SAN NICOLÁS, México — Se desconoce el origen de los inconfundibles diseños plasmados en los elaborados bordados hechos en San Nicolás, un diminuto pueblo en la sierra del centro de México. Pero para Glafira Candelaria José, quien ha bordado esas imágenes toda su vida, solo puede haber una procedencia.
“Diosito”, dijo Candelaria, refiriéndose a Dios de una manera afectuosa.
De verdad parece que una fuerza espiritual anima a las figuras que revolotean por las telas que los artesanos de la comunidad indígena otomí producen en esta zona. Además, muchos de los vívidos diseños están inspirados en el torrente de vegetación y de vida silvestre de la localidad: venados, aves coloridas, pumas y zorros.
Durante las últimas décadas, los artesanos que trabajan en San Nicolás y otros poblados concentrados alrededor del pueblo principal de esa región, Tenango de Doria, en el estado de Hidalgo, han convertido el oficio que ejercían para sobrevivir en una industria artesanal.
Los tenangos, como se les llama a las piezas bordadas, han evolucionado para convertirse en trabajos con infinidad de detalles que llegan a un mercado mundial.
Y también a algunos admiradores no deseados.
Durante los últimos meses, algunas marcas internacionales han publicitado productos con adornos pertenecientes a la iconografía característica de los otomíes, pero sin mencionar que proceden de Tenango de Doria ni que tienen un origen en esta cultura.
El eufemismo que se emplea para lo que sucede es “apropiación cultural”. En los poblados de la localidad, donde los niños comienzan a bordar antes de aprender a leer, la gente le llama plagio.
Pese a su exuberancia, esta parte de México ha sido, en buena medida, ignorada y su herencia, menospreciada. La enorme pobreza obligó a muchos otomíes a migrar a Estados Unidos, la única manera de salir de una infancia de hambre y carencias.
La gente de aquí todavía habla otomí, una lengua tonal indígena, aunque en la mayor parte de la región también se habla español.
“Siempre hemos sido muy marginados por ser indígenas”, señaló Rebeca López Patiño, una artesana del poblado.
Sin embargo, nada ha evitado que sigan bordando con las imágenes exuberantes que ornamentan colchas, tapices, cojines, ropa e incluso aretes.
“Es lo que siempre hemos hecho”, afirmó Angélica Martínez García, de 37 años. “Mi mamá nos despertaba a las cuatro de la mañana para empezar a bordar. Todos los fines de semana vendía un mantel y gracias a eso teníamos suficiente para comer”.
Ahora, la abundancia de imitaciones de su trabajo en todo el mundo ha provocado que la secretaria de Cultura de México escriba cartas severas a las grandes casas de moda y han generado un nuevo debate sobre la forma de proteger la propiedad intelectual de las comunidades indígenas.
Varios artesanos de tenangos han empezado a registrar sus diseños bajo la ley mexicana de derecho de autor. Entre ellos se encuentra Adalberto Flores, quien hace tres años entabló una demanda judicial contra Nestlé por vender una taza de cerámica con imágenes parecidas a las suyas. La compañía negó haber actuado mal y el caso no se ha resuelto.
Mientras tanto, este año, Nestlé ganó un fallo judicial que invalida su registro de derecho de autor.
Este verano, otra empresa, Benetton, utilizó una imagen parecida a las de los tenangos en un traje de baño. La empresa afirmó que el diseño “surgió de una búsqueda en internet” y que “su departamento de productos no sabía acerca del trabajo tradicional de esta comunidad”.
Alma Yuridia Santos Modesto, integrante de un colectivo de artesanos en el poblado cercano de El Dequeña, comentó que la visibilidad que otorgan las marcas globales que emplean los diseños otomíes “le dan mucho más auge a nuestro trabajo”. Pero añadió: “Estaría bien que nos tomaran en cuenta. A lo mejor dándonos un poquito más de trabajo”.
Hace algunos años, su colectivo elaboró bolsas bordadas para Carolina Herrera. Pero en fechas más recientes, la misma casa de modas usó la iconografía de los tenangos en sus colecciones 2020 sin otorgarles ningún crédito. Luego de la queja de la secretaria de Cultura, la empresa dijo que su diseñador “quería demostrar su profundo respeto” por las artesanías mexicanas.
La tradición de los tenangos es nueva para estándares mexicanos, los otomí o hñähñu, como se llaman a sí mismos, desarrollaron esta singular iconografía en los años sesenta.
Marta Turok, una antropóloga y experta en arte folklórico mexicano, dijo que algunas de las imágenes podían haberse derivado de pinturas en cuevas o de representaciones de ceremonias de curación que practican curanderos locales, quienes se cuentan entre los primeros artesanos.
Pero el pueblo otomí ha enriquecido sus diseños con nuevas experiencias, entre ellas la migración, dijo Diana Macho Morales, antropóloga social de la Escuela Nacional de Antropología e Historia que ha llevado a cabo investigación en la comunidad.
Junto a las imágenes estilizadas de flora y fauna, Macho ha encontrado algunas sorpresas: una girafa derivada de una campaña de nutrición del gobierno y al Íncreible Hulk.
Para la mayoría de los artesanos, el vínculo unidireccional con la industria de la moda internacional no es más que una nota al pie, algo que distrae de la verdadera preocupación de cómo ganarse la vida.
Quienes realizan el trabajo pesado de bordar a mano ganan menos de diez dólares por bordar un cuadrado del tamaño de un cojín pequeño. Algunos artesanos, conocidos como “dibujantes”, trazan los diseños en la tela y ganan más. Unos cuantos dibujantes, cuyos diseños se han hecho famosos, sueñan con dar a conocer su trabajo a un público global.
Flores, quien se enfrenta a Nestlé, es dibujante. Solía pasar parte del año trabajando como jardinero en Carolina del Norte. “Me gustaría volver, pero para exponer mi trabajo con una marca y con visa”, dijo.
Ezequiel Vicente José, un profesor retirado, es uno de los mejores dibujantes de la comunidad. Tiene un estilo distintivo y con frecuencia agrega imágenes de actividades humanas a sus diseños: la siembra de maíz, una boda, el Día de los Muertos, “infinidad de cosas”, dijo.
Vicente piensa que que el oficio podría ser de provecho para más personas si los artesanos se unen y se ponen de acuerdo en los precios y en “cómo mejorar el dibujo”.
“No se ha podido por el egoísmo y la envidia” dijo.
Incluso con un enfoque colectivo, los artesanos del pueblo todavía tendrían la limitación de la falta de infraestructura básica. No hay ni un banco en todo el municipio de Tenango de Doria. El camino a San Nicolás está pavimentado pero la mayoría del resto de comunidades están al final de trochas de tierra.
Por ello, muchos artesanos no tienen más remedio que vender a los intermediarios que llegan el día de mercado y fijan los precios.
“Entre nosotros mismos echamos la competencia y baja el precio” dijo López al extender un intrincado mantel que ella había diseñado y bordado y que dijo que debería costar unos 250 dólares. En el mercado de Tenango de Doria le ofrecerían solo 150, dijo.
Pero tal vez la mayor preocupación en el poblado sea cuántas personas de la siguiente generación van a querer seguir con el trabajo de sus padres.
Faustina José, de 43 años, creció en una familia de ocho hijos y todos bordaban. Solo uno de sus cuatro hijos dibuja y borda con ella; los otros tres están en Estados Unidos.
“Ya se está perdiendo”, comentó sobre el oficio que le ayudó a salir de la pobreza. “La gente joven ya no quiere. Prefieren trabajar o estudiar”.