Los perros son los animales de compañía por excelencia en el mundo. ¿Por qué? Porque estas especies tienen la mayor presencia y el más estrecho vínculo en cualquier estructura familiar de cualquier país o región más allá de su cultura o de su ubicación geográfica. En ese marco, sabemos de su paralelismo con el lobo: se trata nada más y nada menos que de una similitud incluida en el ADN.
Durante el período Paleolítico los seres humanos “crearon” al perro. Esto se dice porque en aquellos años domesticaron a un grupo de lobos más mansos y valientes que se acercaron a los hombres y a las mujeres mucho más que otros animales. Este fenómeno de la domesticación del lobo y del nacimiento del perro marcó un hito fundacional en el estilo de vida del planeta Tierra.
Así las cosas, este fue el comienzo de una relación que parece haber surgido de la siguiente premisa: “Cuidame de noche y yo te alimento de día”. Como se ve, se trata de un lazo muy fuerte que marcó el inicio del contrato animal más dúctil, preciso y trascendente de toda la evolución del ser humano.
Este contrato mutuo con el perro lleva más de 35.000 años y perdura hasta nuestros días. El vínculo, afortunadamente, se ha perfeccionado con el devenir de los años y se tiene una abundante cantidad de información sobre los canes y sobre cómo convivir con ellos. Actualmente, forma parte de la normalidad y de lo cotidiano que un perro sea un integrante más de la familia.
Como toda relación en general, esta ha sido de ida y vuelta: es recíproca en todos los sentidos y lo que ha tenido como consecuencia es que el perro también sepa y conozca mucho sobre nosotros y nuestro entorno. Por ejemplo, estos animales tienen una especial capacidad innata para detectar las situaciones estresantes que los seres humanos sufrimos cotidianamente.
Investigaciones científicas muy recientes demuestran que nosotros como personas producimos diferentes olores a través de nuestra transpiración y de nuestro aliento, especialmente cuando estamos estresados. En ese contexto, los perros pueden percibir cambios muy sutiles en el olor del sudor consecuentes a situaciones de estrés. Distinguiendo esos olores, pueden discriminarlos e interpretarlos diferencialmente de los que emanamos cuando estamos relajados o más felices.
A su vez, las investigaciones avanzaron mucho más entrando en un campo muy complejo. ¿De qué manera? Pues quedó demostrado que los perros pueden detectar, también, cuando un individuo miente. Esto se logra luego de un conocimiento estrecho del animal hacia una persona, sobre la que puede realizar una eficaz lectura de su gestualidad y de su actitud corporal dirimiendo clara y acertadamente cuando miente o finge y cuando no lo hace. Quizás los perros piensen (sí, piensen), que se trata de una actitud intencionalmente engañosa, lo cual en definitiva es mentir.
Esto se da en aquellos casos en los que una persona, teniendo los mismos datos que el perro, le da información incorrecta. El regaño, el reto o una actitud admonitoria de nuestra parte frente a un error específico de este animal determina la típica actitud corporal con la mirada baja, la cabeza gacha y la cola escondida entre las patas, que construye una “reverencia de disculpas” ante nuestro enojo, claramente percibido por el perro al igual que otras situaciones como el estrés. Como se ve, nos conocen mucho más de lo que creemos. Entendiendo este nivel de afinidad podremos entablar relaciones preciosas y sanas con nuestros mejores amigos.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
SEGUIR LEYENDO