En la fría Viena, un 16 de septiembre de 1933, nació Vera Buchtal. La niña que, con el tiempo, se convertiría en la formidable empresaria y filántropa Stephanie Shirley, apenas podía imaginar la serie de desafíos que la vida le depararía. Provenía de una familia judía en plena Europa de entreguerra. Cuando la sombra del nazismo comenzó a oscurecer el continente, la pequeña Vera fue enviada a Inglaterra en 1939 a través del Kindertransport, un tren que salvó a miles de niños judíos de la persecución nazi.
Este viaje en solitario y la dura experiencia de asentarse en un nuevo país, llenaron a Vera de una resiliencia que la acompañaría toda su vida. Fue adoptada por una amable familia británica y, con la esperanza de un futuro mejor, adoptó el nombre de Stephanie.
Descubriendo su pasión por las matemáticas
Desde muy temprano, Stephanie mostró un talento especial para las matemáticas. La precisión y la lógica de los números le ofrecían un mundo ordenado en medio de la incertidumbre de su realidad. Se dedicó fervientemente a sus estudios y pronto se graduó en la prestigiosa matemática pura y aplicada.
Adentrándose en el mundo laboral
Sin embargo, cuando Stephanie intentó dar el siguiente paso y encontrar un empleo en su campo, se topó con una barrera inesperada: el género. A mediados del siglo XX, el mundo de la tecnología y los negocios estaba dominado por hombres. En cada entrevista, en cada correspondencia, la respuesta era la misma: “No estamos interesados”.
Frustrada pero determinada, Stephanie decidió cambiar su enfoque. Empezó a firmar sus cartas de solicitud de empleo con el nombre “Steve”. Este simple truco funcionó maravillosamente. De repente, las puertas se abrieron, y Stephanie finalmente pudo demostrar su valía.
Un par de años más tarde, con una pequeña inversión de solo seis libras esterlinas, Stephanie fundó Freelance Programmers desde su comedor. La compañía se dedicaba a desarrollar software, pero con una diferencia fundamental: empleaba principalmente a mujeres programadoras, muchas de ellas madres que necesitaban trabajar desde casa.
El teletrabajo, ahora tan común, era una idea revolucionaria en ese entonces. Stephanie no solo rompió barreras al ofrecer oportunidades a mujeres talentosas, sino que también reconoció la importancia de la flexibilidad laboral. En un sector que no confiaba en el trabajo remoto ni en la capacidad de las mujeres, Stephanie apostó por ambas cosas y su visión obtuvo un éxito rotundo.
Una revolucionaria en la industria tecnológica
La compañía de Stephanie, Freelance Programmers, pronto ganó fama por sus proyectos innovadores. Uno de los más destacados fue la programación del software para la caja negra del avión supersónico Concorde. En pocos años, la empresa creció hasta emplear a 300 personas, de las cuales 297 eran mujeres.
Sin embargo, el viaje no fue fácil. La desconfianza y el escepticismo hacia el trabajo de las mujeres eran constantes. A pesar de los desafíos, Stephanie persistió. En la década de 1980, Freelance Programmers, rebautizada como Xansa, salió a bolsa. Este logro marcó un hito en la industria tecnológica y reafirmó el valor del trabajo inclusivo y flexible que Stephanie había defendido.
Éxito y reconocimiento internacional
La empresa alcanzó reconocimiento mundial y, en su apogeo, empleaba a más de 8.500 personas. Este éxito empresarial le valió a Stephanie numerosos premios y distinciones. Fue nombrada Oficial de la Orden del Imperio Británico en 1980 y Dama Comendadora en el año 2000.
Sin embargo, la historia de Stephanie no se limita a su faceta empresarial. Su vida personal también tuvo una profunda influencia en sus contribuciones filantrópicas. Su hijo, Giles, fue diagnosticado con autismo severo, lo que la motivó a centrarse en apoyar a familias y proyectos relacionados con esta condición.
En 1986, fundó la Fundación Shirley, dedicada a financiar investigaciones y ayudas en el campo del autismo. Su mayor proyecto filantrópico fue la fundación de Prior’s Court School en 1999, una escuela para niños autistas, resultado de una inversión de 30 millones de libras. Esta escuela buscaba proporcionar un entorno de aprendizaje especializado para niños con necesidades particulares, una misión profundamente personal para Stephanie.
Influencia y legado
“En aquella época, nadie confiaba en el software desarrollado por mujeres”, solía recordar Stephanie en sus entrevistas. No obstante, la calidad y la innovación de su trabajo transformaron la percepción pública. A pesar del escepticismo inicial, su empresa llegó a ser valorada en casi 2.600 millones de libras en el año 2000.
La historia de Stephanie Shirley abarca más que cifras y reconocimientos. Cada logro empresarial y cada esfuerzo filantrópico estaban imbuidos de su inquebrantable compromiso con la igualdad de género y el bienestar de las personas con autismo. “Nunca me propusieron un ascenso porque era mujer”, recordó en una entrevista con la BBC en 2019. Pero, lejos de rendirse, utilizó esta adversidad como impulso para crear un entorno más inclusivo y flexible para todos.
Stephanie Shirley, quien alguna vez adoptó el nombre “Steve” para sortear el sexismo de su tiempo, dejó una marca indeleble en el mundo. Su historia es un faro de esperanza, un llamado a persistir frente a las adversidades y un recordatorio del poder transformador de la innovación y la inclusión