En la película Cuenta Conmigo (Stand By Me, 1986), basada en un relato de Stephen King, el protagonista ya adulto escribe en su computadora acerca de un incidente de su infancia. Al terminar la historia y volver al presente cierra su texto escribiendo: “Nunca volví a tener amigos como los que tuve a los doce años. ¿Pero alguien los tiene?”. Antes de entrar al mundo del running yo pensaba que esa frase era indiscutible y absolutamente cierta. Cada año que pasaba me parecía más real hasta que empecé a correr y descubrí que podía volver a tener amigos como aquellos que tuve a los doce años. Fue algo sorprendente que cambió mi vida y la de la mayoría de los corredores que conozco.
Para los adultos no es tan fácil generar nuevas amistades en el mundo actual. Construir una nueva red de amigos resulta para muchos algo difícil de concebir una vez terminada cierta etapa de la vida. Quienes tengan la suerte de conservar los de toda la vida, podrán seguir por ahí, pero muchas personas, alejadas de su lugar de origen o con grandes cambios, se encuentran siendo adultos sin un grupo de amigos cotidianos, cercanos, a quienes ven al menos un par de veces por semana todas las semanas. Menos aún con el extra de verlos al aire libre y disfrutar de la vida saludable.
No hablamos de la amistad formal de los adultos, sino de amigos como a los doce años. Amigos de aventuras, amigos de desafíos, de divertirse corriendo, de ver quién llega primero a la esquina o quién aguanta más una subida. Amigos de hablar horas sobre temas que al mundo parecen no importarle, creando códigos propios de aquellos que dan por sobreentendido muchas cosas. Amigos de usar las zapatillas hasta gastarlas y nunca usar zapatos. Nada de corbatas o vestidos formales, amigos de embarrarse sin sentir preocupación. De correr bajo la lluvia riéndose como no lo hacíamos desde que teníamos doce años. Pura diversión. Ser adultos y tener la capacidad de poder jugar dejando de lado por un rato las preocupaciones.
Amigos de complicidades, de enorme afecto, de solidaridad. Amigos de compartir y comprender el dolor y también las alegrías. Amigos de subir montañas, amigos de viajar juntos a todos lados, amigos no querer que se termine el entrenamiento y cuando termina no querer separarse. Amigos de doce años que conciben proyectos disparatados, planes insólitos, con ideas que la mayoría de los adultos considerarían infantiles. Y lo bueno de ser adultos: amigos que cumplen esos sueños juntos. Verse todo el año y no solo el día del amigo.
Amigos de un abrazo al final de una carrera. Amistades que uno extraña cuando no las ve, aunque los vea más seguido que a nadie. Amigos que entienden, que saben, y que a partir del running se han vuelto para siempre hermanos. Amistades que comenzaron después de los treinta o cuarenta años. Donde todos sabemos lo difícil y complicada que puede ser la vida y por eso valoramos aun más esas pequeñas grandes felicidades cotidianas.
Sumarse a un running team o a un grupo de amigos corredores trae muchas cosas buenas a la vida de una persona. El cuidado de la salud física y mental, el poder sacarse el estrés y la angustia de la cotidianeidad, y también conocer gente. Gente que no hubiéramos conocido de otra manera, porque vienen de mundos diferentes, profesiones distintas, con diferencias de edad, género, clase social.
La lista de cosas positivas que las personas hemos encontrado en el mundo del running es extensa. Una segunda oportunidad que da la vida para reinventarse y renovarse. Y en ese listado de beneficios está el de la amistad como a los doce años. Esa es una de las mejores cosas que tiene el mundo de los corredores.
*Santiago García es maratonista, autor del libro “Correr para vivir, vivir para correr”. Completó la Six World Marathon Majors dos veces. En Instagram: @sangarciacorre
Realización: Thomas Khazki / Edición de video: Tomás Morrison / Guión: Nicolás Spalek
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