Madagascar es la cuarta isla más grande del mundo y el segundo país insular de mayor superficie. Pero si por algo se conoce a esta nación de 27 millones de habitantes es por su extraordinaria biodiversidad. Por distintas razones geográficas e históricas, tiene uno de los ecosistemas más ricos del planeta.
Sin embargo, en el extremo sur de la isla, todo se está muriendo. La región está atravesando la peor sequía en décadas y no sólo se quedaron sin agua los ríos, la agricultura se está volviendo inviable y hay especies animales en peligro: Madagascar enfrenta una de las peores crisis alimentarias de su historia y hay más de un millón de personas en riesgo de morir de hambre, según la Clasificación Integrada de las Fases de la Seguridad Alimentaria, elaborada por un conjunto de agencias de la ONU.
Ya van cuatro años consecutivos de sequías, cada una peor que la anterior. En la temporada de cultivo, en octubre pasado, llovió un 50% menos de lo habitual. Como consecuencia, se espera que en los próximos meses se coseche menos de la mitad de lo necesario para alimentar a toda la población.
El cambio climático no sólo está detrás de las sequías. Madagascar está sufriendo también el azote cada vez más violento y persistente de las tiomenas, tormentas de arena que afectan aún más a las cosechas. El combo está generando un desastre humanitario de proporciones nunca antes vistas en el país.
“El sur de Madagascar está sufriendo la peor sequía en unos 40 años y el último trienio ya había sido muy grave”, dijo a Infobae el ingeniero agrónomo malgache Stephan Rakotosamimanana. “Esta situación se ve agravada por la deforestación y las excepcionales tormentas de arena, que han convertido vastas tierras cultivables en páramos. Millones de personas están afectadas por la hambruna y 14.000 se encuentran en situación crítica según las Naciones Unidas. No ha habido cosecha y la gente no tiene nada para comer ni medios para desplazarse a otras regiones. La situación empeoró por la crisis del coronavirus, que interrumpió los viajes y los desplazamientos de personas y alimentos”.
Entre sequías y tiomenas
Cinco de las últimas seis temporadas de lluvias en Madagascar tuvieron un promedio de precipitaciones ostensiblemente inferior al habitual. Es una parte central del problema, que viene haciendo cada vez más inviable la agricultura para un número creciente de pequeños productores de arroz, uno de los principales cultivos de la región.
Pero casi tan importante como las sequías son las tiomenas. “Tio” significa viento en malgache, la lengua oficial de Madagascar. “Mena” significa rojo. Y de eso se trata: feroces tormentas de polvo y arena que cubren el cielo de rojo y que a veces pueden tapar la luz del sol, además de arrasar con la vegetación y los cultivos.
El cambio climático que está profundizando la escasez de agua en el sur de la isla también parece estar detrás del aumento en la frecuencia de las tiomenas. La sequedad del suelo, el aumento de las temperaturas y la deforestación favorecen su formación.
El período de tormentas, que solía ir de mediados de mayo a mediados de octubre, se extendió a casi todo el año. De modo que los agricultores no tienen tregua. Cuando son realmente grandes, pueden llegar a cubrir campos enteros con dunas de arena.
Lo dramático es que las sequías y las tiomenas se retroalimentan. Porque la falta de hidratación del suelo favorece el desarrollo de esos violentos vientos, que a su vez barren con los pocos suelos aptos para el cultivo y hasta destruyen a los cactus. Además de matar animales como ovejas y cabras.
“Cuando se produce una sequía en el país, la producción agrícola disminuye considerablemente, sobre todo en las zonas donde se practica la agricultura de secano y el riego es poco frecuente”, explicó Francesca Marchetta, profesora de economía de la salud de la Universidad Clermont Auvergne, consultada por Infobae. “Los hogares que viven en zonas rurales remotas y que dependen mucho de su propia producción de alimentos son los que más sufren. Experimentan una importante disminución de los ingresos, que tiene sobre todo un impacto directo en el bienestar de los niños”.
