En una parte del mundo que está familiarizada con el conflicto, la dislocación y un extremismo ideológico implacable, Hong Kong desde hace tiempo se había presentado como un oasis de estabilidad.
Ha prosperado a causa de su proximidad con China continental; su cercanía le ha permitido ser la sede de los inversionistas que se benefician con el desarrollo de China, a la vez que se ha mantenido lejos del alcance de la mano autoritaria del Partido Comunista de China.
Ha servido como un puente entre dos potencias rivales que desconfían la una de la otra, Estados Unidos y China. Aunque es territorio chino, esta isla está gobernada por un sistema jurídico heredado de Occidente y está inexorablemente unida al sistema financiero mundial.
No obstante, ahora el estatus de Hong Kong como un territorio neutral entre China continental y el resto del mundo está siendo amenazado por un par de enfrentamientos trascendentales. A medida que el presidente Donald Trump aumenta los aranceles a los productos chinos como parte de su guerra comercial, el valor de Hong Kong como centro para el comercio disminuye. Y a medida que los manifestantes que llenan las calles de Hong Kong acusan a China de violar un acuerdo que se supone que protege las normas democráticas del territorio, la resistencia de su semiautonomía parece estar en duda.
Dada la intensificación de la fricción geopolítica e ideológica entre China y Estados Unidos, algunos dicen que la posibilidad de la existencia de un lugar como Hong Kong está desapareciendo.
“Veremos un Hong Kong diferente”, dijo Lynette H. Ong, experta en China de la Universidad de Toronto. “La razón misma de la existencia de Hong Kong —el Estado de derecho, el respeto a la policía, a las instituciones públicas, el respeto al poder judicial, la burocracia—, todo se ha erosionado”.
El domingo, tres de las principales zonas comerciales de Hong Kong se vieron envueltas en nubes de gas lacrimógeno, mientras decenas de miles de manifestantes prodemocráticos se enfrentaban a la policía en uno de los peores disturbios del territorio desde que comenzaron las protestas. Algunos manifestantes lanzaban bombas incendiarias a la policía. Otros gritaban la consigna: “¡Expulsen al Partido Comunista, liberen a Hong Kong!”.
La protesta fue un abierto desafío al partido apenas dos días antes de que China celebre 70 años de gobierno comunista en el continente. El martes se esperan manifestaciones aún mayores en Hong Kong destinadas a eclipsar las celebraciones en Pekín, lo cual presagia nuevos enfrentamientos con la policía.
Un país, dos sistemas
Hace veintidós años, cuando el Reino Unido entregó su antigua colonia a China, prevaleció un cauto optimismo de que perduraría el estatus especial de Hong Kong. Pekín prometió la adhesión a una doctrina conocida como “un país, dos sistemas” y afirmó que su “objetivo final” era el sufragio universal para elegir al líder del territorio. Prometió que las libertades tradicionales de Hong Kong estarían protegidas durante el próximo medio siglo.
Las encuestas mostraron que la mayoría de los residentes de Hong Kong estaban contentos por la entrega que tuvo lugar el 1.° de julio de 1997. Los líderes empresariales exudaban confianza en que la regulación basada en normas del territorio persistiría, al igual que los tribunales autónomos y la prensa libre e independiente. Hong Kong regresaría a China, pero mantendría su condición de metrópolis abierta y global.
“No hay falta de confianza”, declaró a The New York Times Nellie Fong, socia de la firma de contabilidad estadounidense Arthur Andersen y miembro del Gabinete del gobierno entrante, poco antes de la entrega del territorio. “Lo que el pueblo de Hong Kong va a recuperar el 1.° de julio es su propia identidad”, agregó.
El imperio británico se había apoderado de Hong Kong en 1841 como retribución por una balanza comercial desigual: el Reino Unido compraba grandes cantidades de té y seda a China, mientras que China adquiría poco a cambio. El Reino Unido desplegó su poder naval para obligar a China a aceptar el opio enviado desde la India colonial, y se apoderó de la isla de Hong Kong para usarla como un puesto militar y comercial.
