La historia desconocida de la banda de saqueadores de tumbas que hizo un fascinante descubrimiento en Egipto

Hussein, Mohamed y Ahmed Abd el-Rassul vendieron en el mercado negro los hallazgos durante una década antes de ser descubiertos

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Ahmed, un pastor local, halló sarcófagos y objetos pertenecientes a los antiguos reyes de Egipto mientras rescataba a una cabra en el escondrijo de Deir el-Bahari - Crédito: Getty
Ahmed, un pastor local, halló sarcófagos y objetos pertenecientes a los antiguos reyes de Egipto mientras rescataba a una cabra en el escondrijo de Deir el-Bahari - Crédito: Getty

En las montañas que rodean el templo de la reina Hatshepsut en Deir el-Bahari se descubrió un escondite que contenía las momias de grandes faraones. Este notable hallazgo se remonta alrededor de 1870, cuando un pastor llamado Ahmed que condujo a su rebaño de cabras por los alrededores de Deir el-Bahari, observó que uno de sus animales cayó en lo que parecía ser un pozo natural.

Tras seguir los balidos de la cabra para intentar rescatarla, Ahmed decidió descender por la cavidad. A la luz de una vela, descubrió que se encontraba en un corredor lleno de bultos: eran sarcófagos y otros objetos pertenecientes a los reyes que gobernaron Egipto en tiempos pasados. Poco después, en el siempre activo mercado de antigüedades egipcias, comenzaron a aparecer multitud de objetos que llamaron la atención de las autoridades, tanto por su buen estado de conservación como por pertenecer a un mismo periodo: la dinastía XXI. Las evidencias apuntaban a que los saqueadores de tumbas habían encontrado un hipogeo (galería subterránea) real.

La intervención de Auguste Mariette y Gaston Maspero llevó al descubrimiento de un hipogeo real en Deir el-Bahari, escondite de momias y tesoros faraónicos - Crédito: Getty
La intervención de Auguste Mariette y Gaston Maspero llevó al descubrimiento de un hipogeo real en Deir el-Bahari, escondite de momias y tesoros faraónicos - Crédito: Getty

Desde la dirección del Servicio de Antigüedades Egipcias se puso en marcha una investigación, iniciada por Auguste Mariette y continuada por su sucesor en el cargo, Gaston Maspero. Este viajó a Luxor y, junto a su antiguo alumno Charles E. Wilbour, comenzó a indagar sobre el origen de las piezas que se habían puesto en circulación en los últimos años. Wilbour se hizo pasar por un comprador de antigüedades dispuesto a pagar grandes sumas de dinero. Así fue como ambos dieron con una pista que los condujo al poblado de Gurna, junto al Valle de los Reyes, morada de saqueadores de tumbas durante generaciones. Allí vivían los hermanos Abd el-Rassul: Hussein, Mohamed y el pastor Ahmed.

Aunque al registrar su casa solo se encontraron objetos de poco valor, la policía decidió detener a Ahmed y a Hussein acusándolos de llevar a cabo excavaciones clandestinas y de venta ilícita de antigüedades, y los envió a Quena para ser interrogados por su temible gobernador, Daud Pachá. A pesar de las torturas, ninguno de los dos hermanos confesó. Pero, sabiendo que la situación no terminaría ahí, el hermano mayor, Mohamed, decidió revelar, a cambio de una compensación económica, la ubicación del escondrijo del que su familia llevaba más de una década extrayendo piezas.

La noticia sorprendió a Maspero cuando se encontraba de viaje en Francia, así que fue su ayudante en el Museo de Bulaq, Émile Brugsch, quien se encargó de organizar la expedición que debía poner al descubierto la tumba. El 6 de junio de 1881, bajo un sol abrasador, los Abd el-Rassul condujeron a Brugsch y a sus dos colaboradores por la zona de Deir el-Bahari a través de un camino delimitado por salientes rocosos en forma de chimenea. En la base de uno de ellos se ocultaba un pozo con una profundidad de 13 metros. Mohamed descendió por él con ayuda de un tronco de palmera y una cuerda, y tras retirar la arena de la entrada facilitó el descenso a Brugsch.

