“En Brasil estamos preparados para lo peor”

En una entrevista con Infobae, el médico intensivista brasileño Alberto Hil contó cómo es la gran crisis sanitaria que atraviesa su país por el COVID-19. Sus padres se enfermaron, nunca supieron cómo se contagiaron y él los curó. "La edad es un factor de riesgo, pero la juventud no es un factor de protección”, advierte

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Alberto Hil: "En Brasil estamos preparados para lo peor" - EFE/Raphael Alves
Alberto Hil: "En Brasil estamos preparados para lo peor" - EFE/Raphael Alves

El mundo posa sus ojos sobre Brasil por su triste récord de contagios y muertes por coronavirus. Pero también, por la particular actitud tomada por su presidente, Jair Bolsonaro. Con más de 1,3 millones de casos y más de 55 mil muertos, ocupa el segundo lugar de los países a los que este virus está poniendo de rodillas. Le antecede Estados Unidos, que se convirtió en el epicentro de la pandemia, con más de 2,4 millones de casos.

En Brasil, los cinco Estados con más casos de COVID-19 son: San Pablo, Río de Janeiro, Ceará, Pará y Maranhão. Mientras que los que tienen el mayor número de muertes son los cuatro primeros, más Pernambuco.

En una entrevista con Infobae, el prestigioso médico intensivista brasileño Alberto Hil, quien se desempeña en el Hospital Universitário Walter Cantídio, perteneciente a la Universidade Federal do Ceará, en Fortaleza, contó en primera persona cómo es el drama que vive su país.

El médico intensivista brasileño, Alberto Hil
El médico intensivista brasileño, Alberto Hil

-¿En qué momento recuerda que empezó a preocuparse con la llegada del COVID-19 a Brasil?

-Me acuerdo muy bien porque quedó grabado en mi memoria. Vivo en Fortaleza y estamos muy cerca de Europa: muchos vuelos llegan a Brasil a través de esta ciudad. Un día llegué al hospital y noté que en Emergencias había muchas más personas que de costumbre. El coronavirus ya había llegado a San Pablo y a Río de Janeiro. Entonces, tuve una sensación distinta.

Lo primero que hice fue llamar por teléfono a mis padres, que son ancianos. Les pedí que no salieran de su casa y que no recibieran a nadie, porque estaba seguro de que el virus ya estaba en Fortaleza. Eso fue un viernes y al domingo siguiente, el Gobierno anunció que había 3 casos en Fortaleza. Esto me llamó la atención, ya que 10 días después mis padres, de 75 y 83 años, fueron diagnosticados con COVID-19. Me pregunté cómo podrían haberse contagiado, ya que estaban aislados desde antes de la llegada de los primeros casos al país.

El 15 de marzo, llegaron los primeros casos a Fortaleza y mis padres estuvieron dentro de esos casos. Mi sorpresa era total. Antes de saber del contagio, había llamado a mis cuatro hermanos para pedirles que ninguno fuera a verlos. Todos cumplimos y quedaron completamente aislados. Sin embargo, llamé todos los días a mis padres para ver cómo estaban y qué necesitaban para satisfacer sus necesidades diarias. Pero me decían que no era necesario que fuera, porque podían hacer las compras dentro del mismo condominio donde viven.

Dos días antes de empezar con los síntomas de COVID-19, mi padre se había aplicado la vacuna para la influenza. Luego vino la fiebre, por eso, le pedí que tomara mucha agua. Su respuesta me sorprendió: me dijo que no estaba tomando porque no sentía sabor a nada, un síntoma típico de esta enfermedad. En ese momento, supe que mi padre estaba enfermo de COVID-19.

No quise asustar ni a mi madre, ni a mi padre. Entonces, inventé a una pequeña historia para poder ayudarlos. Les dije que todas las personas se estaban haciendo el test, así que accedieron y se confirmaron mis sospechas: ambos estaban contagiados. Mi madre no tuvo ningún síntoma. Mi padre tuvo fiebre y anosmia. Felizmente, ninguno quedó con secuelas.

