El Vampiro de Düsseldorf: la historia de Peter Kürten, el asesino para el que el terror era un placer

Durante la década de 1920, aterrorizó a la ciudad alemana con una serie de asesinatos brutales, destacándose por su metódico sadismo

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El hombre, identificado como Peter
El hombre, identificado como Peter Kürten, fue conocido como el "Vampiro de Düsseldorf" debido a sus crímenes violentos cometidos a fines de la década de 1920 (Captura de video)

El 26 de mayo de 1883, en la ciudad alemana de Mülheim, nació Peter Kürten, el tercero de trece hijos en una familia que representaba lo más oscuro de la pobreza y la violencia. Su infancia estuvo marcada por una miseria abrumadora y una brutalidad que los niños más pequeños apenas podían resistir. Su padre, un alcohólico consumido por sus propios demonios, reinaba en el hogar con golpes y maltratos constantes hacia su madre y sus hermanos. Pero lo más devastador era la violencia sexual que el hombre no dudaba en descargar sobre sus propias hijas, abusos que no se molestaba en ocultar. Peter observaba, en silencio, la destrucción de su familia.

A los nueve años, aquel entorno asfixiante lo empujó a escapar de casa, una huida que no sería definitiva, pero que comenzó a trazar en él el camino de la violencia. Sus primeros actos no parecían propios de un niño: relatos de la época sugieren que, a poco de abandonar su hogar, ahogó a dos compañeros, hundiéndolos en el agua hasta que dejaron de moverse.

De esos presuntos asesinatos no quedaron registros oficiales, pero el rumor de que había matado creció a su alrededor como una sombra. Con el paso de los años, la oscuridad dentro de él se fue afianzando, manifestándose en actos cada vez más perturbadores: Kürten se entregó a la tortura y mutilación de animales, a menudo durante actos de bestialidad, alcanzando un placer que más tarde reconocería como profundamente sexual. Para la sociedad de Düsseldorf, sin embargo, él era solo un muchacho problemático, otro delincuente juvenil destinado a una vida entre rejas.

Kürten tenía un historial de
Kürten tenía un historial de delitos violentos que incluían robos, agresiones y asesinatos, sembrando el pánico en la ciudad alemana de Düsseldorf (Captura de video)

A los dieciséis años, Peter robó a su propia familia y huyó, sumergiéndose en un mundo de pequeños crímenes. Los robos y el fraude se convirtieron en su medio de vida y, como era predecible, la cárcel en su hogar. Las puertas de la prisión se cerraron sobre él durante meses y luego por años, en un ciclo que parecía eterno. Fue en ese tiempo tras las rejas que sus fantasías oscuras tomaron forma, intensificadas por castigos y el confinamiento en celdas de aislamiento.

Pronto, aquellas imágenes grotescas en su mente se hicieron irresistibles; la idea de matar comenzó a ser más que una fantasía. Cuando salió en libertad en 1913, su obsesión lo había consumido por completo. Un día, vagando por las calles, observó una casa en Mülheim. Vacía, pensó. La oportunidad perfecta para robar. Pero al entrar se topó con Christine Klein, una niña de diez años que dormía sin percibir la presencia del extraño. En ese momento, el “deseo de sangre”, como lo describiría luego, se apoderó de él.

Con una fría determinación, se abalanzó sobre la pequeña, la estranguló y luego, con un cuchillo de bolsillo, cortó su garganta. El acto fue una epifanía oscura: en el terror y el dolor de su víctima encontró una satisfacción que nunca había experimentado. Esa noche, con la adrenalina aún en su sistema, volvió al lugar del crimen para disfrutar del horror que había causado en la comunidad. Para la gente de la ciudad, el crimen fue una tragedia incomprensible. Para Peter Kürten, el descubrimiento de una nueva fuente de placer.

Los medios de comunicación de
Los medios de comunicación de la época destacaron la brutalidad de los ataques de Kürten y su capacidad para evadir a la policía durante un tiempo considerable, provocando miedo y fascinación pública (Captura de video)

Con ese asesinato, Peter Kürten había dado su primer paso hacia una espiral de violencia sin retorno. Pronto, su deseo de sangre se convertiría en su propósito de vida. Dos meses después, volvió a matar: una joven de diecisiete años, Gertrud Franken, cayó en su red. La estranguló mientras observaba cómo la vida se desvanecía en sus ojos. Estos asesinatos marcaron el inicio de una cadena interminable de crímenes que sumieron a Düsseldorf en un estado de pánico colectivo.

