El 1 de abril de 2014, la jungla panameña se convirtió en el escenario de un misterio que hasta hoy, diez años después, continúa sin resolverse. Kris Kremers y Lisanne Froon, dos jóvenes oriundas de Holanda, desaparecieron en las densas selvas de Boquete, dejando tras de sí un rastro de fotografías inquietantes, llamadas fallidas y restos humanos dispersos.
Aquel día, salieron temprano por la mañana desde su hostal con planes de explorar el sendero El Pianista, un recorrido turístico que serpentea entre las montañas y que, entre locales y visitantes, goza de la reputación de ofrecer vistas impresionantes a ambos océanos desde su mirador. Pero todo terminó en tragedia y misterio.
En algún momento de la tarde, después de haber alcanzado el mirador, los teléfonos de Kris y Lisanne registraron los primeros intentos de llamadas de emergencia. A las 16:39, el iPhone 4 de Kris intentó marcar el número europeo de emergencias, el 112. Pocos minutos después, el Samsung Galaxy de Lisanne intentó lo mismo, marcando el 9-1-1. Ninguna de las llamadas logró conectarse, y en el enigma de esos primeros intentos de auxilio se abrió un vacío inexplicable.
¿Por qué las jóvenes no regresaron por el mismo camino? ¿Habían decidido internarse más en la selva, en busca de nuevas vistas? Solo unas horas después de aquellos fallidos intentos de contacto, sus teléfonos dejaron de emitir señal.
La preocupación comenzó a crecer cuando las dos holandesas no se presentaron a una cita que tenían a la mañana siguiente con un guía local. Al cabo de dos días, el gobierno panameño dio inicio a las labores de búsqueda en los bosques circundantes, aunque sin éxito en los primeros días. Según detalló TVN, los helicópteros de rescate sobrevolaron la zona, y grupos equipados con perros rastreadores peinaron los senderos. La jungla pareció tragarse todo rastro de las jóvenes.
Para el 6 de abril, los padres de Kremers y Froon llegaron a Panamá, trayendo consigo no solo la esperanza, sino refuerzos especializados desde los Países Bajos. Perros rastreadores y agentes de su país se sumaron a la misión. Se ofreció una recompensa de USD 30.000 por cualquier información que pudiera conducir a su paradero, un incentivo que atrajo a locales y guías de la zona. Los días se convirtieron en semanas, mientras la familia luchaba contra la desesperación y la inclemencia de la selva. Sin embargo, el bosque permaneció impenetrable, como si guardara celosamente los secretos de las jóvenes turistas.
La primera pista sobre las turistas holandesas
El primer rastro tangible llegó sino hasta el 14 de junio, más de diez semanas después de su desaparición, reseñó Telemetro. Una mujer de la etnia Ngäbe Buglé, habitante de un pueblo remoto llamado Alto Romero, se presentó ante las autoridades con una mochila azul que había encontrado junto a la orilla de un río en la zona de Bocas del Toro.
La mochila pertenecía a Lisanne y contenía pertenencias inusuales: dos pares de lentes de sol, la tarjeta de seguro médico de Froon, USD 88 en efectivo, una botella de agua, corpiños, y lo más inquietante, los teléfonos y la cámara digital de las chicas. Al investigar los dispositivos, los rescatistas descubrieron que ambas habían realizado varios intentos más de contacto de emergencia. Las llamadas continuaron hasta el 6 de abril, aunque sin éxito.
Entre los hallazgos de la mochila, la cámara fotográfica se convirtió en un foco de investigación. En ella había fotos de las jóvenes en el mirador de El Pianista, sonriendo, como si se tratara de un día normal de excursión. Sin embargo, a partir de ahí, las imágenes capturadas distaban mucho de ser ordinarias. Una serie de 90 fotos, tomadas en la madrugada del 8 de abril entre la 1 y las 4 de la mañana, mostraban imágenes enigmáticas y aparentemente aleatorias.
Algunas capturaban la penumbra de la jungla, rocas, y ramas envueltas en plástico. Otras parecían enfocarse en una ramita cuidadosamente colocada sobre una roca y una correa de mochila. Pero la imagen más desconcertante de todas fue una que parecía mostrar la parte posterior de la cabeza de una de las jóvenes, posiblemente Kris, con un aparente golpe. Estas imágenes planteaban más preguntas que respuestas: ¿intentaban pedir ayuda o simplemente documentaban su situación? ¿Acaso estaban siendo observadas?
La mochila azul impulsó nuevas búsquedas, esta vez cerca del río Culubre. Poco después del descubrimiento, encontraron unos shorts de jean que pertenecían a Kris, cuidadosamente doblados y colocados sobre una roca, río arriba y lejos de la mochila.
Dos meses después, en junio, las búsquedas dieron un giro macabro: a orillas del mismo río, los rescatistas hallaron una bota con un pie humano en su interior. A pocos metros se encontraron huesos dispersos, y posteriormente identificados mediante pruebas de ADN como restos de ambas jóvenes. Entre estos, se encontraron 33 huesos en total. Lo más extraño era el estado en que se hallaban los restos: mientras algunos huesos de Lisanne aún conservaban piel, los de Kris parecían blanqueados, como si hubieran sido sometidos a un proceso acelerado de descomposición.
Las autoridades panameñas concluyeron que Kris Kremers y Lisanne Froon posiblemente murieron en un accidente tras perderse en la selva. Una de las hipótesis sugiere que al intentar cruzar uno de los puentes de mono —rústicas estructuras de cuerdas utilizadas para atravesar el río— una de ellas pudo haber caído, arrastrando a la otra.
Sin embargo, la falta de fotografías en las cercanías de estos puentes y la distancia entre los hallazgos alimentaron especulaciones sobre la verdadera causa de su muerte. La extraña actividad en los teléfonos, las fotos crípticas y el estado de los huesos siguen siendo temas de debate, incluso años después.