Hace algunas semanas, a través de un artículo publicado en The New York Times que no tardó en viralizarse entre medios internacionales, el psicólogo estadounidense Adam Grant, profesor en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania y especializado en psicología organizacional, retomó un término que había sido acuñado años atrás por su compatriota Corey Keyes, sociólogo y profesor en la Universidad Emory de Georgia, tras estudiar por qué muchas personas que no estaban deprimidas tampoco prosperaban: languidez.
“Es una sensación de estancamiento y vacío. Se siente como si estuvieras pasando los días sin rumbo, mirando tu vida a través de un parabrisas nublado. Y podría ser la emoción dominante de 2021″, sostuvo Grant.
Es que, explicaba el especialista, en los primeros e inciertos días de la pandemia, es probable que el sistema cerebral de detección de amenazas que tenemos los seres humanos, llamado amígdala, estuviera en alerta máxima para luchar o correr. A medida que aprendimos de qué manera protegernos, utilizando barbijos, ventilando los ambientes y lavándonos frecuentemente las manos, fuimos desarrollando rutinas que aliviaron la sensación de miedo. “Pero la pandemia se ha prolongado, y el estado agudo de angustia ha dado paso a una condición crónica de languidez”, comparte Grant.
“La languidez tiene que ver con la desmotivación, la falta de impulso y de entusiasmo. El origen de este malestar está dado por la incertidumbre, el miedo y la inestabilidad, que generan un estado de inercia. La razón es el sentimiento de impotencia por no tener control de la propia vida, ni poder mejorar o cambiar la realidad. Y concluye en una forma de resignación. A pesar de eso intentamos cumplir con nuestras obligaciones, que ahora requieren un gran esfuerzo. Nos conformamos con mirar interminables series, comer o tomar de más, mirar compulsivamente las redes, en un estado que oscila entre el aburrimiento y el agotamiento”, explica a Infobae Sonia Abadi, médica, psicoanalista e investigadora en creatividad e innovación.
En esta dirección, la educadora, coach y especialista en crecimiento personal y motivación Verónica de Andrés alerta que la pandemia no es solo es un peligro para la salud física, sino para la salud mental y emocional, que puede desencadenar una suerte de letargo, que se traduce en desánimo y en falta de ganas de ponerse en acción.
“Esto sucede, entre otras cosas, porque la incertidumbre hace que no podamos proyectar cosas con claridad. Entonces, podemos caer en esa languidez que se advierte en chicos y grandes de forma creciente”, dice De Andrés, quien, junto a su hija, Florencia Andrés, publicó en 2011 el best seller Confianza Total, que está por sacar su 34º edición.
¿Es posible confundir la languidez con la depresión? En realidad, lo que sentimos ante la pandemia y el confinamiento se parece más a un duelo por lo que estamos perdiendo: tiempo de vida, crisis laborales y económicas, tranquilidad, seguridad y, en algunos casos, se suma también la pérdida de un ser querido o la migración de personas cercanas, explica Abadi. “Y los duelos normales no son depresión, sino el reconocimiento de una pérdida que vamos a tener que elaborar”.
En cambio, la depresión es el resultado de interacciones complejas entre factores sociales, psicológicos y biológicos, agrega la especialista, creadora del modelo Pensamiento en Red, que integra avances de la psicología, las neurociencias, las nuevas teorías de la comunicación y las redes vivas. “Se caracteriza por sentimientos persistentes de tristeza sin poder explicar la causa; una sensación de vacío, de falta de esperanza. También culpa y rabia contra sí mismo. Cuando aparece la vivencia de sinsentido, cuando se llora sin saber porqué, cuando se descuida el aspecto físico, y se pierde el interés en todo”, añade Abadi.
En este sentido, sentencia la psicóloga Beatriz Goldberg, especialista en crisis individual y de pareja y autora de más de 20 libros, entre ellos, Cómo superar los miedos y ser feliz, “la depresión es más aguda que la languidez; con la depresión uno está muy enojado con todo, con la vida, y no encuentra un sentido”.
Sin embargo, la investigación de Keyes sugiere que las personas con más probabilidades de padecer depresión grave y trastornos de ansiedad en la próxima década no son las que presentan síntomas depresivos hoy, sino quienes están languideciendo en este momento. “Y las nuevas pruebas de los trabajadores sanitarios de la pandemia en Italia muestran que los que languidecían en la primavera de 2020 tenían tres veces más probabilidades que sus compañeros de ser diagnosticados con trastorno de estrés postraumático”, alertó Grant oportunamente.
Abadi, autora de cuatro libros, entre ellos, La prodigiosa trama. Variaciones en clave de red, echa luz sobre este punto: “Definir a la languidez como una amenaza de depresión a futuro solo suma a la angustia de cada uno, creyendo que podemos estar incubando una enfermedad mental grave como es la depresión”.
