En el año 2005, los habitantes de Artesina, en el Piamonte italiano, se despertaron con una vista insólita: un enorme conejo rosa de más de 60 metros de largo descansaba en las alturas de la montaña Colletto Fava. Este insólito conejo parecía un juguete gigante, abandonado y olvidado en la cima, con los brazos extendidos y sus “entrañas” visibles, a la vista de todos. La aparición de esta enorme figura fue todo un misterio para los residentes y turistas en la región, y generó una mezcla de asombro y desconcierto.
El misterio alrededor del origen y el propósito de este conejo rápidamente se aclaró: la instalación era obra de Gelitin, un colectivo de artistas de Viena, que dejó esta estructura intencionadamente en un lugar remoto y de acceso complicado para invitar a los espectadores a interactuar y descubrirla por sí mismos.
Cómo era el conejo y por qué estaba ubicado allí
La aparición del conejo rosa en Colletto Fava fue un proyecto concebido y ejecutado por el colectivo Gelitin, fundado por cuatro artistas austriacos: Ali Janka, Florian Reither, Tobias Urban y Wolfgang Gantner, quienes desarrollaron su carrera juntos desde los años 90. La elección de este sitio no fue casual; Gelitin buscaba una ubicación alejada de la ciudad, en un entorno natural que aumentara la sorpresa y el misterio de la instalación. La figura monumental y llamativa del conejo contrastaba con la vegetación oscura de la zona, logrando que pudiera ser vista desde lejos e incluso captada por cámaras satelitales, lo cual contribuyó a la notoriedad de la obra a nivel mundial.
El conejo gigante, apodado Hase, fue confeccionado durante cinco años utilizando materiales suaves y resistentes al clima. Con aproximadamente 61 metros de largo y 6 metros de alto, fue rellenado con paja y construido con lana impermeable. Gelitin diseñó la instalación para parecer un juguete descuidado, tumbado en la montaña como si hubiera sido dejado por una mano gigantesca. Para darle un toque macabro, el conejo muestra parte de sus “órganos” de lana que se escapan por un costado, una visión grotesca que invita a la reflexión sobre la relación entre lo natural y lo artificial. La intención, según los artistas, era que el público pudiera trepar y explorar el conejo, e incluso tumbarse en su vientre, que actuaba como una plataforma desde la cual se podían observar los paisajes montañosos.
Y es que la instalación no solo fue una obra visual; para Gelitin, el conejo representaba una invitación a una experiencia más amplia. El colectivo buscaba que los visitantes sintieran la misma extrañeza y curiosidad que alguien que encuentra un objeto misterioso en un entorno inesperado. Según los artistas, querían que el conejo recordara a algo “tejido por abuelas gigantes” y que hiciera sentir a los espectadores como “Liliputienses” en referencia a “Los viajes de Gulliver”, una obra literaria de Jonathan Swift en la que el protagonista se ve rodeado de seres mucho más pequeños. En el caso del conejo, los visitantes pasaban a ser las “criaturas pequeñas”, observando desde una perspectiva completamente nueva este paisaje inusual. Para Gelitin, esta interacción directa era fundamental; querían que el público se sintiera parte de la obra, escalando, caminando y hasta descansando sobre el conejo.
Estado actual de la obra: la descomposición natural
Desde su instalación en 2005, Gelitin había previsto que el conejo rosa permanecería en la montaña hasta 2025, sometiéndose a un proceso natural de descomposición. Este proceso formaba parte del concepto original, ya que los artistas querían que la naturaleza interviniera en la obra hasta hacerla desaparecer. Para 2016, el conejo ya estaba en un estado avanzado de descomposición, quedando en el sitio solo fragmentos de lana y paja que apenas se reconocen como parte de un conejo. Hoy en día, los restos se mezclan con el terreno, y es probable que para 2025 no quede prácticamente ningún rastro visible de la instalación.