El Monte Fuji, , situado en la isla de Honshu, y con su icónica figura de cono casi perfecto, es uno de los símbolos más reconocibles de Japón. Sin embargo, su serenidad aparente esconde un pasado violento. La última erupción registrada de este volcán ocurrió el 16 de diciembre de 1707 y se convirtió en uno de los eventos naturales más devastadores en la historia del país. A continuación, exploramos sus causas, desarrollo, consecuencias y su legado hasta el presente.
Este evento, conocido como la erupción del volcán Hoei, fue la más grande registrada en su historia. La erupción transformó no solo el paisaje de la montaña, sino también la vida de miles de personas en las regiones circundantes.
Causas de la erupción
El desencadenante principal de la erupción fue un terremoto masivo de magnitud 8,6 que sacudió la costa de Japón el 28 de octubre de 1707. Este fue uno de los terremotos más poderosos registrados en la historia japonesa y provocó una serie de tsunamis devastadores que cobraron millones de vidas.
Este fenómeno sísmico comprimió las cámaras de magma del Monte Fuji, bloqueando sus respiraderos y aumentando la presión interna. Durante 49 días, el magma se mezcló en el interior del volcán, acumulando tensión hasta que la presión alcanzó un punto crítico. Finalmente, el 16 de diciembre, el Monte Fuji se estalló en una serie de violentas explosiones.
Desarrollo y magnitud de la erupción
La erupción del Monte Fuji comenzó de manera explosiva, liberando enormes cantidades de material volcánico. Durante los días siguientes, el volcán expulsó cerca de 9.000 millones de metros cúbicos de ceniza y tefra (fragmentos de roca volcánica) a la atmósfera.
Las ciudades de Yokohama y Tokio, situadas a unos 96 kilómetros al este del volcán, se vieron gravemente afectadas. Una capa de ceniza de más de 3,5 centímetros cubrió ambas localidades, oscureciendo el cielo y obligando a sus habitantes a usar velas incluso durante el día.
El flujo de lodo, rocas y escombros conocidos como lahares devastaron granjas y aldeas cercanas. La ceniza acumulada en ríos y arroyos provocó inundaciones masivas, intensificando el desastre. La erupción continuó hasta el 1 de enero de 1708, dejando tras de sí una destrucción sin precedentes.
Consecuencias humanas y ambientales
Aunque no existen cifras exactas de víctimas mortales, se estima que miles de personas murieron a causa de los efectos directos e indirectos de la erupción. Las ciudades y campos agrícolas quedaron devastados, y las enfermedades respiratorias causadas por la ceniza afectarán gravemente a la población.
La destrucción de tierras de cultivo y la contaminación de los ríos provocaron una grave escasez de alimentos. Esto derivó en una hambruna prolongada que se expandió durante una década, dejando un impacto social y económico duradero en la región.
Legado y estado actual del Monte Fuji
A pesar de su aparente tranquilidad, el Monte Fuji sigue siendo un volcán activo. La marca dejada por la erupción de 1707 todavía es visible en su ladera sureste, donde se encuentra un cráter irregular sin vegetación, conocido como el “cráter de Hoei”.
Los científicos y las autoridades japonesas continúan vigilando el Monte Fuji de cerca. Se han elaborado mapas de posibles zonas de riesgo y planos de evacuación para la región metropolitana de Tokio, donde residen millones de personas. A pesar de la incertidumbre, el legado del evento sigue vivo, registrando en Japón su constante vulnerabilidad ante los fenómenos naturales.
En términos culturales, la imagen del Monte Fuji también quedó inmortalizada en la famosa serie de xilografías “Treinta y seis vistas del Monte Fuji” del artista Katsushika Hokusai. Sus grabados yuxtaponen la calma imponente del volcán con la turbulencia de la vida cotidiana, capturando así el equilibrio entre belleza y peligro que define a este gigante volcánico.
El Monte Fuji, venerado como un ícono de belleza y tranquilidad, es también un recordatorio del poder destructivo de la naturaleza. La erupción de 1707 dejó cicatrices profundas en el paisaje japonés y en su memoria histórica. Aunque el volcán ha permanecido en calma desde entonces, su potencial para futuras erupciones sigue siendo motivo de vigilancia y preparación constante en Japón.