Pocas estructuras en el mundo son tan icónicas y enigmáticas como Stonehenge, el círculo de piedras ubicado en Wiltshire, Inglaterra, que surgió a finales del Neolítico, hacia el año 3100 a.C. Durante siglos, su propósito y construcción han desconcertado a arqueólogos e historiadores. ¿Fue un observatorio astronómico? ¿Un templo religioso? ¿Un cementerio? Ahora, un nuevo estudio realizado por científicos de University College London y la Universidad de Aberystwyth aporta una respuesta diferente y sorprendente: Stonehenge fue un símbolo de unidad nacional entre las comunidades de la antigua Gran Bretaña.
Este hallazgo se presenta justo en la víspera del solsticio de invierno, un momento clave en la relación histórica entre los humanos y el cosmos. Miles de personas acuden cada año a este lugar para observar cómo los rayos del sol iluminan el centro del monumento, un fenómeno que, según los expertos, formaba parte de su diseño original. Pero este estudio no solo subraya el significado astronómico de Stonehenge, sino que también resalta su profundo simbolismo político y social.
Los resultados, publicados en la revista Archaeology International, sugieren que pudo haber sido reconstruido en Inglaterra alrededor del 2620 al 2480 a.C y que las piedras fueron traídas desde distintas regiones de la isla para reflejar un esfuerzo colectivo de varias comunidades. En palabras del investigador principal, el profesor Mike Parker Pearson, el parque era un “símbolo monumental de unificación para los pueblos de Gran Bretaña, celebrando sus vínculos eternos con los ancestros y el cosmos”.
El origen diverso de las piedras
La construcción de Stonehenge no fue tarea sencilla, considerando que muchas de sus piedras no eran locales. Las grandes losas de arenisca conocidas como sarsens, que dan al monumento su aspecto distintivo, fueron extraídas a unos 24 kilómetros de distancia, en West Woods, Wiltshire. Pero los verdaderos enigmas son las piedras más pequeñas, llamadas bluestones, y el Altar Stone, una losa rectangular de seis toneladas ubicada en el corazón del círculo.
Los bluestones provienen de las colinas Preseli en el suroeste de Gales, a más de 240 kilómetros de distancia. Aunque se han planteado diversas teorías sobre cómo llegaron hasta Wiltshire, desde su transporte en barcos hasta su arrastre sobre troncos, no existe consenso al respecto. Por otro lado, el Altar Stone representa un caso todavía más intrigante. Según análisis recientes, esta piedra se originó en la región de Orcadian Basin, al norte de Escocia, a más de 1.000 kilómetros del sitio.
Este origen diverso de las piedras no es casual. Los investigadores creen que comunidades de estas regiones aportaron las rocas como un gesto de cooperación y unidad. En ese contexto, Stonehenge no solo representaría un lugar de culto, sino también un esfuerzo por crear una identidad compartida entre tribus dispersas.
Stonehenge y los solsticios
Uno de los aspectos más fascinantes de Stonehenge es su alineación astronómica. El monumento está diseñado para que el solsticio de verano y el de invierno jueguen un papel central en su configuración. Durante el solsticio de invierno, el sol se alinea con el Altar Stone y las dos piedras más grandes del círculo, un fenómeno que los antiguos habitantes probablemente interpretaron como un evento de gran significado espiritual y simbólico.
Según English Heritage, la organización que gestiona el sitio, este diseño demuestra un conocimiento avanzado de los ciclos solares y un propósito claro de conectar a las personas con los ritmos naturales. Además, las investigaciones han revelado que los habitantes de la región celebraban grandes festines y ceremonias cerca de Stonehenge durante estas fechas, lo que refuerza su importancia como centro de reunión.
Una obra de ingeniería y colaboración
¿Cómo lograron las comunidades neolíticas mover piedras tan grandes a distancias tan largas con la tecnología de hace 5.000 años? Los científicos plantean varias hipótesis, desde el uso de trineos y troncos rodantes hasta el transporte por agua. Sin embargo, el consenso es que esta tarea habría requerido una organización masiva, así como un nivel excepcional de colaboración y planificación.
El profesor Pearson destaca que el proceso de construcción de Stonehenge, lejos de ser un simple proyecto arquitectónico, era en sí mismo un símbolo de unificación política y cultural. “Reunir estas rocas extraordinarias y ajenas simbolizaba y encarnaba comunidades lejanas en un material complejo”, señalan los autores del estudio.
A pesar de las nuevas revelaciones, Stonehenge sigue siendo un enigma en muchos aspectos. ¿Por qué se eligió precisamente este sitio? ¿Qué tipo de ceremonias se realizaban allí? Estas preguntas aún no tienen respuestas definitivas, pero el estudio reciente aporta una visión más clara de su significado histórico y cultural.
En última instancia, Stonehenge no solo es un testimonio de la habilidad técnica de sus constructores, sino también de su visión para superar divisiones y crear un monumento que simbolizara algo más grande que ellos mismos. Como tal, sigue siendo un recordatorio de la capacidad humana para trabajar en conjunto hacia objetivos comunes, incluso en tiempos antiguos.