En el corazón de Uji, una tranquila localidad al sur de Kioto, el alboroto del gimnasio rompe la serenidad de los paisajes otoñales. Ahí, donde los intensos combates resuenan en el dohyo, plataforma preparada con rituales sintoístas, mujeres de todas las edades se enfrentan en un torneo exclusivo para ellas.
“El sumo femenino se está volviendo popular”, afirmó Naoya Tamura, presidente de la Federación de Sumo de Kioto, mientras destacaba la presencia de numerosas cadenas televisivas que cubrían el evento, según publicó Paris Match.
Aunque el sumo está documentado desde el año 712 en el “Kojiki” (Crónica de los Hechos Antiguos), siempre fue un dominio masculino reservado a hombres corpulentos considerados casi divinos. Sin embargo, desde 1996, las mujeres tienen permiso oficial para practicarlo, aunque aún enfrentan ciertas restricciones.
Según Tamura, la inclusión femenina es imprescindible para que el sumo se convierta en deporte olímpico, pero reconoció que “las mujeres todavía están excluidas de las heyas y del Kokugikan de Tokio, donde se celebran las competiciones más prestigiosas”, señaló el reportaje de Paris Match. Esta exclusión se basa en creencias sintoístas que consideran impuras a las mujeres durante sus ciclos menstruales, una tradición profundamente arraigada en la cultura japonesa.
El sumo además de ser un deporte es un ritual cargado de simbolismo y tradición. Cada combate sigue un complejo protocolo que comienza con el chiri-chôzu, una ceremonia previa destinada a mostrar respeto y pureza ante el adversario y los dioses sintoístas que protegen el dohyo.
Durante el chiri-chôzu, ambas luchadoras se colocan en cuclillas, frente a frente. Extienden los brazos horizontalmente con las palmas hacia arriba para demostrar que no ocultan armas, un gesto que simboliza honestidad y transparencia.
Luego giran las manos hacia abajo, simbolizando el dominio del suelo, y finalmente vuelven a colocar los brazos a los costados. Este ritual, cargado de solemnidad, es un recordatorio constante del vínculo espiritual del sumo con la religión sintoísta.
Una vez terminado el ritual, comienza el enfrentamiento. El objetivo es sacar a la oponente del círculo sagrado de 4,55 metros de diámetro o hacerla tocar el suelo con alguna parte del cuerpo distinta a las plantas de los pies. Los combates suelen durar solo unos segundos, pero implican una explosión de fuerza, técnica y estrategia en la que se combinan empujones, agarres y desequilibrios.
Disciplina, técnica y superación personal
En el icónico Butokuden, centro de artes marciales en Kioto, jóvenes luchadoras desafían los estereotipos con entrenamientos rigurosos que incluyen ejercicios como el shiko, diseñado para mejorar la estabilidad y la fuerza. “Entrenamos seis veces por semana desde que tenía seis años”, relató Misuzu Harada, de 18 años, quien asegura que el sumo le proporciona una adrenalina incomparable.
Por su parte, Mira Saito, de 17 años, subrayó la aceptación social creciente: “Al principio los chicos se sorprendían, pero ahora ya es algo habitual. Eso no nos impide maquillarnos y sentirnos femeninas”, declaró en una entrevista. Ambas jóvenes planean continuar su carrera deportiva en la universidad, donde el sumo femenino sigue ganando respeto y reconocimiento entre las personas.
Entre las futuras promesas del sumo femenino destaca Yua Inamura, apodada “Little Miss Sumo”, quien con solo nueve años ya se convirtió en una figura reconocida en el circuito amateur japonés. La joven, proveniente de Kumamoto, en la isla de Kyushu, participó en el campeonato nacional con una seguridad arrolladora y una gran sonrisa.
Líderes y pioneras del sumo femenino
Entre las figuras más destacadas se encuentra Rio Hasegawa, quien desafió una tradición de 130 años al convertirse en la primera mujer admitida en el club de sumo de la Universidad de Keio, en Tokio. “El sumo me permitió romper barreras y cerrar muchas bocas”, afirmó tras coronarse campeona mundial en su categoría en Polonia, donde venció a rivales que pesaban hasta 60 kilos más que ella, según detalló Paris Match.
Otra figura importante es Shion Okura, de 22 años, originaria de Gifu, quien fue campeona mundial juvenil y sueña con llevar el sumo femenino a la profesionalización plena. “Nuestra generación consiguió que los medios nos reconocieran; la siguiente atraerá patrocinadores”, aseguró con determinación, destacando su deseo de desarrollar clubes corporativos para garantizar estabilidad económica a las futuras luchadoras.
Barreras económicas
Aunque el sumo femenino aún está lejos de la profesionalización, su desarrollo fue notable. Mientras los hombres pueden ganar hasta 100.000 euros por victoria, las campeonas femeninas reciben premios simbólicos, como medallas y alimentos donados por embajadas, indicó Paris Match.
La falta de profesionalización implica que las mujeres que practican sumo deben costear sus propios entrenamientos y competiciones, enfrentándose a barreras económicas considerables.
El crecimiento del sumo femenino fue impulsado por jóvenes luchadoras que desafían tanto a sus rivales como a las normas culturales. Su dedicación y logros inspiran a nuevas generaciones, demostrando que incluso las tradiciones más arraigadas pueden transformarse cuando se enfrentan con pasión, perseverancia y determinación.