En la Inglaterra de los años ‘40, mientras el país luchaba por reconstruirse tras la guerra, un niño llamado John Stonehouse crecía en Southampton. Su entorno era modesto; su familia vivía de manera austera, pero el joven demostró desde muy temprano un talento especial para el aprendizaje. Su fascinación por los números y el orden lo condujo a una beca en la prestigiosa London School of Economics. Allí, entre libros y debates, germinó su pasión por transformar la sociedad a través de la política.
Su entrada al Parlamento marcó el inicio de una carrera que, al principio, parecía destinada al éxito. Stonehouse representaba a Wednesbury, una circunscripción obrera que encontraba en él a un defensor convincente. Su capacidad oratoria y su estilo sofisticado le ganaron el favor de los votantes. Además, su relación cercana con figuras destacadas del Partido Laborista lo posicionaba como un hombre de futuro.
Sin embargo, Stonehouse no era un político convencional. Su interés por los negocios lo llevó a buscar oportunidades fuera de los salones de Westminster. Fundó varias empresas en África, donde el clima de descolonización abría puertas a inversores. Aunque estas aventuras le reportaron ganancias iniciales, sus decisiones imprudentes comenzaron a generar pérdidas importantes. La sombra del fracaso lo persiguió, amenazando con derrumbar su carrera.
Al mismo tiempo, el político mantenía una vida personal turbulenta. Su matrimonio con Barbara Joan Stonehouse fue el pilar de su vida pública, pero en privado surgían tensiones. La presión del trabajo, los viajes constantes y la carga de los problemas financieros comenzaron a desgastar la relación. En este contexto, surgió una relación extramatrimonial que complicaría aún más su situación emocional.
El plan casi perfecto
El plan que lo haría célebre nació en medio del caos. Según reseña ABC, enfrentando investigaciones por fraude, Stonehouse decidió construir una salida radical: borrar su existencia. Estudió cuidadosamente cada detalle. Utilizó su acceso privilegiado para falsificar pasaportes y preparar identidades ficticias. En noviembre de 1974, viajó a Miami, donde ejecutó su desaparición.
Las noticias en Inglaterra cayeron como una bomba. Los titulares hablaban de un posible ahogamiento, mientras amigos y colegas compartían recuerdos de un hombre que parecía tenerlo todo. Pero mientras la nación especulaba, Stonehouse navegaba hacia su futuro secreto. Desde Estados Unidos, voló a Australia, donde buscaba comenzar una nueva vida.
La elección de Melbourne no fue casual. Con su arquitectura colonial y su atmósfera de calma, ofrecía el anonimato que tanto necesitaba. Allí alquiló una modesta vivienda y se presentó bajo el nombre de Joseph Markham. Intentó adaptarse a su entorno, pero la presión de mantener el engaño comenzaba a afectarlo. Pequeños errores lo delataron.
Es que su necesidad de seguridad financiera lo traicionó: retiró fondos de una cuenta bajo este nombre y los depositó a la vuelta de la esquina en una nueva cuenta bajo el alias Donald Clive Mildoon, un movimiento tan torpe como revelador. Los empleados del banco notaron las dos identidades, y la policía australiana, intrigada, lo vigiló más de cerca.
La ironía se intensificó cuando los agentes inicialmente pensaron que habían atrapado al aristócrata Lord Lucan, otro fugitivo británico buscado por asesinato. Pero el detalle decisivo, la ausencia de una cicatriz característica, reveló la verdad: el hombre al que seguían no era un lord, sino un parlamentario caído en desgracia. Las huellas dactilares confirmaron lo insólito: Stonehouse, el político laborista que semanas antes había desaparecido en el Atlántico, estaba vivo y jugando con suplantaciones de identidad en el hemisferio sur.
Su arresto, en la víspera de Navidad de 1974, culminó la tragicomedia de errores. Aturdido, Stonehouse ofreció argumentos incoherentes, culpando a conspiraciones políticas y asegurando que todo era una farsa destinada a destruirlo. Pero su rostro delataba la derrota: los planes que había tramado durante meses se desmoronaron ante el azar y la torpeza, una caída que lo catapultaría de la arena política al centro de un escándalo global.
Las dos mujeres
Otro episodio extraordinario en su saga ocurrió durante su tiempo como fugitivo. Mientras la policía de Melbourne seguía pistas sobre el británico misterioso con movimientos bancarios sospechosos, las dos mujeres más importantes en su vida, Barbara, su esposa, y Sheila Buckley, su amante, viajaron a Australia. La situación que se desarrolló fue tanto trágica como surrealista. Bárbara, quien había mantenido su papel como compañera leal durante décadas, enfrentó el hecho de que su esposo había planeado abandonar a su familia por completo. Por su parte, Sheila, 21 años menor que Stonehouse y completamente enamorada de él, lo defendió con una devoción que desafiaba toda lógica.
