En la víspera de la Navidad del 2023, una tragedia se desató en un hogar en el tranquilo barrio de Llandaff, en Cardiff, Gales, un crimen que conmocionó a la comunidad y que arrastró consigo una historia de amistad rota, secretos oscuros y una herencia multimillonaria. El protagonista de esta desgarradora narración es Dylan Thomas, un joven de 24 años, heredero de una de las fortunas más grandes de Gales, vinculado al imperio empresarial de una marca icónica marca de comida que dejó una huella en la historia del país.
El dinero y el linaje no fueron suficientes para frenar la espiral de violencia en la que Thomas se vio envuelto aquella fatídica noche.
Dylan y William Bush, su amigo y compañero de piso, compartían una relación que se remontaba a los días de su infancia. Ambos se conocieron en el colegio privado Christ College Brecon, en el sur de Gales. Desde entonces, la amistad entre ellos había sido cercana, forjada en las aulas y reforzada por los lazos de convivencia que los unían en la casa que compartían en Llandaff.
La vivienda, propiedad de los abuelos de Dylan, sirvió de refugio para ambos tras terminar sus estudios. Sin embargo, al llegar el mes de diciembre, la relación comenzó a mostrar fisuras.
William Bush, a sus 23 años, estaba a punto de dar un paso importante en su vida. Había decidido mudarse con su novia, Ella Jeffries, quien vivía en otro lugar, y alejarse de la casa compartida con Dylan. En medio de esta transición, comenzaron a surgir tensiones. Aunque los detalles exactos sobre el deterioro de su relación son inciertos, un acontecimiento previo comenzó a marcar la pauta de lo que estaba por ocurrir.
Según The Independent, dos meses antes del fatal ataque, William había comenzado a sentir una creciente inquietud por las actitudes de Dylan. En una conversación con Ella, reveló que su amigo había hecho un comentario inquietante. “He pensado o me he preguntado si debería matarte”, había dicho.
Aquellas palabras no fueron tomadas a la ligera, y el joven, asustado, decidió barricarse en su habitación aquella noche. La amenaza había calado hondo en él, y comenzó a temer por su vida. Le dijo a Ella: “Me da miedo, no quiero que se quede aquí”. Ella insistió en que debía irse. Pero lo que William no sabía era que esa noche se transformaría en la culminación de una relación marcada por la tensión, la ira y los traumas no resueltos.
La víspera de Navidad llegó, y mientras William pasaba la noche con su novia, Dylan se encontraba en casa de su abuela en Rhoose, Vale of Glamorgan. Según la versión de los hechos presentada por la acusación, Dylan estaba tomando un receso, pero algo oscuro lo impulsaba a regresar a su hogar en Llandaff. A la 1:00 a.m., después de fallar en su intento de llamar a un Uber, le pidió a su abuela que lo llevara de vuelta. Había dicho que quería salir a caminar con el perro, una excusa inofensiva para lo que sería el comienzo de una pesadilla.
La abuela de Dylan, Sharon Burton, lo condujo de regreso a la casa en Llandaff. Lo que ella no sabía es que ese acto de cariño sería el último vestigio de normalidad antes de que la violencia estallara. Tras dejar a su nieto en la entrada, Burton se quedó esperando en su coche, ajena a lo que sucedería dentro. Dylan, al parecer, había planeado todo. En los momentos previos al ataque, había estado buscando información sobre la anatomía del cuello en su computadora.
Con un par de cuchillos en sus manos, uno grande de cocina y una navaja de resorte, Dylan entró en la casa, subió las escaleras y se dirigió a la habitación de William. Allí, la fatal confrontación tendría lugar.
La escena fue descrita en el juicio como un “ataque frenético”. Dylan, armado con los cuchillos, se acercó sigilosamente a William desde atrás. Sin que su amigo tuviera oportunidad de defenderse, le asestó una primera puñalada en el cuello. La sorpresa y el pánico se apoderaron de William, quien intentó huir de la sala, pero el ataque no cesó. Dylan continuó apuñalándolo en el pecho y el cuello, hasta causarle 37 heridas. La mayor parte de los cortes se concentraron en la zona del cuello, donde Dylan cortó una arteria principal, provocando que William se desangrara en cuestión de minutos.
El horror no terminó ahí. Los gritos de William se escucharon desde la calle, según testigos que se encontraban cerca. Mientras Dylan regresaba a la entrada de la casa, golpeó la ventana del coche de su abuela y, alterado, pidió ayuda. Sharon, al ver la sangre, comprendió que algo terrible había sucedido. Mientras ella intentaba prestarle auxilio a William en el patio, Dylan llamó al número de emergencias, el 999, y alegó que había sido su amigo quien lo había atacado. Sin embargo, su relato se desmoronó rápidamente.
Al ser interrogado por la policía, Dylan insistió en que había actuado en defensa propia, alegando que William había tenido un “episodio” de locura. Sin embargo, los indicios apuntaban a lo contrario. Su comportamiento antes del ataque, la búsqueda en internet sobre el cuello, la preparación con los cuchillos, y los comentarios previos sobre su deseo de matar a William parecían indicar un ataque premeditado.
Según Daily Mail, el fiscal Greg Bull describió el crimen como “un ataque frenético”, un intento por parte de Dylan de llevar a cabo algo más que una mera reacción impulsiva. De hecho, en los meses anteriores al asesinato, Dylan había intentado hacer cosas extrañas, como escalar la cerca del Palacio de Buckingham en Londres, lo que resultó en su arresto. Esta última acción, en la que intentó entrar en la residencia real, también fue presentada como un indicio de la psicosis que sufría.
En el juicio, que sigue sin ninguna sentencia definitiva a esta altura del 2024, el tribunal escuchó testimonios desgarradores de la familia y amigos de William, quienes lo describieron como un hombre tranquilo, leal y sin inclinaciones violentas. “Era el mejor amigo de Dylan, y Dylan era su único amigo”, comentó el abogado defensor, refiriéndose a la relación entre ambos. La figura de Dylan, un joven solitario, comenzó a perfilarse ante los ojos del jurado, mientras que la psicopatología de su comportamiento se convertía en el eje central de la defensa.