El monasterio Druk Amitabha, situado en una colina en Nepal, celebró un emotivo evento para marcar su reapertura después de permanecer cerrado al público durante cinco años debido a la pandemia de COVID-19. La ceremonia reunió a cientos de simpatizantes y seguidores, quienes aplaudieron la energía y el compromiso de las monjas que residen en la institución. Estas mujeres sorprendieron con una impresionante exhibición de artes marciales, mostrando cortes de mano, patadas altas y el manejo de espadas, destacando la fuerza y determinación que caracteriza a la orden Drukpa.
Durante el evento, alrededor de una docena de monjas, de entre 17 y 30 años, realizaron una exhibición de kung-fu, una disciplina que simboliza no solo su fortaleza física, sino también su dedicación al empoderamiento de las mujeres. “Practicamos kung-fu para mantenernos mental y físicamente en forma, y nuestro objetivo es promover el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género”, expresó Jigme Jangchub Chosdon, de 23 años, originaria de Ladakh, India a Reuters.
Las monjas, conocidas como las “monjas de kung-fu”, forman parte del linaje Drukpa, una tradición budista tibetana con más de 1.000 años de historia. Esta orden femenina es única dentro del sistema monástico budista, que tradicionalmente limita las actividades de las monjas al ámbito doméstico y les prohíbe participar en prácticas como las artes marciales. Sin embargo, la orden Drukpa rompe con estas normas, otorgando a las monjas el mismo estatus que a los monjes y permitiéndoles desarrollar habilidades físicas que reflejan su fortaleza espiritual.
El entrenamiento en kung-fu dentro de la orden Drukpa comenzó como una iniciativa de Su Santidad Gyalwang Drukpa, líder espiritual de la tradición Drukpa, quien ocupa un lugar destacado en la jerarquía budista tibetana, justo por debajo del Dalai Lama. Inspirado por un viaje a Vietnam, donde observó a monjes practicando artes marciales como parte de su rutina diaria, Gyalwang Drukpa decidió introducir esta práctica en el monasterio Druk Amitabha tras su apertura en 2009.
El propósito de este entrenamiento va más allá del desarrollo físico. Según le explicó a The Guardian, Gyalwang Drukpa, el kung-fu mejora la salud, fortalece la mente y contribuye al bienestar espiritual. Además, representa una herramienta poderosa para promover valores como la igualdad de género y el respeto. Estas prácticas también permiten que las monjas desempeñen un papel activo en la comunidad, demostrando que las mujeres pueden ser agentes de cambio en un entorno tradicionalmente dominado por hombres.
Filosofía del linaje Drukpa
El linaje Drukpa, al que pertenece el monasterio, se destaca por ser una de las pocas tradiciones budistas que promueve la igualdad de género. El sitio web del monasterio subraya que su filosofía combina fuerza física y respeto por todos los seres vivos, reflejando un regreso a las “verdaderas raíces espirituales” del budismo.
“Con la confianza que me da el kung-fu, realmente quiero ayudar a la comunidad y a las jóvenes a desarrollar su propia fuerza”, afirmó Jigme Yangchen Gamo, de 24 años, una monja originaria de Ramechhap, Nepal. Este enfoque les permite a las monjas defenderse, y refuerza su capacidad para ayudar a los demás, un principio central en la práctica budista.
El compromiso de las monjas Drukpa con su comunidad va más allá de las artes marciales. En el pasado, han participado en expediciones a pie y en bicicleta por los Himalayas para recaudar fondos destinados a la ayuda en desastres y promover un estilo de vida ambientalmente sostenible. Estas actividades reflejan su filosofía de vida, donde el servicio a los demás es una forma de alcanzar la iluminación. Como afirmó Jigme Konchok Lhamo, de 30 años: “Ayudar a los demás es nuestra religión”.
El monasterio Druk Amitabha alberga actualmente a 300 miembros de diversas edades, desde los seis hasta los 54 años. Las monjas provienen de Bhutan, India y Nepal, y todas están entrenadas en kung fu como parte de su formación integral. Además de sus logros físicos, su entrenamiento simboliza un paso significativo hacia la igualdad en la comunidad religiosa y en la sociedad en general.