La gran mayoría de las personas que se infectan con el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, que causa la enfermedad COVID-19, tiene síntomas leves a corto plazo, enfermedad respiratoria aguda o posiblemente ningún síntoma.
Pero algunas personas, luego de su recuperación, siguen teniendo síntomas de larga duración después de la infección y es lo que los médicos denominan COVID prolongado. Las secuelas reportadas en todo el mundo incluyen fatiga, latidos cardíacos acelerados, niebla mental, falta de aliento, dolor en las articulaciones, pensamiento confuso, pérdida persistente del sentido del olfato y daños en el corazón, los pulmones, los riñones y el cerebro.
Es probable que parte del daño sea un efecto secundario de tratamientos intensivos como la intubación, mientras que otros problemas persistentes podrían ser causados por el propio virus. Pero los estudios preliminares y la investigación existente sobre otros coronavirus sugieren que el virus puede dañar múltiples órganos y causar algunos síntomas inesperados.
La evidencia de brotes de coronavirus anteriores, especialmente la epidemia del síndrome respiratorio agudo severo (SARS), sugiere que estos efectos pueden durar años. Y aunque en algunos casos las infecciones más graves también causan los peores impactos a largo plazo, incluso los casos leves pueden tener efectos que cambian la vida, en particular un malestar persistente similar al síndrome de fatiga crónica.
Y lo que se observa es que la probabilidad de que un paciente desarrolle síntomas persistentes es difícil de precisar y no estaría relacionado con que la persona haya presentado un cuadro grave de la enfermedad.
Así lo confirmó un reciente estudio realizado en el Hospital Northwestern Memorial de Chicago que atiende a unos 60 nuevos pacientes al mes, en persona y por telemedicina, centrado en síntomas neurológicos a largo plazo en personas que nunca estuvieron lo suficientemente enfermas a nivel físico de COVID-19 como para necesitar hospitalización. El estudio de 100 pacientes de 21 estados, publicado el 23 de marzo en The Annals of Clinical and Translational Neurology, encontró que el 85 por ciento de ellos experimentaron cuatro o más problemas neurológicos como confusión mental, dolores de cabeza, hormigueo, dolor muscular y mareos.
“Estamos viendo que a personas muy funcionales, acostumbradas a realizar múltiples tareas al mismo tiempo y que están en la plenitud de sus capacidades, de repente todo les cuesta y es una lucha muy dura para ellos”, señaló Igor J. Koralnik, jefe de enfermedades neuroinfecciosas y neurología global de Northwestern Medicine, quien supervisa la clínica y es el autor principal del estudio.
El informe, en el cual la edad promedio de los pacientes fue de 43 años, subraya la comprensión emergente de que, para muchas personas, la COVID-19 prolongada puede ser peor que sus episodios iniciales con la infección, por su compleja y persistente serie de síntomas.
“Necesitamos pautas clínicas sobre cómo debería ser la atención de los sobrevivientes de COVID-19”, explicó Nahid Bhadelia, médico especialista en enfermedades infecciosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, que ha impulsado una clínica para ayudar a las personas con COVID- 19. “Eso no puede evolucionar hasta que cuantifiquemos el problema”.
Pero, ¿cuál es la causa de este fenómeno? “El virus SARS-CoV-2 causante de COVID-19 entra a las células que infecta a través de la unión con un receptor específico llamado ‘enzima convertidora de la angiotensina’ (ACE2 del inglés) que normalmente tiene una función relacionada con el sistema cardiovascular, la regulación de la presión arterial y la modulación del sistema inflamatorio celular”, explicó a Infobae el médico neurólogo Conrado Estol (MN 65005), quien ahondó: “El ACE2 regula los efectos de una hormona llamada angiotensina II, que aumenta la presión arterial e inflamación causando daño en los tejidos. Cuando el virus que causa COVID-19 se une al ACE2, impide que este regule los efectos negativos de la angiotensina II y esto lleva al daño celular”.
El problema -según Estol- “es que casi todos los órganos y todo el sistema circulatorio del cuerpo tiene receptores ACE2 lo que explica que el virus cause lesiones en diferentes órganos y en el sistema circulatorio”.
