Tyneham, el pueblo inglés evacuado por la guerra: una iglesia, una carta y un silencio eterno

Este desalojo forzado se realizó para transformar el área en un campo de entrenamiento militar en preparación para el Día D

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En noviembre de 1943, los 225 habitantes de Tyneham fueron desalojados para permitir el entrenamiento militar en la preparación del Día D durante la Segunda Guerra Mundial (Getty Images)
En noviembre de 1943, los 225 habitantes de Tyneham fueron desalojados para permitir el entrenamiento militar en la preparación del Día D durante la Segunda Guerra Mundial (Getty Images)

El sol invernal apenas lograba filtrarse entre las nubes grises aquel noviembre de 1943, cuando la noticia golpeó con fuerza a los habitantes del diminuto pueblo de Tyneham, en Dorset, Inglaterra. En el corazón de la idílica Isla de Purbeck, cerca de la Costa Jurásica, un sitio majestuoso declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se asomaba una tragedia inminente. Era tiempo de guerra, y el gobierno británico había señalado su necesidad de convertir el área en un bosque de entrenamiento militar en preparación para el crucial Día D. Los aldeanos recibieron la orden de abandonar sus hogares en tan solo 28 días. La urgencia de la guerra no comprendía promesas ni esperanzas interrumpidas.

El 17 de diciembre de 1943, una fecha impresa en la memoria de los 225 residentes, marcó el último aliento de vida cotidiana en Tyneham. El Ministerio de Defensa había decidido sellar algunas partes del pueblo tras notar que siete edificios presentaban serias grietas y peligros estructurales. Pero las grietas invisibles, las del corazón de los aldeanos, eran las más profundas. “Esperábamos volver después de la guerra, pero eso nunca pasó”, recordaba con tristeza un antiguo habitante a la BBC. Sus palabras resonaban con añoranza y desilusión, recordándonos la promesa rota que jamás se cumplió.

Según reportaba La Vanguardia, el servicio religioso final en la iglesia de Santa María unió a la comunidad en un adiós colectivo, sabiendo que quizás nunca volverían a pisar aquellos bancos sagrados. Mientras las plegarias se elevaban, una nota fue dejada en la puerta de la iglesia, como una última voluntad de bondad para con el pasado. “Gracias por tratar con amabilidad el pueblo”, rezaba la nota, un gesto que reflejaba la melancolía y desaliento de ese último éxodo.

Una despedida dolorosa

El silencio inundó Tyneham en la mañana de la evacuación. Las despedidas se alargaban, y los corazones estaban pesados. Las familias, entre empaques y miradas llenas de incertidumbre, se enfrentaban al desconocido porvenir que les aguardaba. Una carta del gobierno les esperaba con el mensaje de que su sacrificio era necesario y valioso: “El gobierno aprecia que este es un sacrificio no pequeño, pero están seguros de que ustedes lo harán de buen corazón para ayudar a ganar la guerra”, dictaba, según reportes de The News - Herald.

En la salida del pueblo, los niños miraban hacia atrás, con lágrimas que caían sin entender plenamente la magnitud de lo que dejaban atrás. Los aldeanos se marcharon cargados de pertenencias, pero sobre todo de recuerdos, abrazos y miradas desoladas al paisaje que siempre habían llamado hogar. Mientras el frío invernal recrudecía, la esperanza de un pronto regreso era el único calor que reconfortaba su travesía hacia lo incierto.

Con el paso de los años, las esperanzas de regresar se desvanecieron. La guerra terminó, pero Tyneham, atrapado en el tiempo, nunca más volvió a la vida cotidiana. Hoy, el lugar se distingue como un pueblo fantasma, detenido en un pasado que permanece latente en cada ruina.

Los visitantes que se aventuran a explorar Tyneham encuentran un pueblo congelado en el tiempo. Las casas en ruinas, la cabina telefónica de 1929 y la iglesia y escuela convertidas en museos ofrecen una ventana a un mundo que quedó en suspenso. “Cada casa contiene un tablón de información sobre quién vivía allí con fotografías”, describe el sitio Explore Tyneham, ofreciendo una mirada íntima a las vidas que alguna vez llenaron las calles del pueblo.

A los aldeanos se les prometió regresar después de la guerra, una esperanza que nunca se cumplió, dejando a Tyneham como un pueblo fantasma (Getty Images)
A los aldeanos se les prometió regresar después de la guerra, una esperanza que nunca se cumplió, dejando a Tyneham como un pueblo fantasma (Getty Images)

Testimonios del Pasado

Entre los visitantes curiosos se encontraba Mark Bond, quien había sido uno de los habitantes del lugar y miembro de la familia propietaria. Su relato a la BBC daba un testimonio directo de los sorprendentes giros del destino que transformaron Tyneham para siempre. Al regresar como prisionero de guerra en 1945, Bond descubrió que su hogar había sido desocupado y olvidado. “Mi padre me recogió de la estación de Wareham y me dijo ‘Estamos viviendo en Corfe Castle,” relataba Bond, reviviendo el desaliento de descubrir que todo había cambiado. Su consternación era palpable, una herida que simbolizaba la fractura de un pasado lleno de vida.

En diciembre de 1943, se celebró el último servicio religioso en la iglesia de Santa María, con una nota de agradecimiento dejada en la puerta.(Getty Images)
En diciembre de 1943, se celebró el último servicio religioso en la iglesia de Santa María, con una nota de agradecimiento dejada en la puerta.(Getty Images)

El área que comprendía Tyneham, un vasto terreno de 1.216 hectáreas, aún forma parte de los Arcos Militares del Ejército. “El pueblo, que es parte del Camino de la Costa Suroeste, está abierto al público cuando no hay entrenamiento”, según expone Explore Tyneham, una página que retrata la ciudad. Aunque ahora visitado por curiosos e historiadores, el lugar sigue siendo un recordatorio tangible del sacrificio que imponen los tiempos de conflicto. El paisaje, una mezcla de belleza natural y ruinas sombrías, guarda silenciosamente el eco de tiempos pasados.

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