El mensaje de una isla orgullosa: ‘Necesitamos tu ayuda’

Por Kelley Shinn

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A child's bicycle is seen in a destroyed neighborhood in the wake of Hurricane Dorian in Marsh Harbour, Great Abaco, Bahamas, September 7, 2019.  REUTERS/Loren Elliott     TPX IMAGES OF THE DAY
A child's bicycle is seen in a destroyed neighborhood in the wake of Hurricane Dorian in Marsh Harbour, Great Abaco, Bahamas, September 7, 2019. REUTERS/Loren Elliott TPX IMAGES OF THE DAY

Escribo esto desde una isla de barrera ubicada a 41 kilómetros de distancia de la costa continental, accesible solo por barco o avión. Han pasado unas tres semanas desde que el huracán Dorian destruyó e inundó el lugar que mis 1000 vecinos y yo consideramos como nuestro hogar. Y aunque desde lejos pareciera que la tormenta ha terminado, estamos igual de horrorizados que el primer día.

Llegué por primera vez a Ocracoke siendo una adolescente de 17 años que acababa de perder sus piernas por meningitis y sepsis. La topografía era tan abrumadoramente hermosa, que durante una noche de luna llena en la playa conseguí una razón para volver a vivir después de la tragedia. Hace unos siete años regresé para pasar una breves vacaciones con mis hijos. Y nunca me fui. No me quedé por la belleza geográfica, me quedé por su gente.

Muchos de los nativos son descendientes de la mano derecha del pirata Barbanegra y todavía hablan con acento hoi toide, llamado así por la forma en que pronuncian “high tide” (marea alta) en inglés. Es una aldea mágica donde es fácil ver trueques de wiski por pescado fresco entre las cestas de las bicicletas. Los vecinos se ayudan entre sí y los recién llegados que se quedan viven bajo el lema de los nativos de Ocracoke: “No pedimos ayuda, la ofrecemos”. Sin embargo, eso ha cambiado. Estados Unidos, necesitamos tu ayuda.

Alrededor de un tercio de los habitantes de la isla son nativos de Ocracoke, un cuarto son hispanos, un par de personas son afroestadounidenses y el resto, como yo, somos de diversas procedencias. Tenemos demócratas, republicanos, metodistas, bautistas, católicos, agnósticos y budistas. Cuando una tormenta nos azota y los ferris no pueden navegar ni los aviones aterrizar, nos quedamos por nuestra cuenta. Y es precisamente la naturaleza de ese aislamiento la que hace que este lugar sea tan especial. No nos interesa por quién votaste, a quién le rezas o cuál es el color de tu piel: cuando la cosa se pone dura, nos ayudamos mutuamente y si tengo algo que necesitas, pues te lo doy. Cuando vives en vulnerabilidad, descubres lo que es verdaderamente importante.

En promedio, la isla está a metro y medio sobre el nivel del mar. Dorian nos golpeó con una inaudita marea tormentosa de 2,1 metros la cual, según la Gestión de Emergencias de Carolina del Norte, inundó cientos de nuestras de casas a diferentes niveles, desde algunos centímetros hasta 1,2 metros. Algunos vecinos tuvieron que ser rescatados de sus áticos en botes, otros tumbaron sus puertas y las usaron para navegar la oleada a terrenos más altos. En Village Craftsmen, una tienda local de regalos con 40 años de actividad, hay líneas marcadas con los nombres de los huracanes anteriores. El huracán Matthew de 2016, uno de los peores en nuestra memoria, está allí. La línea de Dorian está 68 centímetros por encima de Matthew. Es un milagro que, a diferencia de nuestros amigos en las Bahamas, nadie haya fallecido.

Nuestra guardería, que fue brevemente reabierta, ha sido clausurada debido a problemas sépticos. Nuestra biblioteca histórica también fue cerrada. Nuestra oficina de correos fue reabierta el 18 de septiembre, pero nuestro único banco sigue cerrado. Nuestra moneda es el trueque de productos. La mayoría de los negocios locales perdieron toda su mercancía. Nuestro centro médico se convirtió en una serie de unidades móviles de emergencia.