La prensa también se hizo
La prensa también se hizo eco de las historias trágicas de las víctimas de Kürten, algunas de ellas jóvenes que sufrieron actos de violencia incomprensibles (Captura de video)

Cada víctima representaba una oportunidad de sumergirse en su perversión, en un sadismo que muchos, incluso después de su captura, serían incapaces de comprender. Para Kürten, no existía distinción entre una niña, una mujer, un hombre; cualquier cuerpo le permitía sumergirse en su depravación. Su método, casi ritual, consistía en usar unas tijeras afiladas para apuñalar a sus víctimas repetidas veces, un arma que, aunque simple, se había convertido en su sello personal. En algún punto, consciente de que la policía buscaba ese patrón, cambió de arma, usando un martillo o un cuchillo, cualquier objeto que le permitiera destruir una vida.

La policía, desconcertada por la violencia de estos crímenes, estaba ante un asesino que se deleitaba con la angustia que causaba en la comunidad. En 1929, Düsseldorf se estremeció con esa serie de asesinatos brutales, tan atroces que los periódicos comenzaron a llamarlo “El Vampiro de Düsseldorf”.

A veces, Kürten regresaba a la escena del crimen, hablaba con la policía, escuchaba los comentarios de los vecinos. En una ocasión, pensó en clavar el cadáver de una víctima en un árbol, pero optó por enterrarla, aunque no sin enviar a la policía un mapa detallado de la ubicación del cuerpo, con la esperanza de prolongar su juego con las autoridades. Su perversión alcanzó un punto culminante en un acto que horrorizó a toda Alemania: al encontrar a dos hermanas, una de cinco años y la otra de catorce, persuadió a la mayor para que le comprara unos cigarrillos y, en su ausencia, apuñaló a la pequeña y bebió su sangre. Cuando la hermana mayor regresó, también la atacó y la dejó al borde de la muerte.

Pero sería un error, aparentemente insignificante, lo que terminaría con su sangrienta carrera. El 14 de mayo de 1930, intentó asesinar a Maria Budlick, una joven a quien había interceptado al bajar de un tren. Tras conducirla a un bosque, la atacó con violencia. Maria logró sobrevivir y escribió una carta a una amiga que relataba su terrible experiencia. El destino, o el azar, hizo que la carta terminara en las manos de la policía, que logró identificar al hombre que hasta ese momento parecía imposible de capturar. Sabía que lo habían descubierto. En un acto casi desesperado, confesó sus crímenes a su esposa y le pidió que lo entregara a las autoridades para que pudiera cobrar la recompensa. En mayo de 1930, Peter Kürten fue detenido.

Maria Budlick fue una de
Maria Budlick fue una de las víctimas de Kürten, cuyo testimonio fue clave para la captura y condena del asesino, atrayendo la atención mediática internacional (Captura de video)

Durante los interrogatorios, lejos de mostrar arrepentimiento, Kürten se explayó en sus confesiones para horror de los investigadores. Describió sus crímenes con una precisión clínica, deteniéndose en las sensaciones que experimentaba al ver la sangre, al sentir la vida desvanecerse entre sus manos. La policía, atónita, escuchaba sus relatos, incapaz de comprender cómo un hombre podía estar tan enajenado.

Las entrevistas con el psicólogo Karl Berg se convirtieron en el material de un libro que intentaría desentrañar la mente de un asesino tan perverso: “El Sádico”. El profesional describió a Kürten como un psicópata sexual, un caso extremo de “Lustmord”, asesinato por placer, y aunque los psiquiatras del país estaban ávidos de encontrar una explicación médica, los análisis posteriores de su cerebro no revelaron ninguna anomalía física que justificara sus acciones.

En 1931, Peter Kürten enfrentó el juicio por nueve asesinatos y siete intentos de homicidio. Durante dos meses, la fiscalía y la defensa debatieron sobre su cordura y sobre la maldad inherente en cada uno de sus actos. En la corte, Kürten no mostró piedad ni arrepentimiento. De hecho, afirmó que sus asesinatos eran una forma de venganza contra el mundo que lo había torturado. “Nunca sentí remordimiento en mi alma”, declaró. “Nunca pensé que lo que hacía era malo, aunque la sociedad humana lo condene. Mi sangre y la de mis víctimas estarán en la cabeza de mis torturadores”.

Con esta inquietante justificación, los jurados no tuvieron dudas. En solo 90 minutos, lo declararon culpable, sentenciándolo a nueve penas de muerte. Kürten, sin protestar, aceptó su destino. El 2 de julio de 1931, fue conducido a la guillotina. Justo antes de morir, en un acto que confirmaba la perversión y el vacío de su vida, preguntó: “¿Después de que me corten la cabeza, podré escuchar cómo brota la sangre de mi cuello? Eso sería el placer supremo”.

Así terminó la vida de Peter Kürten, el hombre que había desatado el terror en Düsseldorf y dejado una huella indeleble en el estudio de la criminología y la psicopatía.

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