Usar barbijos, no salir al exterior, cerrar puertas y ventanas, evitar actividades al aire libre. Las recomendaciones de la Secretaría de Salud de Rosario al millón de habitantes de esta ciudad del sur de Santa Fe no se dieron en abril de 2020 para evitar los contagios por COVID-19, sino hace pocos días para escapar a la elevadísima contaminación ambiental por humo emanado de las quemas intencionales en el delta del río Paraná.
En poco tiempo, la contaminación del aire se convirtió en un problema de salud pública y abrió un abanico de preguntas: cómo se mide la calidad del aire, cuán preparados deben estar los diferentes actores del sector de la salud para enfrentar esto y qué consecuencias tiene en lo inmediato respirar partículas nocivas ínfimas o no tan pequeñas, así como a mediano y largo plazo. Contar con un índice y un sistema de alertas puede servir, en un primer momento, para tomar medidas de cuidado de la salud. Y, es esperable, para pensar políticas de prevención y planes de acción para reducir la contaminación.
¿Cómo se mide la calidad del aire? Existen diferentes tecnologías, pero a nivel general consiste en montar, en puntos estratégicos, aparatos que detectan la presencia de material particulado, una mezcla de partículas líquidas y sólidas y de sustancias orgánicas e inorgánicas que se encuentran en suspensión en el aire. La presencia de este tipo de material , a partir de determinados valores de referencia, significa que el aire está contaminado.
Para llevar a cabo esta medición se necesitan instrumentos adecuados, estaciones de monitoreo equipadas con sistemas para recopilar y analizar la información y, finalmente, indicadores que ayuden a entender los resultados de estas mediciones. Luego es clave hacer un seguimiento y sistematización de la información generada, para que los datos puedan compararse y sirvan de base para las políticas de acá a los próximos años.
A finales del 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer nuevas directrices de calidad del aire respecto de seis contaminantes: partículas en suspensión (PM), ozono (O₃), dióxido de nitrógeno (NO₂), dióxido de azufre (SO₂) y monóxido de carbono (CO). Si bien establece niveles máximos recomendados, también habla de “metas intermedias” deseables para países que no puedan avanzar en estas mediciones.
En un escenario global marcado por una crisis climática evidente que ya deja huellas en todo el planeta, la contaminación atmosférica —que según la OMS provoca 9 millones de muertes al año— volvió a instalarse como un tema prioritario en la agenda de salud pública, aunque de manera dispar según los países. Chile es uno de los modelos de la región: tiene una red de decenas de estaciones cuyas mediciones pueden seguirse en tiempo real y de manera abierta en una web del Ministerio de Medio Ambiente (sinca.mma.gob.cl). Con un sistema de colores como los de un semáforo cualquier ciudadano puede acceder de forma inmediata a información sobre calidad del aire. También en base a esos datos se establecen alertas ambientales de ser necesario, como ocurrió en el área metropolitana de Santiago en junio pasado.
Ese día se dictó un “alerta ambiental preventiva” por polución que incluía medidas como la prohibición de calefaccionarse con leña, la modificación de las clases de educación física de alumnos (actividades menos exigentes o bajo techo) y normas de restricción vehicular según los números de las patentes.
Disparidad regional
Marcelo Mena Carrasco fue ministro de Medio Ambiente en Chile bajo la gestión de Michelle Bachelet y en la actualidad es CEO de The Global Methane Hub, un proyecto internacional que busca reducir las emisiones contaminantes de los combustibles fósiles, la producción agropecuaria y los residuos. Para el experto, Chile, México y Colombia son, en América Latina, los países que lideran el esfuerzo público por monitorear la calidad del aire al ser los que mayor cantidad de monitores tienen.
“En números objetivos, basado en el reporte de la OMS, son los países que lideran en este tema; Chile tiene más de 20 ciudades con medidas”, dice el experto y agrega que desde la Fundación Horizonte Ciudadano (creada por Bachelet para promover la intervención ciudadana en las políticas públicas y en las decisiones colectivas) han contribuido a sumar monitores en ciudades argentinas como Córdoba, Mendoza, Rafaela, General Pico y Quilmes.
“Esperamos colaborar con Buenos Aires y Rosario en el corto plazo porque falta muchísimo en medición”, agrega Mena Carrasco, para quien, la Argentina aún “está al debe” ya que no tiene norma de calidad de aire. “No medir no significa que no haya problemas. Significa que no se ha mirado el problema. Los datos nuestros no indican un problema grande en la Argentina, pero con incendios como los recientes, es claro que la gente tiene el derecho de saber si lo hay” señala.
En ese punto, agrega que es importante que la Argentina incorpore en el corto plazo normas claras en materia de calidad de aire, para lo cual el primer paso es contar con sistemas de medición, con el objetivo último de avanzar con mejores políticas públicas de salud.
Un problema en agenda
Para los científicos que estudian el clima global es altamente probable que el aumento previsto de la frecuencia y la duración de las olas de calor y de los incendios forestales empeore la calidad del aire en muchos rincones del planeta, con consecuencias obvias sobre la salud humana y sobre los ecosistemas. Desde la Organización Meteorológica Mundial (OMM) explican que esta interacción entre la contaminación y el cambio climático traerá una “sanción climática” extra a millones de personas, que ya viven en ciudades con altos niveles de polución atmosférica.
