Aurelio Montes es uno de los grandes referentes del vino en el continente, propietario en Chile de Viña Montes y, desde 2002, fundador de Bodega Kaiken en Mendoza. Además, también es dueño de un pequeño emprendimiento en Napa Valley, California.
Sus vinos, elaborados a ambos lados de la Cordillera de los Andes, están presentes en más de cien países desde hace varios años. Y después de 25 años como bodeguero, viajando por el mundo, conoce como pocos los diversos mercados de consumo. Eso le permite analizar el presente del vino argentino y chileno en la post pandemia, y desarrollar un pronóstico certero de cómo van a evolucionar las dos principales industrias vitivinícolas de la región.
Montes visita Mendoza muy seguido ya que, como reconocido winemaker, se involucra mucho en el seguimiento de sus vinos, más allá de contar con un equipo de enólogos locales conformado por Gustavo Hormann de Chile y Juan Pablo Solís de Argentina. Pero esta vez fue diferente porque llegó para lanzar el vino que la bodega Kaiken elaboró junto a Francis Mallmann. El gran cocinero argentino le puso su impronta a un nuevo vino argentino, algo que le viene muy bien a la industria local ya que se trata de un personaje muy reconocido por su cocina a nivel internacional.
Y más allá de la innovadora etiqueta de la casa, Aurelio Montes aprovechó para describir el contexto internacional para los vinos argentinos y chilenos.
Hoy Argentina representa el 2,5% del total del vino comercializado en el mundo, mientras que Chile es el cuarto país exportador en valor (cerca de dos mil millones de dólares), detrás de Italia, Francia y España; equivalente al 5%.
Cuando comenzó la pandemia, Aurelio erró su pronóstico. Como presidente de Vinos de Chile, había augurado una caída de las ventas en el orden del 20% a causa del cierre del on trade (establecimientos que venden vinos en botella abierta como los restaurantes), que era el porcentaje aproximado destinado a ese canal. “Ajustémonos los pantalones porque vamos a tener que pasar el temporal de alguna manera”, sostuvo en su momento. Pero lo que realmente ocurrió fue que esa proporción se trasladó a un consumo doméstico que nadie previó. “La persona que antes se gastaba en un restaurante 30 dólares, iba a la vinoteca y por la misma plata se llevaba dos o tres botellas del mismo vino”, relata el bodeguero. Así, el consumo de vinos en casa creció a niveles soñados, lo que le ha permitido a Chile mantener sus ventas a pesar de la pandemia. Y a nivel internacional sucedió algo similar porque la caída fue de apenas el 0,7% en volumen, pero un 2% arriba en valor. “Es decir que logramos premiumizar un poco la venta de vinos”, asegura. El resultado final de la pandemia en términos vínicos es entre neutro y positivo para el bodeguero.
Por su parte, en la Argentina, y basado en los datos de su bodega Kaiken, el mercado interno ha crecido y las exportaciones tampoco han caído mucho. “Yo estimo que Argentina está con sus números sólidos, sin un gran crecimiento, pero lejos del desastre que pudo haber sido”, aclara Montes.
A nivel mercados, Asia asoma como el gran objetivo. Y si bien Argentina aún está muy débil; tiene que trabajar mucho para posicionar la marca país, lo cual requiere de mucha inversión; para Chile hoy el principal mercado es China. “El gigante asiático no solo está incrementando su consumo de vinos, sino que nuestra región se vio beneficiada por el problema político que tuvieron con Australia, país al que le incrementaron un 212% los impuestos, con lo cual los vinos australianos desaparecieron del mercado chino”, explica Montes.
Esto significó para Chile que se convirtiera, por lejos, en el principal mercado de exportación, seguido de Brasil, Corea, Reino Unido y Estados Unidos en el quinto lugar. Quizás esto es lo que venga para la Argentina en un futuro próximo, ya que ambos países tienen una cercanía geográfica y de estilos de vinos. Porque si bien Estados Unidos sigue siendo el principal mercado de destino para los vinos nacionales, es muy interesante el camino “pavimentado” que están dejando los vinos chilenos en China, Corea y Japón, donde los argentinos parten de una base muy pequeña, pero con porcentajes de crecimiento importantes. “Yo creo que el futuro que tiene Argentina con sus vinos en Asia es espectacular”, asegura Montes.
Históricamente Chile lleva muchos más años que Argentina desarrollando el mercado externo, ya que su mercado interno nunca fue muy importante. Al contrario, la fuerte cultura de consumo en Argentina, junto con una gastronomía muy arraigada, provocó que las bodegas concentraran sus fuerzas en el mercado doméstico. Y fue recién hacia fines de los ‘90 que, con las dificultades que siempre genera la economía argentina, las bodegas empezaron a apostar a las exportaciones como gran objetivo de negocio.
Montes lleva 50 vendimias, desde 1992, y recuerda como todos los bodegueros chilenos salieron aunados a ver qué es lo que demandaban los mercados externos. Y recorrieron todo el camino de aprendizaje y conocimiento del consumidor global, cometiendo todos los errores posibles, los que fueron clave para consolidar un camino y convertir a Chile en el cuarto exportador del mundo.
Hoy Argentina crece año tras año, y ostenta un gran potencial, capaz de superar a Chile algún día. Y no por una cuestión de mejor calidad sino quizás por una mayor diversidad. Pero también por la imagen país que tiene la Argentina, con íconos reconocibles y admirados en todo el mundo como los paisajes, el fútbol y sus protagonistas, el tango y las carnes, por ejemplo. Pero hay algo que será fundamental, conseguir tratados comerciales. El desarrollo del vino chileno se vio muy beneficiado por los más de 70 acuerdos de libre comercio, mientras Argentina hoy en día posee muy pocos. “La calidad y la personalidad del vino están, no requieren reinventarse en lo técnico, sino que es un tema mucho más comercial y político”, asegura Montes.
