La OMS reitera que la enfermedad COVID-19 en la mayoría de las veces, se caracteriza por tener una evolución favorable y síntomas leves (más del 80% de los casos). No obstante cuando la sociedad asiste cada día a ver u oír por los medios la cifra de fallecidos, tal vez interprete que “el árbol caído no deja ver al bosque del buen pronóstico” que en general parece tener esta afección.
Muchas enfermedades entrañan mayor mortalidad y no suscitan la preocupación del coronavirus. Un ejemplo de aquellas es el paludismo enfermedad que la OMS estima que en 2018 hubo 228 millones de casos de malaria en todo el mundo con 405.000 personas fallecidas. Y los viajeros a zonas de malaria son considerados individuos de riesgo de contraer esta infección puesto no existe una efectiva vacuna contra la misma.
El paludismo o malaria no es percibida como “una amenaza por quienes visitan esas zonas” y difícilmente la gente cambia el destino de sus vacaciones por la acechanza de esta afección, pero por otro lado algunos parecen sentirse alarmados de estar cerca de profesionales que asistieron pacientes COVID-19, habiéndose presentado verdaderos actos discriminatorios contra los mayores “héroes de la pandemia”: los trabajadores de la salud.
Si bien ningún dato…ninguna tasa parecen definitorios en tiempos de pandemia, el número de afectados y el de los fallecidos son bastantes confiables a la hora de magnificar sus azotes.
La tasa de letalidad combina estas dos variables y tiene en cuenta cuantos fallecen de COVID-19 por cada 100 personas diagnosticadas de esta infección. Existe consenso que la tasa de letalidad podría llegar a ser más baja que la difundida en tiempo real, dada la limitación que existe en todas partes del mundo de acceder a la totalidad de los diagnósticos de COVID-19 debido a la existencia de portadores asintomáticos del virus. En la medida en que aumenten los diagnósticos, los fallecidos se diluirían en un número mayor de infectados y la tasa descendería.
La tasa de letalidad reportada en Argentina es aceptablemente baja, de alrededor del 2%. Si bien no se dispone al momento actual de un tratamiento especifico aprobado que combata directamente el virus han mejorando las modalidades de manejo de los pacientes desde que comenzó la epidemia en China, ésto está favoreciendo el pronóstico, particularmente de los pacientes graves. Hoy contamos con anticoagulantes, corticoides y plasma de convaleciente que parecen estar beneficiando el curso de la enfermedad y disminuyendo la letalidad de los casos que requieren terapia intensiva.
Expertos internacionales opinan que cuando todo transcurra, probablemente la tasa de letalidad de COVID-19 sea del 1% o menos, similar a la de la gripe.
Otra tasa de referencia es la de mortalidad –ésta se calcula por cada millón de habitantes –tomando como referencia a la población total, es decir la cantidad de fallecidos en una población en un espacio de tiempo determinado. Dicha tasa apareció como un marcador más eficaz que la de letalidad para medir el impacto del coronavirus, pero tropieza también con otros inconvenientes. ¿Los fallecidos detectados por COVID-19 son realmente el total de fallecidos por esta enfermedad o existe la posibilidad de más óbitos y que los sistemas de salud no los capten?
En el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en Cambridge, científicos analizaron datos de pruebas COVID-19 de 84 países sugiriendo que las infecciones globales fueron 12 veces más altas y las muertes un 50% más altas de lo reportado oficialmente. “Hay muchos más casos de los que indican los datos. Como consecuencia, hay un mayor riesgo de infección de lo que la gente puede creer que hay”, ha manifestado John Sterman, coautor del estudio.
¿Cómo resulta posible que existan más muertes de las que se conocen? ¿Cómo es posible que una enfermedad respiratoria febril que en sus casos severos compromete el pulmón, pueda pasar desapercibida incluso en ámbitos de sistemas de salud con aceitadas estructuras de diagnóstico? La respuesta es que no siempre se presenta así, es más, con el avance de la pandemia hemos conocido de que su presentación y desarrollo pueden ser proteiformes y eventualmente solapados. Desde hace algunos meses se ha ido conociendo cada vez más sobre COVID-19, por ejemplo de que afecta no solo los pulmones, sino también los riñones, el corazón, los intestinos, el hígado y el cerebro, pudiendo presentarse con manifestaciones muy variadas como: accidentes cerebrovasculares, problemas trombóticos secundarios a estado de hipercoagulabilidad producido por el virus entre otras.
Suponiendo que la gente del MIT esté en lo cierto podría haber defunciones por COVID-19 no reportadas, pero serían de menor magnitud que los casos no diagnosticados de infección, sesgándonos así el cálculo de la tasa de letalidad que resultaría por ende; según este análisis; consistentemente mucho menor aún que la difundida.
El desasosiego parece haber cosechado sus frutos en la población a la hora de percibir las fatalidades por coronavirus, particularmente entre quienes son mayores de edad o tienen factores de riesgo para presentar formas severas de infección, ello convive con un nivel de alerta más bajo frente a SARS Cov 2 por parte de determinados grupos; sobre todo personas jóvenes; quienes suelen demostrar cierta impasibilidad frente a los riesgos que pueden suscitar la exposición al virus, quebrando el aislamiento social preventivo.
Son entendibles la perplejidad y la ansiedad dado que esta nueva plaga ha vulnerado nuestra zona de confort y estabilidad enfrentándonos a lo desconocido y despojándonos de lo que más nos une y caracteriza como seres humanos “nuestra sociabilidad”. La tasa de letalidad por coronavirus probablemente concluya menor a la difundida por las estadísticas y tal vez mucho menor a las que año tras año se produce por otras enfermedades infecciosas no percibidas como un peligro real, no deberíamos entonces “preocuparnos” sino “ocuparnos” a través del mantenimiento de aquellas medidas que han demostrado utilidad: como son el distanciamiento social, el uso del barbijo y el frecuente lavado de manos; hoy por hoy; herramientas fundamentales para alejarnos de COVID-19.
-Profesor Adjunto a Cargo de Enfermedades Infecciosas de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.
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