En los últimos años, la comunidad internacional ha observado con creciente preocupación la consolidación de una alianza no formal entre cuatro regímenes autocráticos: China, Rusia, Irán y Corea del Norte. Estos países están unidos por intereses comunes y una retórica antioccidental. En un informe especial, la revista Foreign Affairs detalla que, a diferencia de los bloques tradicionales de la Guerra Fría, estas alianzas son informales y flexibles, con China como el actor central que intenta disfrazar cuidadosamente sus intereses para no ser visto como el jefe formal del grupo.
El papel central de China en el bloque autocrático
Con la mayor población, economía y capacidad de asistencia del bloque, el régimen de China se posiciona como el actor más influyente. Desde su rol como principal socio comercial de Corea del Norte hasta su apoyo a Irán frente a sanciones internacionales, Beijing ha sabido aprovechar sus recursos para mantener a flote a sus aliados. De hecho, la ayuda a Rusia tras la invasión de Ucrania —que incluye más de 9.000 millones de dólares en bienes de doble uso— fue clave para evitar el colapso económico del Kremlin.
Además de su influencia económica, el régimen de Xi jinping desempeña un rol crucial como pr
oveedor de tecnología y conocimientos estratégicos. Esta cooperación se evidencia en varias áreas como el desarrollo militar. De hecho, China y Rusia han colaborado en ejercicios militares conjuntos, como los realizados en 2018 en los que practicaron operaciones en caso de conflicto en la península de Corea. Beijing también ha compartido tecnología militar avanzada con Rusia, mejorando la capacidad de este último para enfrentar las fuerzas estadounidenses.
Asimismo, las tecnologías chinas de inteligencia artificial y vigilancia son utilizadas por Irán, Corea del Norte y Rusia para reprimir la disidencia y consolidar el control interno. Este intercambio fortalece los regímenes autocráticos y dificulta los esfuerzos de democratización en sus territorios.
Sin embargo, detalla Foreign Affairs, esta posición de liderazgo no es explícita. China evita ser identificada como la cabeza del grupo o incluso como un miembro oficial. Declaraciones como las del primer ministro Li Qiang en 2023 —sobre la política de “no alineamiento” de Beijing— buscan proyectar una falsa imagen de neutralidad estratégica.
La ambivalencia tiene un propósito claro: mientras utiliza su relación con Irán, Corea del Norte y Rusia para debilitar a Estados Unidos, mantiene suficiente distancia para preservar relaciones comerciales y diplomáticas con países clave como Alemania, Japón y Arabia Saudita. Esta estrategia le permite a Beijing beneficiarse del caos creado por sus aliados sin asumir directamente las consecuencias de sus acciones.
Sin embargo, esta dualidad se volvió un arma de doble filo para China ya que los comportamientos agresivos de sus socios autocráticos han alienado a potencias regionales que beijinga intenta cortejar. Esto obliga a Xi Jinping a caminar sobre una cuerda floja, buscando equilibrar sus intereses globales sin aislarse diplomáticamente.
La dinámica actual, explica la publicación, recuerda la relación entre China y la Unión Soviética en la década de 1950, cuando ambas naciones firmaron un tratado de amistad y asistencia mutua. Aunque cooperaron en conflictos como la Guerra de Corea, también compitieron por liderar el bloque comunista. Hoy, Beijing adopta una postura similar: colabora con Rusia e Irán en ejercicios militares conjuntos, pero evita respaldar abiertamente sus acciones más controvertidas, como la invasión de Ucrania.
Ante este escenario, Washington evalúa tratar al bloque como una entidad interconectada. Esto implica sancionar colectivamente a los miembros del eje y convencer a los aliados europeos de que la relación entre China y Rusia representa una amenaza conjunta. Es que una de las mayores preocupaciones para Estados Unidos es la posibilidad de que los miembros del bloque autocrático provoquen conflictos simultáneos en diferentes regiones.