Según ABC, en una escena particularmente tensa, Bárbara y Sheila se enfrentaron durante una reunión en Melbourne. El político, con su habitual habilidad para manipular a quienes lo rodeaban, intentó convencer a ambas de aceptar una situación de convivencia imposible. Sin embargo, Bárbara regresó a Inglaterra poco después, furiosa y devastada. La relación entre Stonehouse y Sheila continuó, y tras su divorcio, ella se convirtió en su segunda esposa, compartiendo con él los últimos años de su vida.
Su propio abogado
El juicio de John Stonehouse en 1976 fue un espectáculo que capturó la atención de millones. Su decisión de actuar como su propio abogado añadió un toque dramático al proceso. En las sesiones, se enfrentó a fiscales con un estoicismo desconcertante, aunque sus argumentos legales a menudo carecían de coherencia. Su comportamiento errático levantó sospechas sobre su estado mental, pero el tribunal desestimó esas alegaciones y lo condenó por varios delitos económicos.
Sgún detalla Daily Mail, negó las acusaciones y argumentó que sus acciones eran el resultado de una conspiración política. Sin embargo, las evidencias acumuladas por la policía australiana y británica resultaron abrumadoras. Su extradición fue inevitable.
La primera acusación giró en torno al fraude financiero: Stonehouse desvió grandes cantidades de dinero desde sus empresas hacía cuentas bancarias que había abierto bajo identidades falsas, registradas con los nombres de dos hombres fallecidos, Joseph Markham y Donald Clive Mildoon, se convirtieron en el eje de su plan para sostener su estilo de vida y financiar su desaparición.
Según agrega Express UK, el uso de documentos falsos fue otro punto central del caso. Había falsificado pasaportes con las identidades robadas, empleándolos para viajar por el mundo y abrir más cuentas bancarias, moviendo capital entre Londres, Suiza y Australia sin dejar rastro claro.
El tribunal también lo acusó de conspiración para defraudar. Las operaciones turbias de sus empresas, combinadas con movimientos de capital que violaban la ley, habían llamado la atención del Departamento de Comercio e Industria antes de su desaparición. Además, las pólizas de seguro que adquirió antes de fingir su muerte sugerían un intento deliberado de beneficiarse económicamente de su supuesto fallecimiento.
Sin embargo, según ABC, la acusación más sombría en la historia de John Stonehouse lo sitúa como un agente al servicio de la Checoslovaquia comunista durante la Guerra Fría. Según documentos desclasificados años después de su muerte, Stonehouse habría sido reclutado por el servicio secreto checoslovaco, la temida StB, en un proceso tan meticuloso como tentador. Todo comenzó con invitaciones a almuerzos y pequeños favores. Un capitán del servicio secreto, Vlad Koudelka, identificó la ambición del joven político como una oportunidad. Al principio, el contacto parecía inocente, pero pronto se convirtió en un intercambio de información.
Los registros, entre ellos notas manuscritas atribuidas a Stonehouse, indican que pasó datos sobre el Parlamento británico y las relaciones exteriores. Aunque sus espías checoslovacos se quejaron de que la información era mediocre, lo consideraban un “proyecto a largo plazo”. Con el tiempo, la relación se tornó insostenible: Stonehouse comenzó a evitar a sus manejadores, llegando a denunciarlos ante el MI5, en un intento de protegerse si la verdad salía a la luz. Hasta su muerte, Stonehouse negó estas acusaciones, y su familia continúa desafiándolas.
Tras su encarcelamiento, la vida continuó con un giro inesperado. Desde la prisión, Stonehouse escribió cartas y reflexionó sobre su caída. Al obtener la libertad condicional, intentó reconstruir su reputación. Se acercó al Partido Socialdemócrata, buscando un espacio donde su experiencia pudiera ser valorada. Su regreso a los medios, especialmente en entrevistas, mostró a un hombre con un notable sentido del humor sobre sus propios errores.
Unos años antes de su muerte, fundó una pequeña empresa dedicada a la producción de cajas fuertes electrónicas para hoteles, una idea que reflejaba tanto su ingenio como su obstinación por volver a empezar. La nueva etapa, sin embargo, estuvo marcada por problemas de salud.
La noche del 25 de marzo de 1988, mientras participaba en un programa en Birmingham, su corazón falló por primera vez de manera pública. Aunque logró salir con vida, el cuarto ataque sufrido semanas después resultó fatal. A sus 62 años, Stonehouse falleció en un hospital, dejando tras de sí una historia que continuaría fascinando al público.
John Stonehouse pasó a la historia como un enigma. Fue un hombre que, en lugar de enfrentarse a sus errores, optó por la huida, pero también uno que intentó resurgir con dignidad. Su vida, entre el aplauso y el escándalo, sigue siendo una de las más sorprendentes en la política británica.