Ahora nuestra isla no está inundada de agua, sino de trabajadores humanitarios. Inmediatamente después de la tormenta, navegantes de las islas vecinas vinieron a nuestro puerto con lanchas llenas de alimentos, agua y provisiones. Es posible que la escuela no quede habitable sino hasta dentro de un año, pero nuestros niños, ansiosos y agotados, ayudaron a nuestros vecinos costeros a vaciar los botes en los pocos camiones que quedaban operativos en la isla. Las provisiones fueron transportadas hacia nuestro departamento de bomberos, el cual ha sido la base de operaciones y distribución desde el inicio del desastre. Ahora lo llamamos “BomberoMart” (juego de palabras con los nombres de supermercado Walmart y Kmart).

El gobierno federal aún no nos ha declarado como una zona de desastre, por lo que no tenemos asistencia de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA por su sigla en inglés). Cientos de mis vecinos y amigos han sido desplazados, las matriarcas de nuestro pueblo siguen sentadas sobre pilas de escombros esperando a las cuadrillas de buenos samaritanos para que las ayuden a recuperar sus hogares, mientras las paredes siguen doblándose y el moho sigue creciendo a diario.

La semana pasada, empecé a realizar llamadas telefónicas de Raleigh a Washington para hablar con mis líderes y representantes sobre nuestro actual estado de desastre.

Descubrí que el viernes 13, una semana después de la tormenta, la oficina del gobernador Roy Cooper entregó a la Casa Blanca una solicitud para una declaratoria de desastre para la asistencia pública y de infraestructura. Representantes de la oficina del senador Thom Tillis me aseguraron que el senador instó al presidente a que firmase ese mismo día. El sábado 21 de septiembre, ocho días después de que la petición fue enviada al presidente, nuestro nuevo congresista Greg Murphy vino a la isla y anunció que el presidente Trump ya había firmado la declaración de FEMA. Al mismo tiempo, nuestro senador estatal Bob Steinburg publicó en sus redes sociales que el presidente había firmado el documento. Después, esas publicaciones fueron borradas.

Ese mismo día, el gobernador Cooper le hizo un seguimiento a la solicitud al programa de asistencia pública para la recuperación de infraestructura con una nueva solicitud a la Casa Blanca para asistencia individual y familiar. Dos días después, Cooper visitó la isla por segunda vez luego del paso del huracán Dorian. Su primera visita fue al día siguiente de la tormenta. El gobernador se sentó en la entrada de mi casa durante 45 minutos, escuchando las historias de las matriarcas nativas de la isla. Se trajo a los secretarios estatales de Salud y Servicios Humanos, Calidad Ambiental y Seguridad Pública, así como al director de Gestión de Emergencias, el jefe de operaciones del Departamento de Transporte, y el ayudante general de la Guardia Nacional, quienes recorrieron mi hogar, que está en el Registro Nacional de Lugares Históricos y que tenía casi 90 centímetros de agua en su interior. Bajo una morera, el gobernador me dijo que los anuncios del senador Steinburg y el congresista Murphy eran falsos. El presidente no había firmado las declaratorias de desastre.

Cinco días después de la tormenta, recordé la playa. Suelo usar fundas de neopreno cuando nado para sujetar mis piernas ortopédicas, pero el día anterior otra persona amputada de la isla había perdido su funda en la inundación y le di una de las mías. El océano estaba en calma, así que me arriesgué. Nadé durante media hora pero, al salir de una cornisa de arena, una ola me derribó y se llevó mi prótesis de pierna. Varios amigos rastrearon la playa hasta el anochecer sin suerte. Nuestro periódico local publicó en sus redes sociales que si alguien conseguía mi pierna, por favor la devolviese al “BomberoMart”. Al día siguiente, mi pierna apareció flotando en la playa y fue encontrada por mi barman favorito. En estos días mi pierna se ha convertido en el chiste fácil, por decirlo de alguna manera, de mi comunidad. Les ha dado una razón para reírse y distraerse del purgatorio que estamos viviendo. Los residentes de Ocracoke saben que el humor es el compañero de la esperanza. La anécdota de mi pierna también nos brinda esperanza. El mar quita y también da.

Soy una orgullosa residente de la isla de Ocracoke, en Carolina del Norte de los Estados Unidos de América. No creo en divisiones. La mayoría de los supervivientes de desastres te dirán que no existe un mejor maestro de la igualdad. Y aunque Ocracoke es fuerte y orgullosa, y lo ha sido por más de 300 años, este golpe nos ha puesto de rodillas y necesitamos que nuestros compañeros estadounidenses y nuestros líderes intervengan y aceleren la ayuda inmediatamente. Tal vez tengamos dos piernas para levantarnos pero, en este momento, necesitamos mucho más que eso.

c.2019 The New York Times Company

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