La relación de ayuda implica una interacción entre dos o más personas, con los roles bien definidos. Una parte solicita ayuda y la otra la presta. Como cualquier relación, implica una interacción emocional. La exposición a pacientes en situación de trauma, sufrimiento y malestar emocional que demandan ayuda puede representar una fractura emocional difícil de gestionar por parte del personal sanitario. Esto es fatiga por compasión, también denominada desgaste por empatía.
Se estima que cuando finalice la pandemia de COVID-19 se duplicará la prevalencia de trastornos mentales y emocionales en el colectivo de profesionales de la salud. A excepción de las unidades de cuidados paliativos, los profesionales han estado muy preparados para curar. Pero quizás no lo suficientemente dotados de herramientas personales para la gestión de las propias emociones cuando el objetivo terapéutico se debe centrar en cuidar, en vez de “luchar” contra una enfermedad, siendo el paciente el campo de batalla.
Las circunstancias de la pandemia de COVID-19 han hecho que los equipos sanitarios hayan tenido que priorizar. Es una situación de emergencia por alud de demandas y riesgo de alto contagio, y lo primero que ha “caído” de la estructura del engranaje “Equipo sanitario–paciente–familia” ha sido esta última: la familia.
El sistema sanitario, tensado más allá de sus límites, también ha tenido que dejar de lado el cuidado a los propios profesionales de la salud. Incluso en muchos equipos, este cuidado ha sido inexistente en situación de normalidad previa a la pandemia.
La fatiga por compasión es una forma de estrés secundaria de la relación de ayuda terapéutica. Se presenta cuando se desborda la capacidad emocional del profesional sanitario para hacer frente al compromiso empático con el sufrimiento del paciente. El término fue acuñado por Joinson en 1992. Se refirió a un síndrome observado en el personal de enfermería que atendía a pacientes con enfermedades potencialmente amenazantes para sus vidas.
Este síndrome afecta en mayor medida al personal sanitario que está en lo que se denomina popularmente “primera línea” de atención. Involucra a aquellos que tienen más contacto humano con el paciente que sufre y que teme por su vida a causa de la enfermedad.
En este contexto, se entiende por compasión el sentimiento de gran simpatía y pesadumbre por otra persona afectada por un gran sufrimiento. Un sentimiento muy humano que se manifiesta junto a un deseo personal de aliviar el malestar emocional del enfermo, o de eliminar su causa.
La ayuda a los demás satisface necesidades altruistas. La satisfacción por compasión proviene de una motivación (vocación) intrínseca y aporta plenitud en el plano espiritual del profesional sanitario. Poder llegar a sentir la satisfacción por compasión implica dotarse de fuerza y esperanza para hacer frente al sufrimiento ajeno. La satisfacción por compasión dota al profesional de una gran resiliencia. Por el contrario, no conseguir sentirla deriva en desesperanza y frustración, llegando incluso a incapacitar al profesional para el ejercicio de sus funciones.
Alertas sobre la empatía
La investigación sobre lo que se desencadena este tipo de fatiga apunta a cuatro factores principales: autocuidado nulo o insuficiente; traumas no resueltos en el pasado, frecuentemente parecidos a la situación del paciente; dificultades para gestionar la presión asistencial y el estrés y falta de satisfacción en el trabajo. Para la evaluación de la fatiga por compasión se utiliza el ProQOL – IV (Professional Quality of Life. Compassion Satisfaction and Fatigue Subscales, de Hudnall Stamm, 1997-2005. Incluye las variables de satisfacción por compasión, burnout y fatiga por compasión.
Los síntomas psicológicos de la fatiga por compasión son varios, y a menudo son inadvertidos o no relacionados con este síndrome. Se manifiestan en forma de ansiedad, disociación, ira, trastornos del sueño y pesadillas, y sentimiento de impotencia.
En cuanto a los síntomas somáticos, se manifiestan en forma de dolor de cabeza, aumento o disminución de peso, náuseas, mareos, pérdidas de conocimiento y, en algunos casos, dificultades auditivas.
Son frecuentes también los síntomas psicosociales tales como el abuso farmacológico, abuso de sustancias, sobrealimentación, evitar o dedicar menos tiempo a los pacientes y la aparición de sarcasmo, cinismo e irritabilidad.
Como en todos los casos, idealmente sería adecuado prevenir. El primer objetivo psicoterapéutico debe ser el reconocimiento del fenómeno emocional y la conciencia plena sobre los síntomas y los factores de riesgo individuales.
El autoconocimiento no evitará sentir las emociones naturales por exposición al intenso dolor y malestar emocional de los pacientes, pero tendrá una mayor capacidad de afrontamiento de la situación.
En una supervisión clínica también se aprenderá a tener los límites profesionales bien definidos. “Ello no implica la más mínima pérdida de humanidad en la relación con el paciente, sino todo lo contrario. Autopercibirse más estable y seguro en un encuadre terapéutico adecuado, hará al profesional más humano con los pacientes y compañeros”, asegura Enric Soler Labajos, profesor del Posgrado de Atención a Personas con Enfermedad Avanzada y sus Familiares de la Universitat Oberta de Catalunya.
La autoconciencia, la aceptación de la situación, los hábitos de autocuidado (incluido el compromiso de uno mismo con su propia supervisión) y el fomento de unas redes de apoyo personal y profesional sólidas también serán objetivos terapéuticos de la supervisión clínica.
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