Los llamaba varias veces por día y hacía videollamadas para evaluarlos. Los traté como si fuera una gripe hasta que tuvimos el resultado positivo del test. Cuando llegaron al día 11 de la enfermedad, como no tenían tos ni falta de aire, me quedé con ellos en su casa. Me ocupé yo mismo de su tratamiento y recuperación.

Creo que algo los ayudó: se contagiaron cuando los casos recién estaban empezando a aparecer en Brasil y todavía había camas disponibles en los hospitales. A los pocos días, todos los centros de salud estaban colapsados. Un día, 4 hospitales privados en Fortaleza tuvieron que cerrar las puertas, porque ya no tenían camas disponibles.

En Fortaleza, el coronavirus tuvo una característica especial. En primer lugar, las personas contagiadas fueron las de clase alta, que se infectaron en sus viajes a Europa y los Estados Unidos. Pero después, comenzó la transmisión comunitaria. Estuvimos muy cerca de llegar a la situación de Italia, España e incluso Nueva York, donde hubo que racionar las camas y los respiradores, pero afortunadamente pudimos equiparnos bien y no nos pasó. Ahora estamos en una meseta y en una disminución de casos. Sin embargo, en el interior de Ceará, aún quedan muchos casos.

Un paciente contagiado de COVID-19 en el hospital de Manaos - EFE/RAPHAEL ALVES/Archivo
Un paciente contagiado de COVID-19 en el hospital de Manaos - EFE/RAPHAEL ALVES/Archivo

-¿Qué medidas sanitarias se tomaron en cada uno de los Estados, ya que algunas autoridades se oponen a la cuarentena y al distanciamiento social?

-En Brasil, hay una gran pelea política pero el gobierno estatal y municipal trabajan juntos. La Constitución de nuestro país permite que los Estados tomen sus propias medidas. Ceará está entre el segundo y el tercer puesto de los casos, por detrás de San Pablo y Río de Janeiro, que son los Estados con más población del país.

Cada Estado adoptó sus propias medidas, pero en Ceará tuvimos confinamiento y eso dio mucho resultado, ya que frenó la cantidad de casos.

El problema en sí no es la cantidad de casos, sino que no ocurran todos al mismo tiempo y se agote el sistema de salud. En muchos Estados se procedió a la reapertura de los comercios pero, con los rebrotes, tuvieron que volver a cerrar. Todo fue muy polémico ya que hay dos posturas: los que están a favor y los que están en contra, tanto de la cuarentena y como del distanciamiento social.

Río de Janeiro abrió sus playas pero, con el incremento de casos, tuvo que volver a cerrarlas. Desde el inicio de la pandemia, todo fue así en Brasil, con medidas equivocadas y que se van cambiando. En Ceará hoy estamos bien, con muy baja tasa de ocupación en Cuidados Intensivos y en Enfermería. Pero en San Pablo y Río de Janeiro la situación es muy compleja. También, hay Estados como Minas Gerais Paraná o Rio Grande do Sul, en los cuales casi no había casos pero ahora están aumentando en el sur y sudeste del país.

No quiero adentrarme en cuestiones políticas, pero hace varias semanas que estamos sin ministro de Salud. La persona que ocupa su cargo es un interino. No tengo una explicación para ello, pero creo debe haber muchos motivos políticos. No creo que sea por falta de información, porque los ministros que estaban en su cargo eran personas competentes y sabían lo que estaban haciendo. No se entiende por qué se tomaron ciertas medidas y conductas... Realmente no se entiende. Felizmente, cada Estado puede tomar sus propias medidas sanitarias.

-¿Qué ambiente se respira en las calles brasileñas con este virus y cómo se maneja el temor al contagio?

-Cuando el virus llegó a Brasil, las personas tenían mucho miedo porque era algo desconocido, aunque ya estaba en casi todo el mundo. En ese entonces, se caminaba por la calle y había muchísima tensión en todos lados: en el supermercado, en la farmacia.

Las personas se estaban preparado para esto, al igual que nosotros, los médicos, que teníamos que entrenarmos especialmente. De repente, las Unidades de Cuidados Intensivos se transformaron en Unidades de COVID-19. El entrenamiento y el equipamiento son fundamentales para perder el miedo a contagiarse.

