El 19 de febrero de 2009, el Barrio Rojo de Ámsterdam despertó bajo una sombría revelación. En una pequeña habitación de Oudezijds Achterburgwal, se halló el cuerpo de Bernadett Szabó, conocida por todos como Betty. Apenas 19 años y con una vida marcada por la dureza, Betty había llegado desde Hungría en busca de una oportunidad que, en su experiencia, solo le ofreció dificultades. La escena fue devastadora: brutalmente apuñalada, yacía en un charco de sangre.
La descubrieron sus compañeras de trabajo, quienes, al notar que aquella madrugada no sonaba la música que solía usar para ambientar su espacio, se acercaron sospechando que algo andaba mal. Al abrir la puerta, el horror se hizo palpable: Betty, sin vida, mostraba múltiples heridas y un final trágico en uno de los barrios más transitados de la ciudad.
Las trabajadoras del lugar, acostumbradas a la mirada de cientos de turistas que deambulan por las calles de neón, quedaron conmocionadas. El crimen resultó un golpe inesperado y aterrador, sacudiendo a todo Ámsterdam. Desde ese día, su caso puso en el centro de la conversación pública la vulnerabilidad de las mujeres que, como ella, se desempeñan como prostitutas.
La investigación se lanzó de inmediato, con una revisión exhaustiva de cámaras de seguridad y entrevistas a quienes frecuentaban el barrio. Sin embargo, los esfuerzos iniciales no arrojaron pistas que revelaran al asesino. En una zona de alto tránsito turístico y de residentes efímeros, los investigadores no obtuvieron respuestas concretas.
Un asesinato tan atroz, cometido en una de las zonas más populares de Países Bajos, resultaba desconcertante, y las sospechas se centraron en la posibilidad de que el autor del crimen fuera un turista extranjero. La falta de testigos y la incapacidad de identificar al culpable instalaron un manto de inseguridad en la zona.
Quince años después, la policía tomó la decisión de recurrir a una estrategia sin precedentes en Países Bajos. Con un holograma tridimensional que recrea la imagen de Betty en vida, las autoridades intentan despertar recuerdos en quienes frecuentaron el Barrio Rojo durante aquella época.
La imagen, proyectada en una ventana del lugar donde ella trabajaba, presenta a la joven en un taburete, vestida como en sus últimos días: shorts cortos, un top negro con detalles amarillos y un tatuaje de dragón que se extiende desde el abdomen hasta el pecho. Desde la imagen digital, Betty se inclina hacia el vidrio, crea vaho con su aliento y escribe la palabra “ayuda” con un dedo, en un intento de conectar con los transeúntes.
Esta tecnología, innovadora en el ámbito de la investigación criminal, se diseñó cuidadosamente con la aprobación de la familia de Betty y con el propósito de causar un impacto emocional. Los responsables del proyecto, liderados por el portavoz del equipo de personas buscadas, Benjamin van Gogh, revelaron a EFE, que la creación del holograma implicaba cierto riesgo. Sin embargo, la intención de “hacer justicia a Betty” y ofrecer consuelo a su familia guio cada decisión. Desde el 9 hasta el 16 de noviembre, la imagen interactiva de la joven puede observarse en su antiguo espacio de trabajo, donde interactúa simbólicamente con los transeúntes, apelando a una memoria dormida.
Betty había llegado a Ámsterdam en 2008. Su llegada a Países Bajos abrió una alternativa económica que la condujo a la industria del sexo, un mundo al que recurrió en busca de una vía para subsistir. Tras un tiempo en la ciudad, quedó embarazada y, aunque eso le trajo consigo una breve pausa, reanudó su trabajo apenas semanas después del parto. Su hijo, entregado en adopción a una familia holandesa, nunca conoció a su madre.
La investigación pasó por años de revisión, sin que las pruebas ofrecieran respuestas claras. Un hombre fue detenido, aunque posteriormente liberado por falta de evidencia. Para los detectives, resulta evidente que alguien, en algún lugar, debe tener una pieza clave de información sobre lo ocurrido. Quizás un turista que dejó la ciudad y nunca pensó en el suceso como un detalle relevante. La iniciativa de la policía no se limita a la proyección del holograma. También se ofrece una recompensa de 30.000 euros a quienes puedan aportar pistas decisivas.