Ashrita Furman tiene un talento único para hacer de lo extraordinario algo cotidiano. Nacido el 16 de septiembre de 1954 en Brooklyn, Nueva York, su vida es una constante reinvención, marcada por una serie de logros que desafían la comprensión. Cuando era niño, no destacaba por ser el atleta más prometedor ni el estudiante más sobresaliente, por lo que parecía transitar por los carriles de lo común. Pero dentro de él latía un anhelo inexplicable por algo más: su insaciable impulso por romper récords.
Desde que descubrió el Libro Guinness de los Récords en su adolescencia, se fascinó con la idea de que alguien pudiera alcanzar lo imposible y, de alguna manera, inmortalizarlo en esas páginas. Sin embargo, poco sabía en esos primeros años que ese mismo libro, que consideraba casi místico, terminaría siendo testigo de su legado.
En 1973, en una época de búsquedas personales y filosóficas, Ashrita encontró a Sri Chinmoy, un maestro espiritual que le enseñaría que el verdadero límite humano no estaba en el cuerpo, sino en la mente, a través de la fe inquebrantable en uno mismo.
De esa manera, Furman descubrió que lo que había estado buscando era una forma de vida y fue en ese contexto espiritual que comenzó a integrar el deporte con la meditación, y buscó una armonía entre el cuerpo y la mente.
Un momento clave en su vida fue la carrera de 24 horas en bicicleta en 1978, un reto que lo marcó profundamente. Aunque no había entrenado y sus conocimientos sobre ciclismo eran limitados, Ashrita sorprendió al llegar en tercer lugar, un logro que fue mental. Ese fue su primer indicio de que, con determinación, no había nada que no pudiera alcanzar.
El año siguiente, en 1979, Furman marcó el comienzo de lo que sería su carrera única en el mundo de los récords Guinness: realizó 27.000 saltos de tijeras consecutivos. En las décadas que siguieron, el número de sus logros creció de manera exponencial: estableció más de 600 récords Guinness. Algunos de ellos rozaban lo absurdo, como correr un kilómetro saltando en un pogo saltarín o realizar una maratón mientras empujaba una rueda de hula-hula. Sin embargo, sus logros no se limitaban a hazañas físicas inusuales, ya que se destacó en actividades que requerían destreza mental, como equilibrar una bicicleta sobre un solo brazo o mantener un canto de rana en equilibrio durante horas.
Lo que realmente definía a Furman, sin embargo, era la relación profunda y significativa que establecía con cada uno de los desafíos que emprendía. “Todo lo que uno puede lograr en la vida depende de la mente”, solía decir. Para él, los récords eran simplemente una extensión de esa práctica constante de superación personal, que no solo fortalecía su cuerpo, sino su alma.
Uno de los récords más impresionantes fue el que estableció en 2011: una carrera de 80 millas mientras equilibraba una botella de leche sobre su cabeza.
Sus logros, además, no se circunscribieron a las fronteras de Estados Unidos. Furman viajó por el mundo, llevando consigo sus récords y su filosofía de vida. En lugares tan remotos como Tailandia, Australia y China, rompió barreras físicas y mentales, desde correr descalzo en las escaleras de la Gran Muralla China, hasta lanzar hula hulas por las calles de Sydney. En cada rincón, sus hazañas no solo demostraban su resistencia física, sino que daban testimonio de la capacidad humana para alcanzar lo insospechado.
A pesar de su éxito internacional, Furman nunca abandonó sus raíces. En su barrio de Queens, Nueva York, continúa su vida cotidiana como un hombre humilde, ajeno al culto a la fama que muchos esperarían de alguien con su legado. Administrador de una tienda de alimentos saludables, se mantiene cercano a su comunidad, compartiendo su vida sencilla y su sabiduría, siempre dispuesto a motivar a otros a perseguir sus sueños, por más descabellados que estos puedan parecer.
En la actualidad, con más de 200 récords Guinness vigentes, Ashrita sigue buscando nuevos desafíos. A sus 70 años, sigue entrenando, rompiendo récords y demostrando que la edad no es un obstáculo.