Mis padres se contagiaron de coronavirus. Tengo dos hermanos que también son médicos pero que no trabajan como yo en áreas de riesgo. No tengo miedo del virus, porque hace mucho tiempo que trabajo en áreas de riesgo. Ahora es el coronavirus, pero antes fue la gripe H1N1, los brotes de influenza...

No tengo miedo por mí, pero tengo una mujer, hijos pequeños, padres ancianos... Esto hace que tome medidas de precaución aún mucho más rigurosas. En mi hospital, me ofrecí como voluntario para entrenar a colocar y retirar los equipos de protección individual (EPI), que es el momento más crítico y riesgoso.

Sepultureros trabajan durante el entierro de una persona que falleció de coronavirus, en el cementerio de Parque Taruma, en Manaos 
 REUTERS/Bruno Kelly
Sepultureros trabajan durante el entierro de una persona que falleció de coronavirus, en el cementerio de Parque Taruma, en Manaos REUTERS/Bruno Kelly

-¿Le temen a una segunda oleada?

-Esperamos lo mejor, pero todavía estamos preparados para lo peor. China, Estados Unidos y otros países han tenido una segunda oleada. Muchos hospitales crearon camas temporarias de Cuidados Intensivos.

En Fortaleza, tenemos un hospital que tenía 100 camas en Cuidados Intensivos y, en un momento, ese número se incrementó a 250. Los hospitales temporales siguen trabajando. Esperamos que la segunda oleada no nos llegue... pero seguro llegará. Estamos preparados. Ya no tenemos todo el miedo y la tensión del primer encuentro con el virus. Con el tiempo, hemos aprendido mucho.

Hemos visto medicaciones que, en un primer momento se pensaban que eran buenas, y luego se demostró que no lo eran, vimos el tema de la ventilación mecánica... Si llega la segunda oleada, ya estamos preparados. Estamos preparados para lo peor... Y sabemos que va a haber una segunda oleada.

-¿Cómo se combate la creencia de que el coronavirus no ataca a los jóvenes, o que si lo hace, es apenas un resfrío o una gripe simple?

-El caso más duro que me tocó fue el de un joven de 20 años, que estaba perfectamente sano antes de contagiarse de COVID-19. En sus últimos instantes, mi colega -que estaba de guardia- hizo una videollamada con la familia para que pudieran verlo por última vez y despedirlo. Pudieron rezar y darle el último adiós.

Sabemos muy poco del virus, porque hay personas mayores con condiciones previas de salud que se enfermaron gravemente, estuvieron con ventilación mecánica y hoy están en casa. Pero por otro lado, un joven amigo de mi familia fue al hospital con síntomas de gripe conduciendo su automóvil. Le hicieron una tomografía y directamente lo conectaron a un respirador. En algunos casos, la evolución del cuadro es sólo cuestión de horas.

Dos personas de la misma edad y con idéntico estado de salud, pueden reaccionar de un modo totalmente opuesto frente al COVID-19. Hay que desmitificar que esta es una enfermedad que sólo ataca a los ancianos, porque ataca a personas de todas las edades. Los jóvenes no están seguros por el sólo hecho de tener poca edad. Se sabe que la edad es un factor de riesgo, pero la juventud no es un factor de protección.

Tuve muchos pacientes entre 30 y 50 años, que eran totalmente sanos y no tenían ninguno de los factores de riesgo. Por eso insisto, la juventud no da protección. Tuvimos el caso del paciente totalmente sano de 20 años que ya le conté y no fue el único de esa edad que se enfermó. Hago trasplantes y, en el caso de los donantes de órganos de jóvenes de 20 o 30 años que habían fallecido por otras causas, hemos encontrado que muchos eran positivos de COVID-19. Por supuesto, cuando dan positivo, sus órganos no se pueden utilizar.

Tener hipertensión, diabetes o enfermedades pulmonares son factores de riesgo pero, el hecho de no tenerlas, no es una protección.

Una  popular calle comercial de San Pablo en medio del brote de COVID-19  REUTERS/Amanda Perobelli/File Photo
Una popular calle comercial de San Pablo en medio del brote de COVID-19 REUTERS/Amanda Perobelli/File Photo

-¿Cómo vive la muerte desde su lado profesional como intensivista y cómo ve que la afrontan en soledad los pacientes infectados?