Y es que el COVID-19 a menudo ataca primero a los pulmones, pero no es simplemente una enfermedad respiratoria, y en muchas personas, los pulmones no son el órgano más afectado.
¿Cuál es el síntoma que más persistió? “Fatiga. Las personas se sienten agotadas incluso por esfuerzos mínimos. Se sienten sin energía. Las razones que explican esto aún están bajo escrutinio: tanto las dimensiones físicas como psicológicas deben investigarse más a fondo”, había señalado a este medio el Dr. Angelo Carfì.
La doctora Allison P. Navis, quien no participó en el estudio y es médica especializada en enfermedades neuroinfecciosas del Sistema de Salud Mount Sinai de Nueva York, dijo que alrededor del 75 por ciento de sus 200 pacientes poscovid experimentan problemas como “depresión, ansiedad, irritabilidad o algunos síntomas del estado de ánimo”.
Este mes, un estudio que analizó registros médicos electrónicos en California descubrió que casi un tercio de las personas que sufren de síntomas prolongados de COVID-19 —como dificultad para respirar, tos y dolor abdominal— no tuvieron ningún indicio de la enfermedad en los primeros 10 días tras haber dado positivo por el coronavirus. Encuestas creadas por grupos de pacientes también han encontrado que muchos sobrevivientes de COVID-19 con síntomas a largo plazo nunca fueron hospitalizados por la enfermedad.
En el estudio de Northwestern, muchos experimentaron síntomas que fluctuaron o persistieron durante meses. La mayoría mejoró con el tiempo, pero hubo una amplia variación. “Algunas personas, tras dos meses, están recuperadas un 95 por ciento; mientras que otras, tras nueve meses, solo tienen un 10 por ciento de recuperación”, afirmó Koralnik. Los pacientes estimaron que cinco meses después de contraer el virus, se sentían recuperados en solo un 64 por ciento.
Por todo el país, los médicos que tratan a personas con síntomas neurológicos posteriores a la COVID-19 afirman que las conclusiones del estudio reflejan lo que han estado viendo. “Debemos tomarnos esto en serio. Podemos dejar que las personas empeoren y la situación se complique más o podemos realmente darnos cuenta de que tenemos una crisis”, precisó la doctora Kathleen Bell, presidenta del departamento de Medicina Física y Rehabilitación del Centro Médico de la Universidad de Texas Southwestern, quien no estuvo involucrada en la nueva investigación. Bell y Koralnik dijeron que muchos de los síntomas se parecían a los de personas que habían tenido conmociones o lesiones cerebrales traumáticas o de pacientes que habían experimentado “nubosidad mental” tras recibir quimioterapia.
En el caso del COVID-19, sostuvo Bell, los expertos creen que los síntomas son causados por “una reacción inflamatoria al virus” que puede afectar tanto al cerebro como al resto del cuerpo. Y, según Bell, tiene sentido que algunas personas experimenten múltiples síntomas neurológicos al mismo tiempo o en cúmulos, porque “hay espacio limitado en el cerebro y hay mucho solapamiento” en las regiones encargadas de diferentes funciones cerebrales. “Si tienes alteraciones inflamatorias, bien podrías tener efectos cognitivos y cosas como efectos emocionales. Es muy difícil tener solo un problema neurológico sin tener varios”, agregó.
Cuando los síntomas apuntan a un órgano específico, la investigación es relativamente sencilla. Los médicos pueden examinar el flujo eléctrico alrededor del corazón si alguien sufre palpitaciones. O pueden estudiar la función pulmonar (elasticidad de los tejidos e intercambio de gases) donde la dificultad para respirar es el síntoma predominante. Para determinar si la función renal se ha deteriorado, los componentes del plasma sanguíneo de un paciente se comparan con los de su orina para medir qué tal filtran los riñones los productos de desecho.
Pero más difícil de explorar es el síntoma de fatiga, cansancio, niebla mental y muchos otros más que preocupan cada vez más a los especialistas y a los propios pacientes.
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