El sol se oculta en Utqiaġvik, el pueblo más septentrional de Alaska, un 18 de noviembre a la 1:27 p.m. y no volverá a asomar hasta el 22 de enero del año siguiente. Durante esos dos meses, sus habitantes vivirán en una oscuridad constante, sin ver la luz del sol, en una de las experiencias más extremas del planeta. En este rincón del mundo, la noche polar se convierte en un fenómeno tan cotidiano como el sol de medianoche, que, a su vez, es parte del ciclo natural de esta remota localidad ubicada a más de 530 kilómetros (330 millas) del Círculo Polar Ártico.
Aunque la idea de vivir en una completa oscuridad durante más de dos meses puede sonar surrealista, Utqiaġvik se enfrenta cada año a esta realidad con una adaptación notable. La vida en este pueblo de menos de 5.000 habitantes, donde más de la mitad de la población es de origen nativo de Alaska, sigue un ritmo marcado por el sol, o la ausencia de él. Las largas noches dan paso a una comunidad que encuentra formas de sobrellevar las condiciones extremas de temperatura, aislamiento y la luz débil que predomina en las horas diurnas.
Situado a unos 71.17 grados de latitud norte, este pueblo se enfrenta a uno de los fenómenos naturales más impresionantes y desafiantes: la noche polar. Gracias a la inclinación del eje terrestre, las regiones cercanas a los polos, como el norte de Alaska, experimentan periodos de total oscuridad durante el invierno. En el caso de este pueblo, el sol se pone en noviembre y no vuelve a salir hasta enero, lo que da lugar a un ciclo de 64 días en los que el cielo permanece en su mayor parte oscuro, iluminado solo por el resplandor del crepúsculo astronómico.
Pero la oscuridad no es absoluta. Aunque los habitantes de la región no pueden ver el sol, el cielo adopta tonalidades de azul o violeta debido al crepúsculo, que ocurre cuando el sol está apenas debajo del horizonte. Según Jennifer Mercer, directora de la sección de ciencias del Ártico en la Fundación Nacional de Ciencias (NSF), el fenómeno puede ser mejor comprendido si se imagina la Tierra como una esfera que gira alrededor de una lámpara. Una mitad de la esfera recibe luz, mientras que la otra permanece en sombra durante estos periodos de oscuridad polar.
Clima extremo y vida cotidiana
El clima de Utqiaġvik también contribuye al carácter único de esta localidad. Durante los meses de oscuridad, las temperaturas pueden ser implacables, con una cuarta parte de los días en invierno sin superar los cero grados Celsius (32℉), y solo un 37% de los días por encima del punto de congelación. A estas bajas temperaturas se suman fenómenos climáticos extremos como el vórtice polar estratosférico, un remolino de aire frío que afecta las condiciones del clima en el hemisferio norte.
Sin embargo, no todo es adversidad en la vida de sus habitantes. Aunque las temperaturas puedan ser severas y la oscuridad prolongada, la comunidad ha desarrollado una resiliencia impresionante para adaptarse a estas condiciones. Durante el día, aunque la luz es débil y no se puede considerar “día” en el sentido tradicional, las actividades cotidianas siguen su curso. Es común que los residentes permanezcan la mayor parte del tiempo dentro de sus hogares, y la vida social se desarrolla en espacios cerrados, donde las personas se refugian del frío y el aislamiento.
La aurora boreal: una recompensa celeste
Uno de los aspectos más fascinantes de la noche polar es la oportunidad de observar la aurora boreal, ese fenómeno luminoso que se produce cuando las partículas del sol interactúan con la atmósfera terrestre, creando un espectáculo de luces verdes, rojas y moradas en el cielo. En Utqiaġvik, este fenómeno es visible con mayor frecuencia durante los meses más oscuros debido al ciclo solar, que en este 2024 ha alcanzado su pico máximo. La NASA indicó que este año la visibilidad de las auroras sería particularmente destacada debido a la intensidad del ciclo magnético del sol.
El espectáculo de las auroras boreales no solo es un fenómeno natural asombroso, sino que también se convierte en un alivio emocional para sus habitantes, quienes ven en las luces del norte una forma de reconectar con el cielo después de tantas semanas de oscuridad. Es una de las compensaciones más apreciadas por la comunidad, que cada año disfruta de este fenómeno celestial.
El regreso del sol, cuando finalmente asoma el 22 de enero, es un momento de gran celebración en Utqiaġvik. La primera salida del sol después de más de dos meses de oscuridad es un acontecimiento cargado de simbolismo y alegría para la comunidad. De acuerdo con Asisaun Toovak, la alcaldesa del pueblo, el regreso del sol es un momento de celebración con cantos, danzas y ceremonias tradicionales. La Iḷisaġvik College, la única universidad tribal de Alaska, organiza un evento especial, conocido como el “baile de bienvenida al sol”, donde se realizan danzas y cantos tradicionales que son “muy sanadores” para la comunidad.
Este evento no solo marca el fin de la noche polar, sino también el renacer de la esperanza y la renovación de la conexión con la naturaleza. La comunidad, que ha experimentado la dureza de los meses sin sol, recibe el regreso de la luz con una sensación de alivio y unidad.
Vivir en este pueblo es una experiencia única en el mundo. Los residentes de este pueblo enfrentan durante más de dos meses la falta total de luz solar, pero también saben disfrutar de los placeres y los desafíos que trae consigo la oscuridad polar. A pesar de las bajas temperaturas y el aislamiento, la vida sigue su curso, marcada por una profunda conexión con el entorno natural y con tradiciones que fortalecen a la comunidad. Con el regreso del sol, el pueblo celebra un ciclo de renovación que demuestra la resiliencia de aquellos que llaman hogar a uno de los lugares más extremos de la Tierra.