En 1944, la segunda guerra mundial arrasaba el Pacífico. Según The Guardian, entre las filas del Ejército Imperial Japonés, dos jóvenes soldados, Yoshio Yamakawa y Tsuzuki Nakauchi, luchaban en las impenetrables selvas de Mindanao, Filipinas. Eran parte de la 30ª División, un grupo destinado a resistir el avance de las fuerzas estadounidenses. Las órdenes eran claras: luchar hasta el final. Pero el final que imaginaron nunca llegó para ellos.
Con el tiempo, la unidad de Yamakawa y Nakauchi fue diezmada. La selva, densa y oscura, se convirtió en su única protección contra el enemigo que avanzaba sin tregua. La guerra no les ofrecía otra opción: o desaparecían o morían. Cayeron en los profundos bosques y allí, en ese refugio natural, comenzaron un aislamiento que se extendería por seis largas décadas.
Durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, la situación de los soldados japoneses en Filipinas se volvió desesperada. Las tropas estadounidenses atacaban sin cesar, y el control japonés sobre las islas se desvanecía. Según NTV, Miles de soldados fueron capturados, pero algunos, como Yamakawa y Nakauchi, optaron por desaparecer en la jungla. Sabían que si volvían a Japón sin haber cumplido con su misión, el castigo sería la corte marcial. El honor y el deber militar eran su única guía, y decidieron esconderse, convencidos de que un día sus superiores volverían por ellos.
Pero el día de la rendición de Japón nunca llegó para ellos. Según NBC, en agosto de 1945, mientras el emperador Hirohito anunciaba la capitulación, Yamakawa y Nakauchi continuaban su vida en la selva, ajenos al final del conflicto. Los aviones sobrevolaban las montañas, las batallas cesaban, pero para ellos, el silencio no significaba la paz, sino una amenaza constante.
The Sydney Morning Herald cuenta que a lo largo de los años, construyeron refugios improvisados, cazaron animales pequeños y recolectaron frutas. Aprendieron a evitar a los lugareños, temerosos de que los entregaran a las autoridades. Sobrevivieron a base de lo que la jungla les ofrecía, aislados de cualquier noticia del mundo exterior. El tiempo para ellos transcurría de manera diferente, en un ciclo interminable de días que se extendían durante sesenta años. En sus mentes, la guerra seguía en marcha.
Décadas de silencio
Mientras Yamakawa y Nakauchi permanecían ocultos, Japón y el mundo seguían adelante. Los ecos de la Segunda Guerra Mundial se desvanecían, las cicatrices del conflicto se curaban, y la memoria de los soldados desaparecidos se borraba poco a poco. En Japón, sus nombres figuraban en los registros de guerra como “presumiblemente muertos”. Sus familias habían hecho el duelo, sus compañeros de armas, los que habían sobrevivido, envejecían en un país que se reconstruía rápidamente.
Sin embargo, en el corazón de la selva de Mindanao, estos dos hombres seguían fieles a su deber, esperando un día poder regresar a casa. Se hablaba de otros casos de soldados japoneses descubiertos mucho tiempo después del final de la guerra. Según The Guardian, el caso más famoso fue el de Hiroo Onoda, encontrado en 1974 en la isla de Lubang, también en Filipinas, donde había continuado su misión militar sin saber que la guerra había terminado. Cuando lo encontraron, Onoda lloró desconsolado al enterarse de la verdad, convencido de que su lucha aún tenía sentido. Pero Yamakawa y Nakauchi parecían aún más perdidos en el tiempo, sin recibir siquiera los rumores de la paz que llegaban a las zonas más remotas.
El redescubrimiento
En mayo de 2005, un japonés que buscaba los restos de soldados muertos en Mindanao escuchó un rumor inesperado: dos hombres mayores, que decían ser soldados del Ejército Imperial, vivían en las montañas. El hombre, movido por la curiosidad y la esperanza, contactó a la embajada japonesa en Filipinas. Los nombres surgieron pronto: Yoshio Yamakawa, de 87 años, y Tsuzuki Nakauchi, de 85. Según Veteran Life, los ancianos seguían vistiendo prendas militares desgastadas por el tiempo, y aunque su aspecto había cambiado, seguían identificándose como soldados japoneses. No sabían que la guerra había terminado.
El gobierno japonés reaccionó con rapidez ante la noticia. Según The Guardian, el primer ministro Junichiro Koizumi declaró que, si estos hombres eran verdaderamente soldados japoneses, harían todo lo posible por repatriarlos y cumplir sus deseos. Una delegación diplomática fue enviada a General Santos, una ciudad cercana a donde supuestamente vivían los hombres. El plan era reunirse con ellos en el hotel East Asia Royale el 27 de mayo. Todo estaba listo para confirmar su identidad y organizar su regreso a Japón.
Sin embargo, en el día señalado, Yamakawa y Nakauchi no aparecieron. Los diplomáticos y periodistas que habían esperado ansiosos en el hotel comenzaron a inquietarse. Shuhei Ogawa, portavoz de la embajada, aseguró que no había que perder la esperanza, pero la posibilidad de que los dos hombres se hubieran asustado por la repentina atención mediática era cada vez más probable.
Se decía que los dos ancianos habían vuelto a la selva, asustados por la multitud de reporteros que se había reunido en General Santos. Según The Guardian, durante años, habían evitado ser vistos, y ahora, tras haber sido descubiertos, el miedo y la desconfianza los habían empujado a huir de nuevo.
El misterio persiste
A pesar de los esfuerzos por confirmar su paradero, Yamakawa y Nakauchi desaparecieron una vez más en la jungla que los había protegido durante más de sesenta años. Sus identidades, aunque respaldadas por documentos antiguos y relatos de la comunidad local, nunca pudieron verificarse oficialmente. Los rumores sobre su vida en las montañas continuaron circulando, y algunos incluso hablaban de otros soldados japoneses escondidos en Filipinas.
Hoy, la historia de Yoshio Yamakawa y Tsuzuki Nakauchi sigue siendo una de las más fascinantes y enigmáticas de la Segunda Guerra Mundial. Aunque nunca se supo qué fue de ellos tras su segunda desaparición, su historia quedó marcada como un recordatorio de los fantasmas que la guerra dejó atrás y de los seres humanos que, atrapados en las sombras del conflicto, nunca encontraron su camino de regreso.