, en todas las sectas y en contra de todos los partidos políticos (sin excepción). También son de una espontaneidad abrumadora y los manifestantes se oponen a todo el sistema político sectario de Líbano, lo cual les da credibilidad a las protestas frente a la mirada de la población. Solo se elevan banderas libanesas en las manifestaciones: no hay ninguna bandera partidista ni ningún símbolo sectario. Una de las principales consignas en las manifestaciones es ‘La gente quiere un Estado civil’”.
Estos movimientos son genuinos e inspiradores, pero sus probabilidades de llegar al poder siguen siendo remotas, en esencia porque su oponente más importante —la República Islámica de Irán— está listo para arrestar y matar a cuantos manifestantes prodemocráticos sean necesarios con el fin de mantener el control sobre Irak, Siria y Líbano, sin mencionar el de su país. Se podría decir que en la actualidad el régimen clerical de Irán se ha erigido como el principal enemigo de la democracia pluralista en la región. Hay muchos dictadores árabes que reprimen a su propio pueblo, pero Irán lo está haciendo en casa y en otros tres países a la vez.
Irán ha utilizado su milicia chiíta del Hezbolá en Líbano y Siria, y sus Fuerzas de Movilización Popular en Irak para exterminar a todos los movimientos democráticos seculares, y al mismo tiempo, acabar con el levantamiento democrático secular más grande que se haya visto en Irán en los últimos 40 años.
Los ayatolás iraníes incluso tuvieron que interrumpir una buena parte de su propio servicio de internet para evitar que se propagara la rebelión nacional. Desde la invasión estadounidense en Irak en 2002, Irán nunca ha querido que surja una democracia secular, multisectaria y estable en Bagdad, pues eso haría que los chiítas iraníes se preguntaran por qué los chiítas iraquíes podían vivir en libertad y ellos no.
Si el presidente Donald Trump en verdad quisiera usar Twitter para tener un impacto, estaría tuiteando todas las mañanas al líder supremo de Irán: “Oye, líder supremo de Irán, ¿cuál movimiento democrático árabe-musulmán no sectario aplastaste hoy? Es lunes, así que debió ser Líbano. Es martes, entonces Siria. Es miércoles, Irak. Jueves, viernes, sábado y domingo, seguro fue tu propio pueblo”.
Nunca será un buen momento para que un país como Irán reprima movimientos populares en pro de una democracia pluralista, pero ahora es especialmente malo. Estamos en la era de la aceleración. La tecnología, la globalización y el cambio climático se están acelerando al mismo tiempo. El Medio Oriente debe empezar a comportarse como es debido si quiere tener alguna esperanza de prosperar en el siglo XXI.
Si estos países no pueden encontrar un medio para acabar con el control del mal gobierno sectario y no pueden alcanzar el pluralismo político, el pluralismo religioso, el pluralismo de género y el pluralismo educativo, su gente no tendrá ninguna oportunidad de sobrevivir en el siglo XXI, en especial cuando la Madre Naturaleza empiece a golpearlos de verdad. Toda la región podría convertirse en una gigantesca zona de desastre de desarrollo humano, donde todo el mundo buscaría llegar a Europa.
Por su parte, Estados Unidos debe seguir buscando maneras para colaborar con ellos en ese proyecto pluralista, en la medida que quieran nuestra ayuda, con diplomacia creativa, y no solo lavándonos las manos en la región.
Sin embargo, los malos que están en la cima no se irán con facilidad, ni en silencio ni sin derramar sangre. Además, como no habrá una potencia extranjera que lidere el rescate, se necesitarán movimientos masivos sostenibles, organizados y desde abajo —en Líbano, Irak e Irán en particular— para permitir que el futuro entierre al pasado y derrumbe a todos los de arriba que quieren usar el pasado para enterrar el futuro.
Desde el fondo de mi ser deseo que tengan éxito.
*Copyright: 2019 The New York Times Company