Hari Budha Magar nació en un rincón remoto de Nepal, donde las privaciones de la pobreza y la dureza de la vida rural marcaron sus primeros años. Hijo de una familia ganadera, fue forjado en un ambiente donde la supervivencia requería adaptarse. A los once años, le organizaron un matrimonio, como dicta la tradición, y cada día caminaba descalzo durante más de cuarenta minutos para llegar a la escuela en medio de montañas.
“Cada paso descalzo sobre piedras y lodo era una batalla contra el frío y la altura,” recordaría después Hari, a The Guardian. En esas caminatas sufría frecuentes dolores de cabeza que ahora sabe que eran por la altitud. Estas primeras pruebas lo prepararon para una vida de desafíos, aunque nunca imaginó que, años más tarde, su destino lo enfrentaría a una tragedia que redefiniría su existencia.
A los 19 años, Hari ingresó en el ejército británico como parte de los Gurkhas, el cuerpo de élite de soldados nepaleses reconocido por su valentía y tenacidad. El hombre adoptó esa mentalidad con disciplina y valor, sin imaginar que algún día necesitaría toda su fortaleza para enfrentar la prueba más dura de su vida.
En 2010, durante una patrulla en Afganistán, la tragedia lo golpeó de lleno. Hari pisó una mina improvisada (IED) que explotó bajo sus pies. “Recuerdo todo de ese día,” narró más tarde en una entrevista con The Guardian. “El ruido, la sensación de que el suelo desaparecía, la sangre brotando de mis heridas. Mi primer pensamiento no fue sobre mí, sino sobre mis hombres. Solo quería asegurarme de que estuvieran a salvo”. Tras la explosión, sintió el peso de la responsabilidad como segundo al mando y, aun herido, intentó detener la hemorragia mientras esperaba la llegada del helicóptero de rescate. Esa explosión lo dejó sin piernas, pero el impacto psicológico fue aún mayor. Despertó en un hospital militar, invadido por una mezcla de vergüenza y dolor, creyendo que había fallado a sus compañeros y a su misión.
Sumido en una profunda depresión, el regreso a la vida civil fue una prueba más amarga que el campo de batalla. Aislado y sin confianza, el recuerdo de las creencias de su infancia sobre la discapacidad lo carcomía. “En Nepal, muchos creen que la discapacidad es un castigo de vidas pasadas”, explicó en una entrevista con The Guardian, revelando cómo esta mentalidad influyó en su percepción de sí mismo y lo sumió en una etapa oscura. “Me sentía como una carga para el mundo”, confesó, añadiendo que la vergüenza de ser visto en público lo hizo encerrarse, alejándose incluso de su familia.
Con el tiempo, y con el apoyo de diversas organizaciones de apoyo a veteranos, Hari comenzó a encontrar en el deporte una nueva vía de esperanza. Primero fue el golf, y luego vinieron otros desafíos: el kayak, el esquí y, finalmente, la escalada. Estas actividades lo ayudaron a recuperar su confianza y le hicieron trazar una meta audaz: escalar el Monte Everest, el techo del mundo.
Pero el camino hacia el Everest no estaba exento de barreras. En 2018, el gobierno de Nepal prohibió que las personas ciegas y con amputaciones extremas escalaran la montaña en un intento de reducir la tasa de accidentes. Hari, determinado a desafiar estos límites, lideró una campaña para revertir esta decisión. Junto a otros activistas y asociaciones de discapacitados, llevó el caso ante la Corte Suprema de Nepal, que falló a su favor en 2019, permitiéndole continuar con su sueño.
La preparación para la escalada fue minuciosa. Para una persona con sus limitaciones, cada detalle contaba: las prótesis debían ser reforzadas y adaptadas al terreno helado, los crampones debían soportar su peso y ser funcionales en las condiciones más extremas. Con el apoyo de su entrenador y compañero de expedición Krish Thapa, un veterano del SAS y experto en montaña, entrenó durante años para asegurarse de que estuviera listo para el desafío definitivo.
El 17 de abril de 2023, Hari inició su ascenso al Everest, enfrentándose a temperaturas bajo cero y desafíos propios de una de las montañas más mortales del planeta. Durante el ascenso, él y su equipo enfrentaron el peligroso cruce del Khumbu Icefall y las temibles pendientes de Lhotse. En un punto, debido a la congelación, el agua caliente que llevaban en termos se enfrió rápidamente, volviéndose inútil. “El frío era tan extremo que no podíamos ni beber”, relató Hari en entrevista con The Guardian.
Finalmente, el 19 de mayo, tras semanas de enfrentarse al clima y a sus propias limitaciones, Hari llegó a la cima del Everest, convirtiéndose en el primer doble amputado por encima de la rodilla en lograr esta hazaña. Sin embargo, el tiempo en la cima fue breve; las condiciones extremas y la falta de oxígeno lo forzaron a iniciar el descenso casi de inmediato. Con los tubos de oxígeno congelados y la vista obstruida por el hielo en su máscara, avanzó a duras penas, temiendo no llegar con vida al campamento base.