Investigadores de las universidades de Notre Dame, Johns Hopkins, la Universidad Estatal de Ohio y la Universidad de Florida identificaron redes de genes que regulan el proceso responsable de determinar si las neuronas se regenerarán en ciertos animales, como el pez cebra. Los autores señalan que este hallazgo, en principio, prueba que es posible regenerar las neuronas de la retina, y creen que el proceso de regeneración de neuronas en el cerebro puede ser similar.
Descubrieron que el proceso de regeneración solo requiere que el organismo “vuelva a encender” sus primeros procesos de desarrollo. Además, los investigadores pudieron demostrar que durante la regeneración del pez cebra, la glía de Müller también atraviesa la gliosis, lo que significa que los organismos que pueden regenerar las neuronas de la retina siguen un camino similar al de los animales que no pueden.
Si bien la red de genes en el pez cebra fue capaz de mover las células de la glía de Müller de la gliosis al estado reprogramado, la red de genes en un modelo de ratón bloqueó la reprogramación de la glía de Müller. A partir de ahí, los investigadores pudieron modificar las células de la glía de Müller del pez cebra a un estado similar que bloqueó la reprogramación y al mismo tiempo lograron que un modelo de ratón regenerara algunas neuronas de la retina. Los autores continúan investigando con el objetivo de identificar la cantidad de redes reguladoras de genes responsables de la regeneración neuronal y exactamente qué genes dentro de la red son responsables de regular la regeneración.
Las “neuroglias”, “células gliales” o simplemente “glías” son células que se encuentran en nuestro tejido nervioso. No solo del cerebro: también están en los nervios periféricos que recorren el cuerpo. Un nuevo documento a cargo de Eduardo García Laredo, experto en Neurociencia Cognitiva y Educación de la Universidad Camilo José Cela, analiza el protagonismo que estas células adquieren en la interpretación de algunos trastornos mentales.
A lo largo de la historia, todas las células de nuestro cerebro que no eran catalogables como neuronas (es decir, que carecen de la capacidad de enviar impulsos eléctricos, que no son eléctricamente excitables) se clasificaban como glía. No son pocas las células que caen dentro de esa etiqueta. Si se consdera que hay unos 100 billones de neuronas en el cerebro, hay diez veces más de células gliales. En general, se sabe que su porcentaje, la cantidad de glía por neurona, aumenta de forma exponencial según la complejidad del organismo. Esto la transforma en un elemento clave.
Clasificar a todas esas células como glía, sin más, convirtió a esta palabra en un término genérico y vago. Englobaba a demasiados tipos de grupos de células muy diferentes, y de muy diversos orígenes. Esto no era debido a la complejidad histórica que suponía descubrir y estudiar la glía. Con el tiempo se hicieron necesarias nuevas clasificaciones. Algunas se basaban en su tamaño: la macroglía –como los astrocitos y oligodendrocitos– y la microglía. También en su localización: sistema nervioso central o sistema nervioso periférico.
Antiguamente, se suponía que el principal papel de la glía era la simple sujeción de la neurona, el de unir y crear la estructura interna del cerebro. Si el cerebro fuera un árbol de Navidad, las glías serían el árbol y las ramas, y las neuronas serían los adornos. No en vano, la palabra glía viene del griego λοία, que se traduce como “unión o pegamento”. Neuroglia vendría a significar el “pegamento de las neuronas”.
A día de hoy, cada vez se hace más patente que la función de la microglia no es la de únicamente sostener a las neuronas y ser el pegamento cerebral. Son células “ayudantes” que pueden influir de forma importante la maduración y funcionamiento habitual de las neuronas. Hoy se sabe que cada una de esas glías tienen funciones muy especializadas. La microglía es un macrófago del cerebro que, entre otras tareas, detectan infecciones y tomar medidas inmunitarias. Los astrocitos tienen varias funciones, como la de alimentar a las neuronas y ayudar a enviar sus señales.
Cuando hay un funcionamiento no del todo adecuado en la función neural, ¿es realmente la neurona la que falla o es que sus ayudantes no hacen correctamente su trabajo? ¿O fallan ambas?
La gran mayoría de las investigaciones tienden a señalar que la glía juega su papel en la actividad de las neuronas en bipolaridad y en esquizofrenia. La respuesta exacta es más difícil de lo que parece. Es muy complejo obtener respuestas rotundas con tantos condicionantes. Varios estudios han encontrado disminuciones del número y cantidad de células gliales en personas que han sufrido episodios afectivos graves (principalmente, en la corteza prefrontal). Tampoco se puede descartar que la activación de las células gliales influya enormemente en la síntesis de neurotransmisores tan importantes como la serotonina y en la misma plasticidad neuronal (que sería la capacidad del cerebro de modificar su estructura y función).
Por desgracia, todavía queda un largo camino hasta poder llegar a conclusiones firmes. Aun así, parece más que evidente que el conocimiento de la glía ayudará enormemente a descubrir y establecer nuevas relaciones entre cerebro y comportamiento, y que podrá abrir las puertas a nuevas investigaciones y formas de tratamiento de afecciones físicas, psicóticas y afectivas.
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