Lejos de terminar la pandemia con la llegada de varias vacunas, el mundo sigue sumido en un océano de contagios y preocupaciones por el crecimiento de infectados y muertos por COVID-19. Muchos países ricos todavía tienen problemas sanitarios con internaciones en camas de terapia intensiva y miles de contagios diarios, a pesar de tener millones de habitantes vacunados y un ritmo de inoculación alto.
Es así que después de más un año de aislamiento, muchas personas que han desarrollado una comprensión íntima de lo que significa aislarse socialmente tienen miedo de volver a sus vidas anteriores a pesar de estar completamente vacunadas. Y ni que hablar por supuesto de quienes viven en países con escasa o nula llegada de vacunas, en donde lo más recomendable es seguir confinado y aislado en la casa.
Tanto para los vacunados que tienen miedo a salir ya que las vacunas no son 100% efectivas para evitar contagios de coronavirus o para quienes no se han vacunado, existe un nombre científico para describir esa situación de encierro: “el síndrome de la cueva o cabaña”.
En diálogo con Infobae, el doctor Pedro Horvat, médico psiquiatra y psicoanalista (M.N. 70.936) explicó: “El nombre del síndrome de la cueva o cabaña aparentemente provendría de experiencias de cazadores en los Estados Unidos que se refugiaban en cabañas del bosque frente a alguna tormenta o peligro determinado, animales salvajes por ejemplo, que luego, aun cuando aparentemente ya había cesado el peligro tenían miedo a salir”.
“Nos referimos a un estado anímico, mental y emocional que se ha estudiado en personas que, tras pasar un tiempo en reclusión forzosa, han tenido dificultades para volver a su situación previa al confinamiento”, precisó Horvat.
Y agregó: “Esto aplicado al caso de la cuarentena y lo que nos pasa a nosotros es que es cierto que hay muchas personas que dicen que aún habilitado el permiso para salir les da miedo o les produce angustia. Esta angustia tiene dos orígenes diferentes: uno real, no tenemos la vacuna ni el remedio contra el COVID-19, por lo tanto vamos a salir a la calle y no sabemos si la persona que está cerca tiene el virus, si un objeto que estoy agarrando o mis propias manos han estado en contacto con el virus, es decir hay una parte de la angustia que tiene que ver con el peligro real”.
Para el profesional, “por más de que usemos barbijos, guardemos distanciamiento social, va a haber algo de paranoia y un poquito de hipocondría que todos vamos a compartir, el temor, la desconfianza, de no saber si nos hemos acercado demasiado, si nos llevamos las manos a la cara, etcétera, sumado al hecho de que es una enfermedad potencialmente muy grave, no son evidentes los síntomas de quien está contaminado y no tenemos cura, entonces todo esto transforma al COVID en un fantasma que sobrevuela permanentemente”.
La doctora Jacqueline Gollan, profesora de psiquiatría y ciencias del comportamiento en la Northwestern University, explicó en Scientific American que adaptarse a la nueva normalidad, sea lo que sea, llevará tiempo: ”Los cambios relacionados con la pandemia crearon mucho miedo y ansiedad debido al riesgo de enfermedad y muerte, junto con las repercusiones en muchas áreas de la vida. A pesar de que una persona puede estar vacunada, todavía puede tener dificultades para dejar de lado ese miedo porque está sobrestimando el riesgo y la probabilidad”
Un estudio reciente de la Asociación Estadounidense de Psicología informó que el 49 por ciento de los adultos encuestados anticiparon sentirse incómodos al regresar a las interacciones en persona cuando termine la pandemia. Encontró que el 48 por ciento de los que recibieron la vacuna COVID dijeron que se sentían de la misma manera. Estos efectos psicológicos a largo plazo no fueron imprevistos. En mayo de 2020, investigadores de la Universidad de Columbia Británica publicaron un estudio en la revista Anxiety que predijo que aproximadamente el 10 por ciento de las personas en medio de la pandemia desarrollarán el síndrome de estrés COVID después de hacer frente a problemas psicológicos graves, como el estrés postraumático, trastorno (PTSD) o trastornos del estado de ánimo o de ansiedad.
Alan Teo, profesor asociado de psiquiatría en la Universidad de Ciencias y Salud de Oregon, atribuye el síndrome de la cueva a tres factores: hábito, percepción de riesgo y conexiones sociales. “Tuvimos que aprender el hábito de usar máscaras, el distanciamiento físico o social, no invitar a la gente”, dice. “Es muy difícil romper un hábito una vez que se lo adquiere. Existe esta desconexión entre la cantidad real de riesgo y lo que la gente percibe como su riesgo. Hay un enfoque en “el riesgo de infección y muerte en lugar del riesgo de morir por estar solo y desconectado”, apuntó el experto.
Las personas se resisten a reanudar sus vidas anteriores al COVID por diferentes razones. Algunos todavía tienen un miedo extremo a la enfermedad, mientras que otros no quieren renunciar a lo que encontraron que eran los beneficios positivos que obtuvieron del aislamiento forzado y la soledad.
El estudiante de pregrado de la Universidad de California en Los Ángeles, Génesis Gutiérrez, descubrió que en realidad ha preferido su estilo de vida pandémico, especialmente el dinero que ha ahorrado al asistir virtualmente a la universidad. “La vida después de la pandemia significa que tendría que mudarme a Los Ángeles nuevamente y pagar un apartamento ridículamente caro para ir a clases a las que he podido ir en mi casa”, dice. “He podido trabajar desde casa, hacer cosas fuera del ámbito académico y aprender más sobre mí mismo”.
¿Las personas que padecen el síndrome de la cueva necesitan tratamiento profesional o solo un poco más de tiempo de adaptación? La profesora Gollan de Northwestern dice que todo depende del nivel de gravedad. Si una persona tiene síntomas de cansancio, depresión o ansiedad, aconseja medidas que le brinden un sentido de propósito en la vida: meditación, trabajo de fe, oración, tocar o escuchar música.
El tratamiento para los niveles más extremos de ansiedad requiere una psicoterapia eficaz con un profesional de la salud mental que pueda ofrecer terapia cognitiva u otros tratamientos que expongan gradualmente a una persona a una situación estresante para resolver sus miedos. A veces también se pueden usar medicamentos prescripto por profesionales médicos.
Para el doctor Alberto Cormillot las personas que sufren este síndrome “tienen que hacer la exposición al mundo exterior muy de a poco y teniendo en cuenta todos los cuidados. Este síndrome se da más en personas que tienen algún tipo de fragilidad emocional, los que ven mucha noticias están más predispuestos a tener visiones más catastróficas, por la sobreinformación, además de que está la información confusa, las fake news y el exceso de información, y con esto las personas que tienen desregulación emocional se desregulan más todavía”, explicó.
Para el doctor Cormillot, “lo recomendable es salir a la calle de a poco, ver a alguien conocido, que cada persona esté en contacto con la misma persona, el famoso sistema de la burbuja, salir con alcohol en gel, barbijo y máscara e ir viendo, cómo uno se siente cómodo”.
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