Desde Tel Aviv- “Yo me niego a hablar de tragedia, una tragedia es un tsunami, un accidente de helicóptero, el 7 de octubre no lo es. Yo lo viví, lo vi, no me lo contó nadie. Fue una masacre diabólica”, explica Ricardo Nachman, médico argentino que dirige el Instituto Forense de Israel a un grupo de periodistas entre los que estuvo Infobae. Y sigue: “Yo vi bebés atados con alambre, cremados. Vi personas encerradas que les prendieron fuego vivas, víctimas que se desangraron hasta morir…”.
Hace más de 30 años que Nachman vive en Israel, y desde el ataque de Hamas, en el que fueron asesinadas 1.300 personas y 250 fueron secuestradas, lleva adelante una tarea importantísima: identificar a las víctimas masacradas y revisar a las vivas, en general a los rehenes liberados o rescatados.
Cuando ocurrió el 7 de octubre la primera pregunta que se hizo fue cómo iba a hacer su trabajo. El Instituto forense tiene apenas 80 cámaras frigoríficas, así que el operativo se trasladó a un campamento del Ejército que hace tradicionalmente el velatorio de los soldados. “Ahí hay cámaras frigoríficas grandes y con una protección de la cúpula antimisiles que nos protegían para seguir trabajando. Y los casos más complejos desde el punto de vista de identificación se llevaban al Instituto”, detalla Nachman.
Cuenta que los primeros casos fueron más fáciles de tratar porque eran cadáveres con disparos de fuego o con estado mínimo de putrefacción, pero a medida que pasaba el tiempo se volvió todo más complejo, porque había casos imposibles de reconocer por visualización. “Se veía un pedazo de algo cremado pero nada más, no se veía el color de los ojos, ni una cicatriz, ni el peso, porque con la cremación el peso se reduce un 60%...”
Nachman pasó de trabajar 170 horas al mes, a 578 mensuales…
“Las familias tienen derecho a saber y me preguntan. Me preguntan mucho si la víctima sufrió”, defiende el médico argentino. “Es que no importa cuánto una familia sepa que su ser querido está muerto, aún así necesita cerrar ese círculo y ver algo que represente a esa víctima. Sin eso, el corazón queda lleno de una burbuja de aire, que te presiona y no te deja respirar”.
Explica también que el cuerpo en Israel es muy importante: “Yo hice la identificación de una niña de 12 años de la que solo recuperamos tejido blando de 10 centímetros y una vértebra. Solo eso pudimos darle a la familia y eso fue muy importante para ellos... Cuando logré esa identificación, tocaba el cielo con las manos”.
Nachman detalla estremecedores casos pero nunca da nombres. Avisa que no perdió nunca la sensibilidad aunque su trabajo parezca aberrante, y se nota cuando habla. Se expresa con indignación, pero con mucha responsabilidad de servicio.
Cada caso es importante para él. “Había una persona que pertenecía a la protección de uno de los kibutzim (las olectividades más atacadas) pero no se encontraba su cuerpo, solo se halló su casco con un pequeño tejido. Analicé ese tejido y era una parte muy chiquita, de un centímetro, del cráneo. Y uno, más uno, más uno, dio que esa persona no podía estar con vida. Así, sin cuerpo, descubrimos que había sido secuestrado sin vida”.
Crímenes de guerra
El experto sigue protocolos muy precisos que incluyen un listado de posibles crímenes de guerra para poder documentar los casos y presentarlos en La Haya.
Además, coordina los equipos que revisan a las víctimas vivas, a los rehenes liberados y a los rescatados. “Cuando llegan parece que todo es alegría porque volvieron a casa y no, les ves los ojos vacíos de mujeres, y también de hombres, que fueron abusados”.
“Me acuerdo que revisé a un muchacho que volvió (un rehén), y le pregunté si me daba su consentimiento para revisarlo, si quería contar lo que había vivido, y solo quiso contar lo que sucedió desde que lo secuestraron en el festival Nova hasta que llegó a Gaza, de lo demás no pudo hablar…”
Nachman recuerda que la mayoría de las víctimas de abusos sexuales están muertas y no pueden contar el calvario que vivieron.
“Yo lloro cada uno de los días desde el 7 de octubre. Bajo la guardia cuando voy a mi casa. En la sala de autopsias soy una piedra, pero en casa están mis hijos y pienso en la suerte de tenernos”.