En 1989, Estados Unidos quedó conmocionado al conocer el caso de Lyle y Erik Menéndez, dos hermanos acusados de asesinar a sus padres, José y Kitty Menéndez, en su lujosa mansión en Beverly Hills. Los hermanos, entonces de 21 y 18 años respectivamente, fueron condenados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional tras un juicio que cautivó a la opinión pública. A lo largo de los años, el caso fue objeto de múltiples apelaciones que no lograron modificar su sentencia. Sin embargo, los Menéndez hoy tienen una nueva oportunidad de revisar su condena, no gracias al sistema legal, sino a causa del entretenimiento.
Décadas después de los asesinatos, el interés en el caso ha resurgido con fuerza, en gran parte por la producción de documentales y series que ofrecen una nueva perspectiva sobre la historia de los hermanos. El reciente docudrama de Netflix, titulado Monsters: The Lyle and Erik Menendez Story, ha reavivado el interés público y motivado una reevaluación judicial. Por qué el fiscal del distrito de Los Ángeles ha recomendado que sean juzgados de nuevo.
Impacto de los medios de crimen real en los tribunales
El género de crimen real ha demostrado tener un impacto directo en decisiones legales y en la percepción pública de los acusados. Los contenidos de streaming, podcasts y redes sociales contribuyen a resaltar injusticias y errores judiciales, como se observó en el caso del podcast “Serial”, que cuestionó la condena de Adnan Syed. Este formato ofrece a los espectadores un papel más activo en la interpretación de los casos, en ocasiones cuestionando la culpabilidad de los acusados y promoviendo una empatía hacia los protagonistas.
Esta tendencia de explorar crímenes reales también ofrece una perspectiva distinta sobre los implicados, llevando a muchos a replantearse la historia. Como le dijo a Associated Press, el abogado defensor penal Adam Banner: “Los nuevos dramas profundizan en la infancia de los hermanos, ayudando al público a comprender mejor el contexto del crimen”.
La producción de contenidos de crimen real en plataformas como Netflix y en podcasts ha tenido efectos inesperados en el sistema judicial. Si bien algunos programas de este tipo han ayudado a exponer errores judiciales y posibles injusticias, también han generado consecuencias negativas al priorizar el entretenimiento y las ganancias sobre la precisión y la ética. De este modo, los casos criminales se convierten en productos de consumo, lo que puede llevar a la creación de narrativas que distorsionan los hechos y afectan la percepción de la opinión pública.
El auge del antihéroe en el crimen real
La tendencia actual en el género de crimen real está marcada por una transformación en la percepción de los acusados, quienes son representados no solo como culpables, sino también como personajes complejos y, en algunos casos, empáticos. Esto crea una nueva figura en el contenido de true crime: el antihéroe. Esta tendencia comenzó a consolidarse con el éxito del podcast Serial y dio lugar a un nuevo enfoque en los casos criminales. Según Maurice Chammah, redactor de The Marshall Project, una organización sin fines de lucro: “El éxito del podcast Serial... cambió todo el paisaje económico y cultural de los podcasts”. A partir de aquí, producciones como Making a Murderer se convirtieron en referentes al retratar a los protagonistas de crímenes como personas con historias trágicas y, en algunos casos, dignas de compasión.
Esta representación del acusado como antihéroe ha llevado a una creciente tendencia en la cultura popular de explorar los antecedentes personales de los involucrados en crímenes, presentándolos como víctimas de traumas que explicarían, aunque no justificarían, sus actos. Chammah explica: “En la cultura popular, tanto en la ficción como en la no ficción, la tendencia es explotar la historia de fondo de un personaje villano”, lo que ayuda a los espectadores a empatizar con ellos.
Influencia de la cultura pop en el sistema judicial
La creciente influencia de la cultura popular y el interés mediático en ciertos casos criminales han provocado un riesgo de arbitrariedad en el sistema de justicia. Casos que atraen la atención de figuras públicas o se convierten en virales en las redes sociales pueden tener una segunda oportunidad en los tribunales, mientras que otros sin esta visibilidad no obtienen el mismo beneficio.
Como advierte Chammah: “Si abres las decisiones de sentencia y las segundas oportunidades... a la cultura pop —en el sentido de quién consigue que se haga un podcast sobre ellos... el riesgo de arbitrariedad extrema es realmente grande”. Esta dinámica pone en evidencia cómo el sistema judicial puede verse influenciado por el entretenimiento y el mercado mediático, donde el apoyo de figuras públicas y la viralidad de ciertos casos son determinantes en la percepción y el tratamiento que reciben los acusados.
La popularidad del contenido de crimen real en las redes sociales añade una capa de complejidad y dilemas éticos. Las plataformas digitales permiten a los espectadores participar activamente, lo que genera consecuencias para las familias de las víctimas y, en algunos casos, contribuye a la circulación de información incorrecta o sin fundamento. Según Whitney Phillips, profesora de la Universidad de Oregón: “Debido a que estos no son detectives capacitados o personas que tienen alguna experiencia real en el área temática de lo forense o incluso en derecho penal, entonces hay este resultado realmente común de que las personas equivocadas sean implicadas o consideradas como sospechosas”.
Además, la economía de la atención en redes sociales tiende a recompensar la viralidad y el sensacionalismo por encima de la precisión y la ética. Phillips afirma que “el sistema de redes sociales —la economía de la atención— no está calibrado para la ética. Está calibrado para las visualizaciones, para el compromiso y para el sensacionalismo”. En palabras de Phillips: “Era algo inevitable... influencers literalmente solo ponerse maquillaje y luego contar una historia muy informal, muy chismosa, a menudo no particularmente bien investigada”.
Esta situación evidencia cómo la exposición de crímenes reales en las redes sociales puede alejarse del periodismo de investigación, afectando tanto la precisión en la cobertura de los casos como la sensibilidad hacia las víctimas y sus familias.