Jon Kotwicki nunca imaginó que su pasión por la aviación lo llevaría a uno de los rincones más remotos de Estados Unidos, donde encontraría una nueva forma de volar. En lugar de estar en el aire, sus aviones descansan en el suelo de Wasilla, Alaska, transformados en lujosos alojamientos que ofrecen a los visitantes una experiencia única en la última frontera americana.
“Conducir un Uber es más interesante que ser piloto comercial”, bromea Kotwicki mientras recorre los amplios terrenos de FLY8MA Pilot Lodge, su ambicioso proyecto de aviación y hospitalidad. Después de años volando para aerolíneas comerciales, Jon se dio cuenta de que el trabajo, aunque bien pagado, era monótono. Fue entonces cuando decidió cambiar su vida y perseguir un sueño que combinara su amor por volar con su deseo de crear algo diferente.
El viaje de Kotwicki comenzó en Florida, donde dirigía una escuela de vuelo antes de venderla y trasladarse a Alaska, un lugar que lo cautivó durante unas vacaciones llenas de aventuras. “Me enamoré de esta región por su belleza natural, los osos, la pesca, todo el entorno”, recuerda. Decidido a establecer raíces en el sur central de Alaska, Jon compró más de 100 acres de terreno en Wasilla con la visión de crear su propio aeropuerto privado y un destino de aviación sin igual.
El FLY8MA Pilot Lodge comenzó modestamente con una pista de aterrizaje, pero la ambición de Kotwicki no tardó en llevar el proyecto mucho más allá. Primero llegaron unas cabañas para los estudiantes de vuelo y, poco después, unas más sofisticadas para los turistas que venían a disfrutar de los paisajes y vuelos panorámicos. “Pensé, ‘hagamos algo más’, explica en una entrevista a la CNN, ‘sería genial conseguir un avión antiguo y convertirlo en una casa. Pongámosle una jacuzzi en el ala y una parrilla’”.
Fue así como la idea de convertir aviones en alojamientos empezó a tomar forma. El primer avión que Kotwicki adquirió fue un DC-6 construido en los años 50 en Estados Unidos, un avión que alguna vez transportó carga y combustible a las aldeas más remotas de Alaska. Hoy, ese mismo avión se ha transformado en una cabaña de dos dormitorios y un baño, con una fogata en la cubierta del ala. El precio por noche para alojarse en este peculiar hospedaje ronda los 448 dólares en Airbnb.
“La gente se queda asombrada”, dice Kotwicki, “es frustrante y estresante hacer esto, es caro y toma mucho tiempo, pero es increíblemente gratificante ver cómo la gente, tanto adultos como niños, disfruta de la experiencia. Los adultos quedan boquiabiertos y los niños corren emocionados hasta la cabina”.
El éxito del primer avión lo llevó a buscar más. Así llegó un DC-9 con su antigua librea de DHL aún visible. Este avión, más grande, tiene tres dormitorios, dos baños, una sauna y un jacuzzi. Con capacidad para siete huéspedes, el precio por noche asciende a unos 849 dólares. La transformación de los aviones es un proceso laborioso que puede tomar de ocho a nueve meses desde que Kotwicki encuentra un avión adecuado hasta que logra transportarlo y adaptarlo en Alaska. “Moverlos por la carretera es un reto enorme, pero una vez aquí, la conversión es relativamente sencilla”, asegura.
El clima de Alaska, sin embargo, presenta un desafío constante. “Este lugar es como un bosque lluvioso frío”, describe Kotwicki, explicando que las condiciones en Alaska son las opuestas a las ideales para almacenar aviones en tierra. “Desde el punto de vista del mantenimiento, es extremadamente difícil mantenerlos aquí arriba”. Durante los meses más fríos, el costo de mantener el calor en uno de los aviones puede oscilar entre 1.500 y 2.000 dólares al mes.
A pesar de las dificultades, Kotwicki sigue adelante con su visión. Actualmente trabaja en la conversión de un Boeing 727, que servirá como espacio común para los huéspedes, con una gran cocina, un comedor y una terraza en la cola del avión que contará con una fogata. Además, ha adquirido un Fairchild C-119 Flying Boxcar, un avión de transporte militar, que describe con humor como “tan feo que es genial”.
Kotwicki planea seguir expandiendo su “parque de diversiones de la aviación”, con la construcción de una torre de control de 60 pies de altura que ofrecerá vistas panorámicas de las auroras boreales a través de una cúpula geodésica de cristal. “Queremos crear nuestro propio pequeño aeropuerto de atracciones”, concluye, mientras su perro Pomerania, Foxtrot, lo sigue fielmente por el vasto terreno que alguna vez fue solo un sueño y ahora es una realidad en constante expansión.
Este proyecto, nacido de la insatisfacción y la pasión, ha convertido a Kotwicki en un pionero en el uso creativo de aviones en desuso, ofreciendo a sus visitantes una mezcla de nostalgia, aventura y lujo en el corazón salvaje de Alaska. “Alaska es difícil, pero eso lo hace especial”, reflexiona Kotwicki, demostrando que, con suficiente visión y perseverancia, cualquier sueño puede despegar.