Narine Melkumjan, una piloto neerlandesa, jamás olvidará el segundo vuelo de entrenamiento acrobático de aquel sofocante día de verano hace dos años. Mientras el sol abrasaba la pista, ella se preparaba para despegar en su Extra 330LX, un avión conocido por su agilidad y potencia. Sin embargo, lo que prometía ser una rutina más en su formación se convirtió en una pesadilla aérea.
Durante la fase ascendente del vuelo, la cabina de la aeronave, un componente vital para la seguridad y aerodinámica del avión, se abrió de golpe. El acrílico se fragmentó, y los restos volaron por el aire, dejando a Melkumjan expuesta a los elementos a miles de pies de altura. El rugido del viento y el estruendo de la cabina destrozada llenaron el espacio, creando un entorno de caos y confusión.
“El ruido era ensordecedor, la visibilidad se vio comprometida y tuve dificultades para respirar adecuadamente”, relató Melkumjan en la publicación de Instagram del último 22 de junio donde revela el dramático momento que vivió durante su formación como piloto. A pesar de las adversidades, su instinto y entrenamiento la guiaron para mantener el control del avión. Cada segundo era crucial; la pérdida de visibilidad y el viento que golpeaba directamente su rostro hacían del vuelo una prueba de resistencia física y mental.
La clave del desastre radicó en un detalle que, en retrospectiva, parecía simple pero crucial: el pin de bloqueo de la cabina no había encajado en su lugar. Este pequeño mecanismo, que debía asegurar la cabina durante el vuelo, no se había verificado correctamente en los chequeos previos al despegue. “Podría haberse evitado con una inspección visual adecuada”, reconoció Melkumjan como advertencia para toda la comunidad aérea.
Además, reveló la piloto, que ella había tomado la arriesgada decisión de volver al entrenamiento poco después de recuperarse de COVID-19. Su cuerpo, aún débil y no totalmente recuperado, no estaba en las condiciones óptimas para enfrentar un vuelo acrobático tan exigente. “Subestimé el impacto de la enfermedad en mi resistencia física”, admitió.
En medio de la tormenta de ruido y fragmentos voladores, una voz en la radio logró abrirse paso en el tumulto. Era su entrenador, su guía en esos momentos de incertidumbre. “Solo sigue volando”, le dijo, una instrucción simple pero cargada de significado. Mantener la calma y el control del avión era esencial para sobrevivir a esa prueba.
Los minutos que siguieron fueron una mezcla de tensión y determinación. Melkumjan luchaba por respirar y mantener la aeronave en curso. Sabía que debía aterrizar cuanto antes, pero cada maniobra requería una concentración absoluta. La falta de visibilidad y la constante sensación de desorientación añadían una capa adicional de dificultad. A pesar de todo, su experiencia y formación prevalecieron. Con movimientos precisos y calculados, logró descender y aterrizar de manera segura.
Una vez en tierra, la realidad del incidente golpeó con toda su fuerza. Necesitó casi 28 horas para recuperar completamente la visión. La adrenalina del momento dio paso a una reflexión profunda sobre los errores cometidos y las lecciones aprendidas. Melkumjan decidió compartir su historia, consciente de que su vulnerabilidad podía convertirse en una valiosa lección para otros pilotos. “Espero que mi historia sirva como una advertencia y que aprendan de mis errores”, afirmó.
El dramático relato de la piloto Melkumjan explica la importancia de una meticulosa inspección previa al vuelo, y también la necesidad de estar en plenas condiciones de salud y equipamiento adecuado. Su gran experiencia, teñida de coraje y aprendizaje, se erige como una advertencia sobre los peligros de la complacencia y la importancia de la preparación en el mundo de la aviación acrobática.