¿Qué pasaría si vamos a cenar a un restaurante y vemos que en el menú aparece una recomendación que alienta a elegir una opción de un plato con menor huella de carbono? Hay una realidad: la producción animal deja una huella de carbono más elevada a la registrada en los productos agrícolas. Un nuevo estudio descubrió que agregar etiquetas de impacto climático a los alimentos es una estrategia efectiva para reducir el consumo de carne roja.
Un dato se cuela en esta universo y alarma: el sistema alimentario es responsable de un tercio de las emisiones que calientan el planeta, y la carne de res es la principal culpable. Sin embargo, los estadounidenses comen una gran cantidad, con un promedio de casi 26 kilos por persona por año, en comparación con un promedio mundial de 6.3 kilos.
Hay una realidad y es que la producción de alimentos y la crisis climática están cada vez más conectados. Para muchos, el vínculo es inevitable. No por nada, los restaurantes agregan cada vez más opciones vegetarianas y veganas. En ese universo, son varios los que muestran interés en usar etiquetas climáticas en los alimentos.
Los investigadores del estudio realizaron ensayos clínicos aleatorios en los que pidieron a más de 5000 adultos en los EE. UU. que imaginaran que estaban en un restaurante de comida rápida y eligieran un artículo de un menú con opciones que incluían carne de res, pollo, pescado y vegetales.
A los participantes se les ofreció primero, un menú de control con etiquetas QR junto a todos los elementos. Luego, un menú enmarcado positivamente con etiquetas verdes para simbolizar un bajo impacto climático junto a opciones vegetarianas, de pollo o pescado. Y por último, uno enmarcado negativamente con etiquetas rojas para señalar un alto impacto climático junto a los artículos de carne.
La investigación publicada en la revista médica JAMA, encontró que las etiquetas climáticas de semáforo fueron efectivas para alentar a las personas a optar por alimentos más amigables con el clima, y que las etiquetas rojas de advertencia fueron más efectivas.
Las personas que eligieron menús con etiquetas de alto impacto climático tenían un 23 % más de probabilidades de optar por una comida más sostenible que aquellas con un menú de control. Aquellos que eligieron menús con etiquetas verdes de bajo impacto climático tenían un 10% más de probabilidades de optar por una opción más sostenible.
“Animar a las personas a hacer incluso pequeños cambios en la cantidad de carne que comen puede tener impactos realmente medibles en la reducción de los sistemas alimentarios relacionados con el clima”, dijo Julia Wolfson, autora principal del estudio y profesora asociada de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de Johns Hopkins en Baltimore.
Por ahora, el etiquetado climático en los productos alimenticios sigue siendo relativamente raro, y las empresas que los agregan tienden a usar etiquetas positivas que destacan los bajos impactos climáticos.
Para que las etiquetas de estilo de advertencia se adopten a gran escala, dijo Wolfson, “puede ser necesaria una legislación o regulación”. Y sumó: “Es posible que estos no sean el único diseño efectivo. Se podrían requerir otras investigaciones futuras para investigar diferentes opciones de diseño que pueden tener un mayor impacto aún usando esa etiqueta enmarcada positivamente”.
El estudio sigue una investigación publicada por el Instituto de Recursos Mundiales en 2022, que examinó las respuestas de las personas a 10 mensajes de sostenibilidad diferentes en un menú de restaurante hipotético. Algunos de los mensajes resultaron particularmente exitosos. Aquellos que vieron el de “cambiar solo un plato de carne por uno a base de plantas ahorra emisiones de gases de efecto invernadero que son equivalentes a la energía utilizada para cargar su teléfono durante dos años” tenían el doble de probabilidades de elegir una opción de comida baja en carbono que aquellos cuyo menú no tenía ningún mensaje.
¿Qué cena navideña generó una mayor huella de carbono para el planeta?
Para muchos, cuando se piensa en una cena de Navidad, el medio ambiente parece estar poco relacionado con la comida festiva. Sin embargo, todos los alimentos que consume la humanidad cuentan con alguna huella de carbono. Científicos canadienses evaluaron qué cena navideña produce una mayor huella de carbono para el planeta.
Según señalaron los expertos de la École de technologie supérieure (ÉTS), en Montreal, la comida festiva tradicional de esta fecha consume, en promedio, el 70 por ciento del presupuesto diario de carbono que tiene una persona para alcanzar las metas establecidas en el Acuerdo de París: un alza de 1,5°C para mediados de siglo y de 2°C para 2100.
Ahora, en lo que se refiere a los comensales veganos, cuya alimentación se encuentra basada en plantas y sin ningún derivado animal, su huella de carbono se ubicó en el 14 por ciento de su presupuesto diario. “Algunos alimentos, especialmente la carne y los productos lácteos, emiten niveles mucho más altos de gases de efecto invernadero que las opciones de origen vegetal”, señalaron los expertos en un comunicado.