Durante los siguientes 150 años, Hong Kong fue un refugio para los disidentes chinos y para quienes huían de la agitación en China, en especial desde que los comunistas tomaron el poder en 1949. Se convirtió en el eje del comercio entre China y el resto del planeta, con lo que creció hasta transformarse en el puerto más activo del mundo.
Mientras se acercaba el traspaso, China buscaba formar parte de la Organización Mundial del Comercio, una meta que alcanzaría en 2001, obteniendo con ello un mayor acceso a los mercados mundiales. China también estaba preparando a sus principales empresas de propiedad estatal para que se volvieran internacionales. El impresionante puerto de Hong Kong era una vía conveniente para el comercio. Los bancos y las casas comerciales agrupados en sus flamantes rascacielos proporcionaban una manera de asegurar el dinero extranjero.
El optimismo sobre el futuro de Hong Kong se basaba en la idea de que China tendría que respetar sus métodos o arriesgarse a socavar el valor del territorio que iba a recuperar.
En calidad de último gobernador británico de Hong Kong, Chris Patten transfirió oficialmente el poder de vuelta a China, afirmando que los principios de la ciudad eran inmutables.
“Son valores universales”, dijo Patten. “Son los valores del futuro en Asia, así como en el resto del mundo, un futuro en el que las comunidades más felices y ricas, además de las más seguras y estables, también serán las que mejor combinen la libertad política y la libertad económica como lo hacemos hoy“.
Durante un tiempo, estas esperanzas contrapuestas —las del partido y las de Occidente— coexistieron en un delicado estado de estira y afloja, lo cual le permitió a Hong Kong prosperar.
Haciendo a China grandiosa de nuevo
Xi Jinping tenía otras ideas.
Después de que ascendió al poder en 2013, el nuevo presidente chino trajo consigo un cambio profundo en la relación de su país con el mundo. Usó la creciente influencia económica de China como impulso para una política exterior cada vez más poderosa.
Con su liderazgo, China ha buscado dominar nuevos mercados, ha proyectado su poder en todo el mundo y ha redoblado el control del Partido Comunista sobre la esfera política. Ha aplastado a la disidencia, mientras que preside el encarcelamiento masivo de la minoría étnica uigur en la región occidental de Sinkiang. Xi Jinping ha consagrado su pensamiento como la ideología del partido y ha despreciado a la democracia y a la economía liberalizada por considerarlas exportaciones occidentales decadentes.
La vigilancia de Xi contra las amenazas a la autoridad del partido también parece haber alterado la evaluación de Hong Kong realizada por Pekín. Ahora, su valor comercial ha disminuido debido a su potencial como un caldo de cultivo para la peligrosa libertad de expresión y una base de subversión contra el poder del partido en el continente.
“Xi Jinping ha reforzado su control sobre Hong Kong”, mencionó Sally Chan, de 30 años, empleada de la banca de inversión, en una marcha a las oficinas del gobierno durante las manifestaciones del domingo. “El gobierno ahora pasa por alto el Estado de derecho. La brutalidad policial está por todas partes. Tenemos que tener cuidado de no revelar nuestra identidad a la policía“, aseveró.
El valor de Hong Kong también fue objeto de un nuevo escrutinio después de la crisis financiera mundial de 2008. Desde hacía tiempo, banqueros occidentales —algunos con sede en Hong Kong— y funcionarios de Washington habían reprendido a Pekín, advirtiendo sobre la necesidad de que China suspendiera las restricciones a la circulación de dinero. Sin embargo, la crisis puso de manifiesto las deficiencias del sistema occidental.
“El liderazgo actual de Xi Jinping está mucho menos interesado en aprender las lecciones del capitalismo de Hong Kong”, dijo Rana Mitter, director del Centro de China de la Universidad de Oxford. “Ahora ve a Hong Kong como un lugar más anómalo y problemático que necesita orden. Ya no lo ve como la gallina de los huevos de oro“.
La guerra comercial amenaza con menoscabar aún más el estatus de Hong Kong como un centro de comercio. Trump ha exhortado a las empresas estadounidenses a abandonar China y a fabricar sus productos en otros lugares. Los economistas dicen que esas exhortaciones han subido de tono. La economía mundial gira alrededor de dos fuerzas fundamentales: la capacidad insuperable de China para hacer cosas y el apetito insaciable de los estadounidenses por comprar cosas. Sin embargo, incluso un traslado marginal de la producción manufacturera fuera de China arriesgaría el lugar de Hong Kong como centro financiero y logístico.
