En una ciudad en la que las bicicletas superan en número a sus propios habitantes, no es difícil entender por qué Ámsterdam es considerada el centro mundial de la bicicleta. Hoy en día, sus calles y canales están repletos de ciclistas que se desplazan a diario por una de las redes más desarrolladas de infraestructura ciclista del mundo. Sin embargo, la historia de cómo la capital de Países Bajos llegó a ser lo que es actualmente en términos de movilidad sostenible no es una historia sencilla ni rápida. Fue un proceso largo que implicó luchas políticas, activismo social, transformaciones urbanísticas y una conciencia ambiental que, en última instancia, definieron como un modelo de transporte ecológico.
A mediados del siglo XX, la expansión del uso del automóvil en muchas ciudades del mundo, incluida Ámsterdam, comenzó a poner en peligro la primacía de la bicicleta. Durante las décadas de 1950 y 1960, el automóvil se convirtió en el medio de transporte por excelencia en todo el mundo occidental. Las calles de Ámsterdam, como en muchas otras ciudades, fueron adaptadas para dar cabida a este nuevo símbolo de progreso y desarrollo.
En este contexto, la bicicleta fue relegada a un segundo plano. El creciente número de vehículos en circulación trajo consigo un aumento de los accidentes de tráfico, especialmente aquellos en los que se veían involucrados peatones y ciclistas. Según informes de la época, en 1971, Ámsterdam alcanzó un pico de más de 3.300 muertes relacionadas con accidentes de tráfico, lo que incluyó alrededor de 400 víctimas infantiles. Esta alarmante cifra despertó la preocupación de los ciudadanos y, en particular, de las familias que vivían en las calles más afectadas por los accidentes.
Según The Guardian, fue en este contexto cuando nació el activismo a favor de la bicicleta. Grupos de madres, como el movimiento Stop de Kindermoord (que se traduce como “Detengan el asesinato infantil”), comenzaron a organizarse para exigir un cambio. Este movimiento, que comenzó como una protesta contra la creciente inseguridad vial, rápidamente se convirtió en una lucha por recuperar el espacio urbano para las personas y no para los automóviles. La estrategia de las activistas fue clara: ocupar las calles, manifestarse en los puntos más peligrosos y exigir a las autoridades medidas concretas para proteger a los ciclistas y peatones. Maartje van Putten, una de las líderes del movimiento, contó al medio británico “la calle ya no pertenecía a las personas que vivían allí, pero sí a flujos de tráfico”. Estas acciones lograron que la política pública comenzara a cambiar, ya que se hizo cada vez más evidente que el modelo basado en el automóvil no era sostenible ni seguro.
La presión social de este activismo llevó a un cambio profundo en las políticas urbanísticas. A lo largo de la década de 1970, las autoridades municipales empezaron a diseñar calles y barrios de manera más amigable para los ciclistas. En lugar de seguir expandiendo las infraestructuras para los autos, comenzaron a crear espacios dedicados exclusivamente para las bicicletas, y a limitar ese uso en áreas residenciales. Uno de los ejemplos más emblemáticos de este cambio fueron los “woonerfs”, calles de uso compartido donde se limitaba la velocidad de los coches y se daba prioridad a peatones y ciclistas
La construcción de una infraestructura segura y eficaz para los ciclistas fue acompañada de otras medidas que favorecieron el uso de la bicicleta. En la década de 1980, Ámsterdam comenzó a implementar políticas de restricción del estacionamiento gratuito de coches, mientras que promovía la creación de aparcamientos para bicicletas y la expansión de la red de carriles exclusivos para ciclistas.
En las décadas siguientes, la política de fomento de la bicicleta se consolidó con el desarrollo de una red de carriles bici segregados que abarcaba toda la ciudad. Esta infraestructura, sumada a otras políticas públicas como la mejora del transporte público y la creación de zonas peatonales, permitió que el uso de la bicicleta creciera exponencialmente. Según contó Meredith Glaser, directora del Instituto de Ciclismo Urbano de la Universidad de Ámsterdam a Bloomberg, más del 60% de los desplazamientos en el centro de la ciudad se realizan en bicicleta.
El diseño también juega un papel crucial en el éxito del modelo de movilidad de Ámsterdam. Las bicicletas de la ciudad son conocidas por su simplicidad y durabilidad. A diferencia de las deportivas o de carreras, estas urbanas de Ámsterdam están diseñadas para ser funcionales, cómodas y robustas, con el objetivo de ser utilizadas por cualquier persona, independientemente de su edad o nivel de habilidad. Además, las bicicletas suelen ser más pesadas y menos veloces, lo que contribuye a una conducción más segura en el entorno urbano.
La implementación de políticas públicas inteligentes, la resistencia de los movimientos sociales y el apoyo de la ciudadanía han logrado transformar una ciudad congestionada por los automóviles en un lugar en el que las bicicletas son el medio de transporte dominante. Según Fred Feddes y Marjolein de Lange, autores de Bike City Amsterdam, la ciudad sigue siendo un “laboratorio de bicicletas” que está a la vanguardia de la movilidad urbana sostenible, ofreciendo un ejemplo de cómo las ciudades pueden reducir su huella de carbono y mejorar la calidad de vida de sus habitantes.