El colapso del régimen de Bashar al-Assad tras una rápida ofensiva rebelde marcó el final de una era en Siria y dejó al descubierto los límites del poder regional de Irán. Durante más de una década, Teherán invirtió cantidades colosales de recursos económicos, políticos y militares para sostener al régimen de Damasco. Sin embargo, el repentino derrumbe de Assad en pocos días desmoronó las ambiciones iraníes de consolidar su hegemonía en el Levante, evidenciando tanto los errores estratégicos de Irán como las profundas fracturas en su estructura de poder, según reportó Foreign Affairs.
Desde el inicio del levantamiento popular en Siria en 2011, Irán se posicionó como el principal sostén del régimen de Assad, gastando entre USD 30.000 y 50.000 millones en apoyo militar, transferencias de petróleo y logística. La élite Fuerza Quds, brazo de la Guardia Revolucionaria iraní, coordinó a diversas milicias extranjeras, entre ellas Hezbollah y combatientes de Irak, Afganistán y Pakistán, para reforzar al debilitado ejército sirio. Este esfuerzo inicial permitió que Assad mantuviera el control en medio de una devastadora guerra civil, consolidando a Irán como un actor dominante en la región.
Sin embargo, este éxito fue superficial. Las líneas defensivas de Assad, sostenidas en gran medida por la maquinaria iraní, colapsaron con rapidez durante la ofensiva rebelde en 2024. Como reconoció Hossein Salami, comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria, Irán “no podía luchar en nombre del ejército sirio, que simplemente observaba sin actuar”. El derrumbe del régimen fue tanto una derrota militar para Damasco como una humillación estratégica para Teherán, que se vio incapaz de reaccionar con eficacia.
Los costos de un eje fracturado
La caída de Assad representó un golpe letal para el llamado “eje de resistencia”, compuesto por Irán, Hezbollah, y otras milicias aliadas en la región. Siria había funcionado durante años como un corredor logístico clave para transferir armas y apoyo a Hezbolá en Líbano. Con la derrota del régimen, este puente quedó inutilizado, aislando a Hezbollah y profundizando su debilitamiento tras meses de ataques israelíes.
El impacto se extendió más allá de Siria. Foreign Affairs informó que en Irak y Yemen, los aliados de Irán comenzaron a cuestionar su capacidad para defender a sus socios regionales. Incluso Nouri al-Maliki, ex primer ministro iraquí, criticó abiertamente la inacción iraní en una entrevista televisiva: “¿Cómo pudieron cambiar su posición tan rápido? ¿Cuáles son las consecuencias de este cambio?”. Mientras tanto, grupos como Hamas y la Yihad Islámica Palestina, que también reciben apoyo iraní, celebraron la victoria de los rebeldes sirios, exponiendo tensiones sectarias y desacuerdos ideológicos dentro del propio bloque respaldado por Teherán.
La erosión de la influencia regional
La pérdida de Siria afectó a los aliados de Irán y permitió a otros actores, como Turquía, ocupar el vacío de poder. Foreign Affairs indicó que Ankara, con su firme respaldo a los rebeldes sirios, emergió como el principal patrocinador externo en Siria, debilitando aún más la posición de Irán en el equilibrio de poder regional. Este cambio también amenazó intereses iraníes en otras áreas estratégicas, como el Cáucaso y el Líbano, donde Turquía podría aprovechar su fortalecida influencia para socavar aún más las ambiciones iraníes.
El impacto de la derrota en Siria se sintió con fuerza dentro de Irán. En un país asediado por sanciones internacionales, una economía en crisis y crecientes tensiones sociales, la pérdida de Assad avivó las críticas al liderazgo iraní. La caída fue percibida como un error estratégico por muchos dentro del régimen, mientras que las comunidades suníes en regiones como Sistán-Baluchistán podrían sentirse inspiradas por la victoria de grupos afines en Siria, incrementando el riesgo de nuevos levantamientos internos.
Aunque el régimen iraní demostró una notable capacidad de adaptación ante las crisis, las opciones para preservar su influencia en Siria son limitadas. Foreign Affairs detalla que Teherán comenzó a explorar nuevas alianzas, incluso con grupos kurdos en el noreste sirio, y podría intentar reorganizar las fuerzas leales a Assad que huyeron a Irak. Sin embargo, estas medidas son insuficientes para revertir el impacto del colapso de su principal aliado en el Levante.
La derrota en Siria simboliza el agotamiento de un modelo de expansión regional basado en el uso de milicias y recursos limitados para sostener a regímenes autoritarios en crisis. Más allá de las fronteras de Irán, el colapso del régimen de Assad plantea preguntas fundamentales sobre la viabilidad de las estrategias hegemónicas de Teherán en un contexto de creciente aislamiento económico y político.
En el panorama post-Assad, Irán se enfrenta a un retroceso táctico, a una crisis de confianza entre sus aliados, un aumento de las divisiones internas y a la pérdida de un pilar estratégico clave en su proyecto regional. El futuro de Siria será disputado por actores como Turquía, las fuerzas kurdas y otros poderes internacionales, mientras que Teherán deberá redefinir su papel en una región donde su influencia ya no parece tan indiscutible.