Anne Allan estaba nerviosa. La llamada llegó semanas después de la boda real, en julio de 1981. La princesa Diana quería clases de baile privadas. Allan, una reconocida profesora de ballet en el London City Ballet, recibió la noticia con una mezcla de orgullo y miedo. Diana, la joven princesa de 20 años, la mujer más observada del mundo, iba a entrar a su pequeño estudio de danza.
“Por favor, llámame Diana”, fueron las primeras palabras de la princesa al encontrarse. La reverencia, el protocolo y el título de “Su Alteza Real” quedaron en el aire como un formalismo innecesario, recuerda Allan en los extractos de su libro, Dancing With Diana: A Memoir, publicados en People.
“Era torpe al principio, muy inexperta”, confesó Allan. Las primeras clases revelaron a una mujer insegura, con los brazos rígidos y los movimientos tensos. Pero también mostraron algo más: una profunda necesidad de liberarse, de encontrar en la danza un refugio ante las crecientes sombras de su vida personal.
Confesiones íntimas
Para Diana, las clases con Allan representaban mucho más que lecciones de baile. Allan se convirtió en una persona de confianza con quien podía hablar abiertamente sobre su lucha contra la bulimia, la infelicidad en su matrimonio y sus sentimientos de soledad. Diana, de apenas 20 años cuando comenzó a bailar con Allan, veía en su profesora a una amiga en quien apoyarse mientras enfrentaba las tensiones de su relación con Carlos, quien, desde temprano en su matrimonio, mantenía una relación adúltera con Camilla Parker-Bowles.
Allan recuerda momentos de felicidad compartida, como cuando Diana le anunció emocionada su embarazo. En los sucesivos encuentros, Diana compartía sus pensamientos sobre su papel como madre y la alegría que sentía al tener a sus hijos William y Harry.
Diana sobre la pista
Si hay una imagen de Diana que ha quedado grabada en la memoria colectiva, es la de su baile con John Travolta en 1985, durante una gala en la Casa Blanca. Allan, quien había visto cómo la princesa se movía con elegancia y naturalidad en el estudio, recuerda el impacto que ese momento tuvo en Diana. Según Allan, la princesa quedó “boquiabierta” por la experiencia, y esa velada se convirtió en uno de los momentos más emblemáticos de su vida pública.
El baile, tanto en público como en privado, le ofrecía a la princesa una forma de expresar su libertad y de encontrar alegría en medio de los desafíos que enfrentaba en su vida diaria.
El refugio emocional en la danza
Para la princesa Diana, la danza fue mucho más que una actividad recreativa: se convirtió en un santuario personal donde podía expresarse sin restricciones. Durante sus lecciones con Anne Allan, Diana descubrió un espacio seguro donde podía liberarse de las tensiones de su vida en la realeza. Allan recuerda cómo, al comenzar a mover los brazos, se notaba en Diana un cambio inmediato, el baile le permitía reconectar consigo misma.
Diana, conocida por su fuerte sentido del deber y su dedicación a causas humanitarias, encontraba en el baile una válvula de escape. Anne Allan destaca que la princesa se mostraba más relajada y feliz cuando bailaba, lo que le ofrecía una fuente de consuelo en medio de las tormentas emocionales que atravesaba. Este santuario se mantuvo como un espacio sagrado para Diana durante casi una década, hasta que las lecciones terminaron a finales de los años 80.
El legado duradero de Lady Di
A casi tres décadas de su fallecimiento en 1997, el legado de Diana sigue siendo fuente de fascinación para millones de personas alrededor del mundo. Anne Allan, quien fue testigo directo de la humanidad de Diana, subraya que la continua adoración por la princesa se debe a su autenticidad y vulnerabilidad. En un entorno tan rígido como el de la familia real, Diana era un “corazón abierto”, y esa franqueza fue lo que la hizo tan accesible para el público.
Allan recuerda con especial cariño las pequeñas zapatillas de ballet plateadas que Diana le regaló cuando se despidieron en 1989, un símbolo del profundo vínculo que compartieron. A través de sus gestos y su calidez, Diana tocó los corazones de quienes la conocieron, dejando una marca en la historia.