Países competidores, vinos que se complementan
Montes reparte sus días de trabajo entre sus bodegas de Chile, Napa Valley, y Kaiken, en Argentina, alrededor de un 80/20% de manera presencial. Sin embargo, está muy metido en el día a día de los vinos argentinos, gracias a las posibilidades que hoy brinda la conectividad y que la pandemia puso de manifiesto. Es por ello que conoce exactamente lo que pasa con los vinos locales, y esto le permite tener una visión amplia del mundo. “Hay momentos en que Chile y Argentina compiten duro”, dice Montes. Como por ejemplo en Estados Unidos que es un mercado muy difícil, donde cada país tiene caminos distintos. Argentina con el Malbec y Chile apostando al Cabernet Sauvignon, competencia directa de los vinos de Napa Valley, y posicionado con precios bajos. “Sin embargo en Asia yo veo un terreno tan fértil, de sembrar y cultivar. Además, hay un tema de lejanía que hace que los asiáticos nos vean como una misma cosa. Por eso creo que en Asia sí, ambos países pueden complementarse muy bien. Pero en Estados Unidos ya estamos fichados como países distintos por el consumidor y eso nos vuelve competidores”, detalla.
Con los 20 años que Montes y sus vinos llevan en la Argentina se puede decir que está consolidado, conoce muy bien el medio ambiente, sabe a dónde ir para lograr lo que quieren. Ha adquirido fincas en distintos lugares, lo que le permite ser diverso. Ahora quiere hacer más exploración, ya que se han quedado mucho en Mendoza, principalmente en el Valle de Uco, Vistalba y Las Compuertas. “Me falta ahora hacer un poco más de exploración, ir más profundo en la innovación”. Esto se ve bien reflejado en la flamante trilogía de Malbec de la casa inspirados en distintos terroirs, y en especial el Valle de Canota, un lugar inexplorado, es como un primer paso”, detalla.
También aprovechó este viaje para hablar con sus enólogos de la vendimia 2022, para ver qué cosas nuevas se pueden hacer, para traer una cuota de frescura a la línea. Estas diferencias que proponen estos nuevos vinos lo entretienen al bodeguero, más allá de continuar trabajando en las etiquetas consolidadas de la casa. En Chile, por ejemplo, desde el año pasado vinificó en la isla de Chiloé. En Argentina, está mirando con sumo interés los Valles de Pedernal y Calingasta en San Juan, y ya tiene un Pinot Noir de Río Negro.
Sabe que el Malbec es el gran referente del vino argentino y que representa algo así como el 80% de las ventas internacionales. Sin embargo, en el 20% restante hay variedades que se dan fantástico según el bodeguero. “El Cabernet Franc argentino me encanta”, dice Aurelio, y sostiene que el Merlot a ambos lados de la cordillera es difícil. Al Malbec ya lo ve muy consolidado y sabe que hay que seguir haciendo cosas, porque Argentina ha ido más lento que Chile en el desarrollo de los mercados de exportación. “Pero viene bien y creciendo, solo le falta más penetración, porque hay vinos en todos los segmentos, desde íconos a vinos de todos los días y todos muy bien hechos”, destaca.
Una nueva etiqueta
El evento de presentación del Disobedience se llevó a cabo al atardecer en los jardines de la bodega, en Vistalba, donde también funciona Ramos Generales, uno de los pocos restaurantes de Mallmann en el país. Allí, junto al despliegue de sus fuegos, con el domo con carnes y vegetales colgados asándose durante todo el día, y mientras el sol se escondía detrás de la cordillera, el bodeguero y el cocinero presentaron el nuevo vino.
“La desobediencia genera cambios, es el signo de pregunta ante las cosas que estamos obligados, y creo mucho en el proceso de la desobediencia, por eso en la etiqueta hay un hombre caminando al revés”, explica Mallmann. Es un blend de Malbec (60%) proveniente del Valle de Uco (Alta Vista), y el resto es Cabernet Sauvignon y Merlot de las viñas viejas que rodean a la bodega.
“Pero el vino irá cambiando cada cosecha de acuerdo al gusto de Francis. Es más, para la 2020 (en referencia a la cosecha siguiente también degustada) se invirtieron las cosas, y la base es Malbec de Vistalba. Lo que más destaco de Disobedience es que es un vino elaborado con total libertad”, afirma Aurelio Montes. De esta primera partida se hicieron 25.000 botellas que salen a la venta a un precio sugerido en vinotecas de $2000. Pero no se trata del primer vino en el que intervino el afamado cocinero, que ya lleva alrededor de 50 etiquetas en sus 50 años de profesión. Entre las que se destacan el Weinert Estrella Malbec 1983, Saint Felicien Pinot Noir 1996, una colección privada de 2000 botellas de 1999 elaboradas en conjunto con Finca La Anita, entre las cuales están el Syrah y el Semillón; dos de los emblemas de la bodega. Con Escorihuela Gastón hizo un Bonarda y, recientemente, presentó en Patagonia Sur; su restaurante de La Boca; una trilogía de Malbec de terruños para la que Francis cedió obras de su colección privada de Gustav Klimt, su artista favorito.
Hoy es el momento del Disobedience 2019, un vino como a él le gusta, liviano y de estructura media, rico, para tomar en la mesa y que todos los años será diferente. “Después de tantos años de viajar y cocinar, entendí que lo más importante es compartir, porque vino y comida van de la mano para terminar sonrientes. El vino es esperanza porque nos junta en la mesa, y es sorprendente el tiempo que dedicamos a comer en Argentina, pocos países lo hacen”, destaca Mallmann.
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