No obstante, sostiene que en momentos como estos suma tener un interlocutor atento y empático que nos escuche y que pueda ayudarnos a ser más conscientes de lo que sentimos. “Y eso cuando pensamos la languidez como una consecuencia de la pandemia, como un factor externo que produce desmotivación en personas sin predisposición a la depresión. Otras veces es necesaria una intervención psicoterapéutica”, alerta Abadi.
Este no es un punto menor. Según una encuesta realizada en la Ciudad de Buenos Aires por el Centro de Opinión Pública (COPUB) de la Universidad de Belgrano (UB) en mayo de este año, el 45% de las personas debió recurrir a asistencia psicológica para atravesar la pandemia y un 38% declara que aún no lo hizo, pero que analiza buscar ayuda profesional.
“Durante la pandemia, las consultas se han incrementado notoriamente, pero no solamente para abordar las dificultades que plantea este contexto. Muchas personas han aprovechado este período para evaluar sus vidas y repensarse a futuro. En este sentido, buscan asesoramiento profesional para establecer prioridades y llevar sus proyectos de la idea a la realidad. Y con un mayor sentido de dirección, se les facilita transitar los desafíos que impone la pandemia”, dice a Infobae Ignacio Nabhen, Coach Ejecutivo que se desempeña en el MBA de la Universidad de San Andrés, autor del libro Jaque al Impostor.
El 45% de los encuestados por el COPUB admite que la actividad que más dejó de realizar durante la pandemia y, por ende, la que más extraña, es el encuentro con familiares y amigos; el 31% confiesa que lo que más dejó de lado son los controles médicos de rutina; el 13%, las actividades recreativas, y el 11%, los viajes y el turismo.
Como condimento local, la encuesta revela que la mayor preocupación de las personas se divide entre el recrudecimiento de la pandemia y la inflación. De hecho, el 40% de los encuestados elige el aumento de precios minoristas como el dato más inquietante de la coyuntura; el 31% opta por el COVID-19, y el 15% señala que su mayor preocupación es la espera por acceder a la vacuna contra el coronavirus.
“Las cuestiones económicas y las referidas a la pandemia son las que concitan las mayores preocupaciones de los encuestados. El creciente número de casos y el alarmante aumento de los muertos se combinan con una acuciante situación económica, lo que también se refleja en las respuestas vinculadas con las consultas psicológicas”, explica Orlando D’Adamo, director del COPUB de la UB.
Una de las preguntas que se desprenden es, entonces, cuándo es el momento de acudir en busca de ayuda profesional. “Cuando uno ve que tiene una sensación media nihilista de la vida, como desgano, que le cuesta proyectar o empieza a hilvanar pensamientos negativos, muchos de los cuales son rumiantes. Lo que tratamos de hacer es pensar cómo se puede empezar a tejer un collar de pensamientos más positivos”, comparte Goldberg.
Trabajo cotidiano
Goldberg explica que en terapia se está trabajando con los estados mentales, tratando de positivizar los mensajes para hacerlos más propulsores. “Son técnicas para tener una actitud más positiva y usar la inteligencia emocional, espiritual. Me refuerza qué fortalezas tengo para poder minimizar al máximo lo que me está tirando para abajo”.
Asimismo, más allá de la atención que pueden brindar profesionales de la salud para quienes padecen cuadros graves, existen técnicas, muchas vinculadas a la inteligencia emocional, que ayudan a recuperar o reenfocarse en el bienestar.
En épocas de confinamiento, puede ayudar intercalar la actividad física, con el trabajo manual, actividades intelectuales y cultivar los vínculos, entre otras acciones. “Ratos de sol, ratos de pantalla trabajando, ordenar, leer tuits y mensajes de WhatsApp. La rutina y los rituales de cada uno nos centran, nos contienen, y nos recuerdan quiénes somos, lo que nos gusta y lo que necesitamos”, sugiere Abadi, también expositora Vistage y miembro del Consejo Asesor de Voces Vitales.
De Andrés retoma la importancia de enfocarse en un área sobre la que trabaja el coaching y la psicología cognitiva: los pensamientos y su impacto en las emociones y en las acciones.
“Para evitar que se desencadenen cataratas de pensamientos automáticos negativos, lo primero que tenemos que saber es que son trampas del pensamiento que distorsionan la realidad, que no son la realidad, pero es real que afectan nuestra salud física y mental. Pensamientos catastróficos como ‘esto el fin del mundo’; pensamientos extremistas como ‘todo está mal’, ‘esto nunca se terminará' son algunos ejemplos de que el pensamiento, en tiempos difíciles, nos puede hacer trampa: porque en verdad ni es el fin del mundo y tampoco todo está mal. Pero magnifican lo que sucede, impactan en nuestras emociones y nos impiden encontrar soluciones”, explica De Andrés, quien por estos días estará dando la conferencia Confianza Total por streaming tanto para la Argentina como para los Estados Unidos.
Para la especialista una técnica para detener estos pensamientos negativos y recurrentes es formularnos tres preguntas: ¿Esto que estoy pensando me sirve o no? ¿Me hace sentir bien o me hace sentir mal? ¿Me abre los caminos o me los cierra?