-La muerte siempre fue una parte del día a día de los intensivistas pero, de la manera en la que está sucediendo ahora, es muy duro de afrontar. Aunque tengamos muchísimos años de trabajo en Cuidados Intensivos, no nos acostumbramos a la muerte.

Desde el lado de los pacientes, es importante que la familia esté al lado de los enfermos graves, porque eso ayuda a elaborar el duelo. Claro que esta enfermedad no lo permite y sólo pueden conectarse con videollamada. Para el paciente, es muy duro estar solo y lejos de su familia.

Antes de que entren a Cuidados intensivos y si los pacientes están conscientes, los comunicamos con su familia para que puedan hablarles. Muchas veces, ellos mismos nos piden esa llamada antes de entrar, porque saben que pueden recuperarse, pero también, que pueden morir. Si están inconscientes, somos nosotros quienes llamamos a los familiares para avisarles de su estado.

-¿Es cierto que entre el día 7 y el 10 de la enfermedad se define la gravedad del cuadro?

-Sí, así es. Si la persona está grave entre el día 7 y el 10, hay muchas chances de que el cuadro sea muy complicado. Después de haber entrado en contacto con el virus, los síntomas aparecen alrededor del quinto o sexto día. Si al final de la primera semana los síntomas permanecen -fiebre, tos o falta de aire- es porque el paciente tiene muchas chances de tener una inflamación muy grave.

Con los exámenes de laboratorio, nos damos cuenta si va a mejorar o empeorar. Incluso, una de las indicaciones para internar a los enfermos en el hospital, es la permanencia de los síntomas iniciales entre el día del 7 y 11.

Es importante tomar ciertos recaudos y darles medicación, para que no desarrollen fenómenos tromboembólicos, que son muy característicos y no reconocen edad: suceden en jóvenes y en ancianos.

-¿Qué piensa cuando ve que hay personas que no toman los recaudos de prevención, que minimizan la crisis y descreen de la enfermedad?

-Hace falta mucha concientización. Les pido que se queden en su casa, que sólo salgan las personas que hacen servicios esenciales. Es fundamental que usen barbijos y alcohol al 70%. A las personas que no creen que el coronavirus es lo que es, les sugiero que pasen por una Unidad de Cuidados Intensivos -eso no es posible, claro- pero sería la manera más directa de concientizarlos.

Me duele mucho cuando escucho que una persona minimiza a este virus, cuando todos los días veo cómo la gente pierde a sus seres queridos. Me duele mucho salir del hospital y ver grupos de tres personas o más, sin mascarillas, sin distanciamiento social y sin ningún tipo de recaudo. Me causa indignación, porque esas personas no saben lo que pasa dentro de una Unidad de Cuidados Intensivos.

Estas personas no se dan cuenta que, no solo se ponen en riesgo a ellas mismas, también ponen en riesgo a sus padres, a sus abuelos, a sus hermanos, a sus amigos.

-¿Qué piensa cada noche cuando se va a dormir?

.La pandemia está logrando que nos demos cuenta cuáles son las cosas que realmente importan en la vida. Pienso en mi familia, en mis hijos, en mi mujer. Cuando salgo del hospital tomo todas las precauciones no sólo por mí, por ellos. Llego a casa y paso mucho tiempo con mis hijos y mi esposa, porque eso es lo que realmente tiene valor.

Cuando me acuesto pienso en ellos y en las cosas positivas de mi trabajo. Todo el día atiendo a los pacientes y me la paso estudiando sobre el tema, así que cuando me acuesto, leo de cualquier otro tema menos de medicina. Pienso en los pacientes que conseguimos darles el alta, en la disminución de los casos... Sé que si no duermo bien, voy a estar cansado y eso me deja en más riesgo de contagiarme.

Hay muchas cosas negativas en el día de un médico que trabaja contra el COVID-19 y hay que entrenar a la mente para que no nos afecte. Pero no tengo dudas que la pandemia ha traído muchas cosas positivas, como la solidaridad. Juntos somos más fuertes y pasaremos por esto. Todos estamos intentando vencer al coronavirus.

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