El escondrijo de Deir el-Bahari albergaba momias de grandes faraones y miembros de la realeza de la dinastía XXI, protegidos por sacerdotes de Amón durante siglos - Crédito: Getty
El escondrijo de Deir el-Bahari albergaba momias de grandes faraones y miembros de la realeza de la dinastía XXI, protegidos por sacerdotes de Amón durante siglos - Crédito: Getty

A su llegada, Brugsch se topó con el enorme sarcófago de un sacerdote de la dinastía XXI. A su lado yacían otros, y más allá se abría un corredor, que superaba los 20 metros de longitud, con el suelo repleto de vasijas, vasos canopes, ushebtis y diversos objetos esparcidos por doquier.

Pero la gran sorpresa le aguardaba al final del pasadizo: en un espacio cuadrado de cinco metros de lado reposaban, apoyados en la pared y tumbados en el suelo, ataúdes que contenían los restos de los más insignes faraones del Reino Nuevo: Amenhotep I, Tutmosis I, Tutmosis II, Tutmosis III, Ramsés I, Seti I y Ramsés II.

Asimismo, en otro espacio, de seis metros de longitud, se disponían las momias de la familia real de la dinastía XXI, entre ellas las de los reyes Pinedjem I, Pinedjem II y la reina Henuttauy.

De inmediato, Brugsch decidió poner a salvo todos los elementos descubiertos. Temeroso de la reacción de la población de Gurna, organizó un corredor humano de unos 300 hombres con el que vació todo el contenido de la tumba en menos de seis días. Sin embargo, se lamenta que durante la extracción no se registrara el lugar que ocupaban los sarcófagos en el interior de la tumba y que no se hicieran dibujos del emplazamiento de las piezas privando así a los futuros investigadores de las bases para estudiar uno de los mayores descubrimientos de la cultura faraónica.

Lo que intrigó a los arqueólogos desde el principio fue el tipo de tumba ante la que se hallaban. Algunos de los sarcófagos se encontraban en condiciones muy precarias y faltaban ajuares funerarios. La cuestión principal era por qué se habían enterrado tantos reyes de distintos periodos juntos. La explicación se hallaba en los poderosos sacerdotes de Amón que gobernaron Tebas durante la dinastía XXI. Para evitar los continuos saqueos de tumbas del Valle de los Reyes, decidieron trasladar los restos de los sepulcros violados a un lugar más seguro, un escondrijo o cachette.

En las montañas que rodean el templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari, un pastor descubrió en 1870 una cavidad natural que contenía momias de faraones de la dinastía XXI - Crédito: Getty
En las montañas que rodean el templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari, un pastor descubrió en 1870 una cavidad natural que contenía momias de faraones de la dinastía XXI - Crédito: Getty

Algunas momias fueron vendadas nuevamente antes de ser colocadas en sus nuevos sarcófagos. Este traslado de sarcófagos es mencionado en escritos de las tumbas originales que hacían referencia al cambio de destino eterno. A veces, los sarcófagos ocupaban transitoriamente alguna otra tumba considerada segura, pero al final fueron llevados al escondite de Deir el-Bahari.

Cuando, el 15 de junio de 1881, el barco de vapor que transportaba el tesoro arqueológico extraído de la cachette de Deir el-Bahari abandonaba Luxor, fue despedido por las campesinas con los mismos lamentos y llantos desgarradores con que las plañideras de antaño despedían a las comitivas fúnebres de los faraones. Los antiguos reyes dejaban su milenario lugar de reposo para formar parte, primero, del Museo Egipcio de Bulaq y, a partir de 1902, del nuevo Museo Egipcio de El Cairo hasta su reciente traslado, en 2021, al Museo Nacional de la Civilización Egipcia.

El descubrimiento del escondrijo en Deir el-Bahari no solo reveló una abundancia de reliquias faraónicas, sino que también proporcionó una nueva perspectiva sobre las prácticas funerarias del antiguo Egipto y protegió de la destrucción algunas de las coronas de la civilización faraónica.

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