En ese sentido, resaltaron que “la producción de alimentos a partir de animales ocupa más tierra y contribuye a la pérdida de hábitat. A medida que el planeta continúa calentándose debido a estrategias ineficaces y falta de consenso político, los alimentos siguen siendo uno de los principales impulsores del cambio, gran parte del cual es impulsado por la gente del hemisferio norte”.
“Durante la temporada navideña, consumimos alimentos más ricos que tienen un mayor impacto en el medio ambiente”, señaló el equipo de científicos que estuvo liderado por Thomas Elliot. Para poder evaluar este impacto, los expertos primero analizaron la huella de carbono que emite la dieta canadiense promedio. Según indicaron, el omnívoro promedio emite unos 15 kg de dióxido de carbono (CO2), cifra que necesita de 16 metros cuadrados de tierra agrícola todos los días. En tanto, el canadiense vegano promedio emite 5 kg de CO2, equivalente a cinco metros cuadrados de tierra.
El camino de las hamburguesas veggies
Comer menos carne y productos lácteos es una de las cosas más efectivas que alguien puede hacer para reducir su huella de carbono. Muchos consumidores dicen que intentan comer menos carne y productos lácteos para reducir la huella de carbono. Los datos de una encuesta realizada en el Reino Unido indican que casi la mitad (44%) de los usuarios intentan comprar menos carne “Todo el tiempo” o “Bastante a menudo”.
Podrían pasarse a los alimentos con proteínas vegetales, como las chauchas, las arvejas y las lentejas. Pero la gente come carne por otras razones: por el sabor, la textura y la familiaridad con determinadas comidas.
Los sustitutos de la carne son los alimentos industriales, como las hamburguesas de “carne vegetal”, nuggets de pollo a base de plantas y otras piezas de carne cultivada en laboratorio, que permiten reducir el impacto de la dieta sin cambiar radicalmente las comidas. Pero, ¿son realmente mejores para el clima? Suelen estar procesados, necesitan energía para su fabricación e incluyen ingredientes que han sido enviados desde el extranjero.
“Para comparar la huella de carbono de los distintos alimentos de forma equitativa, debemos analizar su impacto en toda la cadena de suministro y producción. Para ello, los comparamos mediante análisis del ciclo de vida (ACV, por sus siglas en inglés): éstos incluyen no sólo los impactos en la granja, sino también las materias primas utilizadas para su producción, procesamiento, envasado, transporte y distribución”, explicó en una nota reciente, Hannah Ritchie es investigadora del Programa Oxford Martin en Desarrollo Global, en la Universidad de Oxford y jefa de investigaciones en Our World in Data.
“En el caso de los sustitutos de la carne, he creado una base de datos con los ACV disponibles públicamente. He procurado que los análisis sean comparables: las etapas del ciclo de vida que se incluyen deben ser las mismas y coincidir con los ciclos de vida utilizados para la carne y los productos lácteos”, agregó la experta que se especializa en sostenibilidad ambiental, cambio climático, sistemas energéticos y alimentación y agricultura.
“Comparemos en función de las proteínas, ya que la gente suele buscar alternativas a la carne con alto contenido proteico. Todos los sustitutos de la carne tienen una huella de carbono inferior a la de la carne vacuna o de cordero. Para ejemplificar, tomemos los productos de algunas marcas populares Reino Unido y EEUU: las emisiones de los productos Quorn, por ejemplo, son entre 35 y 50 veces menores que las de la carne vacuna. Si una persona cambia su hamburguesa de ternera por una Impossible Burger reducirá estas emisiones en un 96% aproximadamente”, dijo la experta.
Y cerró: “Sustituir la carne animal puede suponer una gran diferencia. El impacto de la sustitución del pollo -la carne más baja en carbono- es mucho menor. La carne cultivada en laboratorio es peor que el pollo. Al menos por el momento. Esto se debe a que la carne cultivada en laboratorio, la que lleva carne animal que no proviene directamente del cuerpo de un animal, sino del cultivo de las células musculares extraídas de los animales, necesita mucha energía. Pero, a diferencia del pollo, la carne cultivada en laboratorio es todavía joven. Es una tecnología emergente. Podemos reducir su huella mediante mejoras en la eficiencia energética, pero también descarbonizando nuestro suministro de electricidad. Es algo que tenemos que hacer de todos modos si queremos luchar contra el cambio climático. Si alimentamos la carne cultivada en laboratorio con electricidad renovable o nuclear, podría tener una huella de carbono mucho menor”.
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