“Si no me sirve, si me hace sentir mal y me cierra los caminos, ¿qué hago con ese pensamiento? Lo deshecho y lo reemplazo por otro que me abra posibilidades de acción. Las respuestas a las preguntas van a surgir de forma inmediata, y tal vez hay que dedicar unos instantes más a encontrar el nuevo pensamiento. Frente a la pandemia, podría ser algo así ‘De esta situación podemos salir fortalecidos’, ‘Enfoco mi mente en la solución’. Aunque este pueda parecer el peor momento, y sea tal vez el más desafiante, con las debidas herramientas, puede ser el mejor momento para volver a soñar; para crear nuevos proyectos, nuevas habilidades, nuevas maneras de relacionarnos, nuevas prioridades para ordenar la vida. Los grandes cambios de la humanidad, los grandes progresos, nacieron de momentos de incomodidad, de momentos difíciles”, sostiene De Andrés, quien se encuentra muy activa junto a Florencia Andrés en redes sociales como Instagram y Twitter.
Para afrontar las crisis, es necesario ser creativos, innovar, tener ideas nuevas. “Pero esto no sucede si permito que me inunden los juicios automáticos negativos. Entonces, es fundamental que sepamos que podemos detenerlos si nos transformamos en observadores de lo que pensamos. Y para cambiarlos otra técnica que puede ayudar es formularnos buenas preguntas”, recomienda De Andrés.
Y amplía: “Son preguntas que nosotros mismos podemos responder, por ejemplo: ‘A pesar de todo ¿Qué cosas están bien?’. Esto pregunta hace que te enfoques en motivos para agradecer, cambia tu química corporal; ‘¿Qué desafíos me presenta este tiempo?’ Hablemos de desafíos en lugar de problemas. A la mente le gustan los desafíos; ‘¿Qué nuevas habilidades puedo desarrollar para dar respuesta a este contexto diferente?’ Las crisis pueden despertar talentos dormidos; ‘¿Cómo puedo innovar?’ Significa hacer algo diferente a lo que venía haciendo; ‘¿Dónde está la oportunidad?’ Me ayuda a enfocarme en la solución - Lo que busco es lo que encuentro. Son todas preguntas que implican reflexión y son poderosas: ayudan a que enfoquemos nuestra mente, nuestros pensamientos, a buscar o crear la salida”.
Dice Nabhen: “Observar esta situación en perspectiva nos ayuda a transitarla con mayor liviandad. Cabe recordar otros períodos difíciles de nuestras vidas, que todos los hemos tenido, y valorar cómo nos hemos recuperado de ellos. A veces, subestimamos nuestras propia flexibilidad y resiliencia. Necesitamos soltar la ilusión de control sobre esta situación en enfocarnos en aquello sobre lo que tenemos influencia sin la intermediación de un tercero. Podemos desarrollar habilidades, podemos fortalecer nuestros vínculos, podemos cultivar nuestra determinación. Todas decisiones personales que nos permiten tomar impulso y afrontar esta pandemia con un mayor sentido de autonomía y fortaleza personal”.
Goldberg agrega. “Todos tenemos cartas para jugar. En pandemia, te quitan algunas cartas ganadoras, algunos comodines pero, con lo que hay, hay que tratar de ganar el juego. Uno lo que tiene que tratar es de optimizar, de valorar los recursos que tiene y resignificar la vida. sobre todo, valorar lo que sí tiene; hay que tener una actitud proactiva frente a la vida”, dice.
Asimismo, De Andrés también pone el foco en rutinas o ejes rectores para el día a día: decidir en qué área de la vida se quiere producir un impacto positivo en 2021; escribir objetivos para esas áreas con fecha límite, empezar por objetivos pequeños; visualizar los objetivos más importantes de forma diaria, unos minutos alcanza; apartarse de gente con hábitos tóxicos; cultivar la mente: leer durante 20 minutos todos los días algo que inspire; entrenar el cuerpo (20 minutos de movimiento alcanza para bajar la ansiedad); cultivar el espíritu (rezar, meditar, agradecer, que sea tu rutina diaria, cambia tu química corporal); todos los días, antes de irse a dormir, escribir tres motivos para agradecer.
Cuando se quiebran las estructuras formales, queda una gran cantidad de cabos sueltos y es el momento de explorar otras opciones para reconectarlos, añade Abadi. Por eso, sostiene que es necesario retejer la red, lo que implica sumergirse en el caos, capturar esos cabos y organizarlos, enlazando ideas que parecían incompatibles, relacionándonos con personas con la que no creíamos tener nada en común. Incluso, descubriendo un nuevo modo de compartir con nuestros seres queridos, con la gente con la que trabajamos, con el mundo. “Cuanto más aislados estamos físicamente más necesitamos abrirnos, escuchando a quienes piensan diferente, creando nuevas redes de pertenencia, vitales, colaborativas, asociativas y solidarias”, cierra.
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