La economía de Hong Kong ya se está contrayendo debido a temores de una recesión declarada. Fitch Ratings degradó la clasificación crediticia de Hong Kong este mes debido a la preocupación sobre la creciente participación de China en los asuntos de la ciudad. Lo mismo hizo Moody, afirmando que “las protestas en curso revelan una erosión en la fortaleza de las instituciones de Hong Kong” y “socavan los cimientos crediticios de Hong Kong al dañar su atractivo como centro comercial y financiero”.
En Washington, las tendencias autoritarias y las ambiciones globales de Xi han silenciado el debate sobre un compromiso constructivo con China, remplazándolo con advertencias severas de una nueva Guerra Fría. Eso ha reducido el margen para que pueda haber un Hong Kong neutral. Las protestas multitudinarias de los últimos tres meses han empeorado la tensión. Los políticos estadounidenses de los dos partidos principales han expresado su apoyo a los manifestantes, mientras que los funcionarios chinos han devuelto el golpe, acusándolos con rabia de fomentar la violencia en las calles para bloquear el ascenso de China.
Inicialmente, las manifestaciones fueron motivadas por el descontento ocasionado por un proyecto de ley que habría permitido la extradición de presuntos delincuentes a China continental, donde prevalece la opacidad del sistema judicial. No obstante, incluso después de que la jefa ejecutiva de Hong Kong desechó el proyecto de ley, las protestas continuaron con el objetivo más amplio de la representación democrática.
Las imágenes de video de los agentes de policía atacando a manifestantes han enfurecido al público y han provocado acusaciones de que las fuerzas de seguridad locales están actuando sin que haya rendición de cuentas, como sucede en China continental. Las acciones de la policía han indignado a los jóvenes en especial, muchos de los cuales ven a Hong Kong como un lugar distinto y simpatizan con los llamados a la independencia.
“Todo el mundo tiene muy claro cómo es el sistema chino”, afirmó Yoyo Chan, estudiante de 17 años. “Ahí pueden suceder cosas crueles, como los campos de concentración, y todo es aterrador. Incluso antes de que se redactara el proyecto de ley de extradición, algunos libreros de Hong Kong habían desaparecido en China. En un lugar como Hong Kong, donde tenemos libertad de expresión, no queremos perder cosas fundamentales para nosotros“.
Dentro del mundo empresarial, la percepción de que Pekín se ha impuesto descaradamente está sembrando temores de que la identidad de Hong Kong como un terreno neutral está en peligro.
Durante las protestas del domingo en Hong Kong, muchos participantes describieron una violación de la confianza, derivada de la represión de las manifestaciones, que ha motivado una revaluación fundamental de la legitimidad de la autoridad local.
La geografía parece haberse reconfigurado, pues ahora China continental está más cerca que nunca.
“Cuando éramos niños, nuestros padres siempre nos decían que acudiéramos a la policía si estábamos en problemas”, dijo Stephanie Chung, de 21 años, estudiante de la Universidad Abierta de Hong Kong. “Pero ver a la policía comportarse de una manera tan brutal ha sido traumatizante. Una se pregunta si un día nos van a enviar de vuelta al continente para ser procesados“.
Ella estaba de pie cerca de la torre del Banco de China en el centro de Hong Kong. La bandera china ondeaba en el cielo, mientras los gases lacrimógenos flotaban en el viento.
“Hong Kong se ha vuelto irreconocible para mí”, dijo Vincent Tong, de 27 años, corredor de una firma financiera local, quien también participaba en la manifestación del domingo. “Si fracasamos ahora, Hong Kong estará condenado. No quiero que nuestra forma de vida sea igual a la de los que viven en China“.
(Esdras Cheung, Katherine Li, Alexandra Stevenson, Tiffany May y Andrew Jacobs colaboraron con este reportaje desde Hong Kong.)
c.2019 The New York Times Company