El sexto informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) incluye escenarios sobre la evolución de la calidad del aire a medida que la temperatura aumenta en el siglo XXI. Se ha evaluado que la probabilidad de que se produzcan incendios forestales catastróficos —como en Chile en 2017, en Australia en 2019 o en el oeste de los Estados Unidos en 2020 y 2021— aumentará entre un 40 % y un 60 % a finales de este siglo en un escenario de emisiones altas, y entre un 30 % y un 50 % en un escenario de emisiones bajas.
Esto significa que es muy probable que las olas de calor, cada vez más comunes debido al cambio climático, continúen provocando la degradación de la calidad del aire.
Derecho a la información ambiental
“Medir la calidad del aire es fundamental, es el corazón del Acuerdo de Escazú”. Mena Carrasco se refiere a un tratado internacional al que la Argentina adhirió, que garantiza el derecho ciudadano a acceder a información ambiental de calidad: “Se trata de transparencia en la información y respetar el derecho de saber qué respiramos, porque sin medición no hay descontaminación. Es la experiencia que conocemos con los cambios en Chile, China e India, donde medir marcó la diferencia”.
Antonella Risso forma parte de Salud Sin Daño, una organización global que trabaja para transformar el sector salud a nivel mundial para que sea ecológicamente sostenible. “En la Argentina hay muy pocas estaciones de monitoreo y muy pocas mediciones públicas, algo que debe mejorar sobre todo en un escenario global de cambio climático”, explica la especialista, para quien es clave generar mayores capacidades institucionales y adaptar al sector de la salud a este nuevo contexto.
“¿Quién registra los broncoespasmos en Rosario cuando hay humo? ¿Hay estadísticas nacionales sobre eso, sobre la gente que va a la guardia por respirar aire contaminado? Todo eso debería estar registrado, debiéramos estar investigando eso, porque esos episodios tienen impacto en la salud humana. Es un tema del cual hay que empezar a hablar”, agrega Risso.
La salud debería ser un eje transversal, por ejemplo, en el plan nacional de mitigación y adaptación al cambio climático que está armando la Argentina, dice: “En toda política pública tiene que empezar a aparecer lo climático y sus impactos, en el área de Salud eso parece obvio ya”. Para eso, antes que nada, hay que tener datos y un sistema de información claro: “Hay algo hecho para olas de calor, pero nos falta mucho. Hay que generar capacidades e información para poder tomar mejores decisiones y que eso después se exprese en mejores políticas públicas”.
Efectos sobre la salud
Como nunca antes, la crisis de las quemas en el Delta instaló el problema de la contaminación ambiental como un grave tema de salud pública, algo que hasta hace poco tiempo era impensado no solo para los habitantes del sur de la provincia de Santa Fe, sino también para el personal de salud de la región.
Carlos Crisci es médico alergista y exdecano de la facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). “El humo genera problemas en la salud por lo que respiramos, que es un aire muy contaminado con partículas de bajo peso molecular que ingresan a las vías aéreas en una cantidad enorme, muy por encima de los valores de la OMS” explica el profesional, que ha colaborado y aportado información científica tanto a la Justicia como a la Comisión de Recursos Naturales de la Cámara de Diputados de la Nación.
Respirar aire contaminado genera muchos problemas de salud inmediatos: enrojecimiento y picazón de ojos, irritación de la faringe, molestias en la nariz, estornudos, dolor de cabeza y tos son algunos de ellos. Pero las poblaciones más sensibles (personas con EPOC, alergias, asma, cardiopatías, diabetes adultos mayores, niños y embarazadas) corren un riesgo mayor.
Según el profesional, además de los padecimientos físicos mucha gente reporta miedo, angustia o desconcierto al no saber cómo protegerse de algo que todo lo invade: “Escuchamos a muchos pacientes hablar de preocupación y angustia, que son síntomas que también aparecen en estos casos, porque no saben cómo evitar respirar aire contaminado. También hay que trabajar en la prevención de eso, no quedarnos solo en las consultas por lo orgánico, sino también atender lo psicológico”.
A pesar de sus muchos años como profesional de la salud, Crisci no había atravesado hasta ahora una situación como la que Rosario y otras localidades costeras viven desde hace tres años: “Nunca nos habíamos planteado que la contaminación del aire fuera un problema de salud real en esta sociedad, veíamos otras ciudades contaminadas, pero nos quedaban lejos. Hoy estamos en la lista de las alertas amarillas, naranjas y hasta rojas”, dijo, para agregar que los profesionales de la salud “comienzan a ver que esto es algo que hay que analizar”.
Esto incluye sumar educación sobre el tema a nivel curricular en las facultades, tener materias que aborden la contaminación ambiental y su efecto sobre la salud y una mejor y mayor capacitación al personal del sector sobre cómo abordar el problema. “Es algo nuevo que se ha intensificado y requiere una respuesta compleja de parte de todos los actores de la salud”.
Medir la calidad del aire es un aporte en este abordaje. Por ejemplo, para contar con sistemas de alarma que protocolicen qué se puede hacer y qué no en casos de alta contaminación. Como puntualiza Risso: “Es fundamental contar con información para visibilizar el problema, el dato visibiliza”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.