En las afueras de Uagadugú, la capital de Burkina Faso en África, se encuentra una cancha de golf inusual que desafía las convenciones tradicionales del deporte. El Club de Golf Naba Gninbolbo, construido en 1975 por el jefe del pueblo de Balkuy, conocido como “naaba” en el idioma more -regional del país-, y un amigo alemán, es una campo de golf sin pasto. Desde su concepción, la cancha fue diseñada con nueve hoyos y eventualmente se expandió a 18, todo con un enfoque en la sostenibilidad.
“Nuestro verde es marrón”, dijo a The Guardian Abdoul Tapsoba, hijo del fundador y actual director del club. Las palabras de Tapsoba son reflejo de un enfoque único, donde la cancha de golf está aprobado por la federación francesa de golf a pesar de su atípica estructura.
Salif Samaké, presidente de la federación de golf de Burkina Faso, contó: “Utilizamos entre 200 y 300 litros de agua al día para que el club funcione sin problemas. Burkina es un país del Sahel, el agua es un bien escaso, no podemos permitirnos un club con césped. Queremos jugar al golf, pero en nuestra realidad”.
La arena se mezcla con aceite usado para evitar que el viento se lleve la tierra suelta. “Rueda un poco menos y luego, bueno, el putt es un poco más complicado“, contó Samaké a VOA. Y agregó entre risas: “La única dificultad es que sólo hay que raspar para sacar las piedras pequeñas, porque cuando la pelota pega sobre una piedra, se va en todas las direcciones”.
El club sobresale del resto por su peculiar cancha de golf de arena, pero también por su integración en la comunidad local. Las vacas, ovejas y cabras deambulan libremente por la cancha, lo que contribuye al mantenimiento del terreno.
Durante la temporada de lluvias, estas criaturas se alimentan del pasto que crece, lo que forma un ciclo natural eficiente y armonioso. Para los habitantes, el club se convierte en una fuente de empleo y un destello de modernidad en medio de la escasez de recursos.
El Club de golf de Uagadugú expone la inmensa cantidad de agua que las canchas de golf tradicionales requieren. Por ejemplo, en Estados Unidos, las canchas de golf utilizan aproximadamente el 1,44% del agua de riego nacional, lo que representa una cantidad significativa de recursos. En Burkina Faso, un país donde solo el 47% de la población tiene acceso a agua potable cerca de su hogar, este lujo se vuelve insostenible. La necesidad de un enfoque más sustentable es evidente.
El club Naba Gninbolbo también inspiró a muchos dentro de Burkina Faso. Gilbert Kaboré, nacido en Balkuy, comenzó su carrera golfística como caddie a los seis años. Actualmente, enseña a extranjeros y principiantes a dar sus primeros pasos en este deporte, del que dijo: “Vine con mis hermanos mayores, los vi jugar y trabajar, corría delante del patrón a buscar las pelotas que se iban a los árboles”.
La cancha de golf se convierte en un testigo silencioso de las dificultades y resiliencia del pueblo de Burkina Faso. Su director de deportes, Tapsoba, contó: “En aquella época era un pueblo, la gente cultivaba y criaba. Ahora se ve que la cancha de golf está rodeada de parcelas”.
La especulación inmobiliaria ha presionado, pero la cancha Naba Gninbolbo se mantiene como un refugio para los descendientes de los agricultores originales. “Son los hijos de estas familias los que tiran de los carros, de los carritos de la compra (usualmente usados para juntar las pelotas), aquí hay más de sesenta y viven únicamente del golf,” aseguró Samaké.
Y agregó: “El club está situado en una colina, tenemos vistas de la ciudad y convivimos con los animales que duermen en los greens (mejor dicho marrones) por las noches. Jugamos con la tierra, el polvo, con la naturaleza que tenemos, No hemos talado ni un solo árbol”.
En resumen, el Club de Golf Naba Gninbolbo se erige como un modelo de sostenibilidad y adaptación. En palabras de Samaké: “Es un modelo que se puede exportar a otros países”. Un rincón del mundo donde el golf se juega con habilidad, pero también con ingenio y respeto por la naturaleza.