La consecuencia inevitable es el aumento del hambre. El Programa Mundial de Alimentos informó que en lo que va del año se duplicaron los casos de desnutrición infantil en los distritos del sur. “Sin lluvias y con malas cosechas, la gente morirá de hambre”, advirtió semanas atrás Moumini Ouedraogo, representante del organismo de la ONU en Madagascar.
Y si no muere por hambre, puede ser por las graves consecuencias para la salud de comer lo que encuentra para evitar la inanición. La Red de Sistemas de Alerta Temprana de Hambrunas denunció que muchas personas están comiendo hojas y frutos silvestres, termitas y hasta mezclas de tamarindo con arcilla.
“Cuando se acaba toda la comida disponible, la gente empieza a comer cactus y termina tragándose arcilla y ceniza —dijo Rakotosamimanana—. Los niños pequeños son siempre las primeras víctimas: están pasando hambre y muriendo. Este año, no sólo la región del sur se ha visto afectada por este problema, sino que la costa este y la mayor parte de las demás regiones han tenido un nivel muy bajo de lluvias y la producción de arroz, que es el alimento básico de los malgaches, ha disminuido drásticamente”.
Médicos Sin Fronteras, que instaló a finales de marzo una clínica móvil en el área más afectada, ya atendió a más de 800 niños por desnutrición. La mitad eran cuadros severos. Muchos llegaban además con enfermedades derivadas de la escasa y mala alimentación, y de la falta de acceso a agua potable, como bilharziasis, diarrea e infecciones respiratorias.
“El creciente número de fenómenos climáticos extremos, como sequías, inundaciones y tormentas tropicales, que se derivan del calentamiento global, tiene implicaciones socioeconómicas especialmente graves en Madagascar, donde los esfuerzos de mitigación son limitados”, sostuvo en diálogo con Infobae Luca Tiberti, profesor del Departamento de Economía de la Universidad Laval de Quebec y director de investigaciones en la organización Partnership of Economic Policy (PEP). “De hecho, las grandes perturbaciones climáticas suelen causar la destrucción de escuelas e infraestructuras físicas y sociales, y contribuyen a la degradación del medio ambiente, como el agotamiento del suelo, la deforestación y la destrucción de ecosistemas frágiles”.
Un desastre que revela vulnerabilidades previas
Este tipo de eventos adversos suelen poner al descubierto las debilidades de los países. Madagascar es uno de los más pobres del mundo: tiene un PIB per cápita de apenas USD 500. Según el Banco Mundial, sólo Sierra Leona, la República Democrática del Congo, la República Centroafricana y Burundi tienen un menor ingreso por habitante.
La falta de desarrollo se expresa, entre otras cosas, en que una parte importante de la población viva de una rudimentaria agricultura de subsistencia. Esa fragilidad hace que la consecuencia de las sequías no sea una mera caída de la producción y de la actividad económica, sino efectos sociales devastadores.
“Los niños a menudo se ven obligados a abandonar la escuela porque sus padres no pueden pagar su educación —dijo Marchetta—. Se incorporan a edades tempranas al mercado laboral y las niñas corren más riesgo de tener hijos a edades tempranas. La sequía y sus efectos negativos sobre los ingresos también dificultan la migración interna porque la gente no puede permitirse sus costos”.
Muchas personas trataron de migrar hacia las ciudades en busca de alguna oportunidad laboral en los últimos meses, pero la pobreza estructural del país, agravada por el COVID-19 y todos sus efectos socioeconómicos secundarios, cerró esa puerta. Además, contribuyó a la suba del precio de los alimentos, dejando a más gente sin comida.
Es que la pandemia pulverizó la principal fuente de ingresos de los malgaches más allá de la agricultura: el turismo. Sin la llegada de visitantes extranjeros, y con cosechas enteras arruinadas, la isla se quedó sin recursos.
Al nivel del Estado, esa escasez no se ve sólo en el ámbito económico. Agravada por la inestabilidad política, con gobiernos que caen y crisis constitucionales como la que se vivió entre 2009 y 2014, la falta de capacidades estatales es notoria y está también detrás de la tragedia actual.
“El gobierno malgache y la comunidad internacional deberían actuar para mitigar el shock y fomentar y promover la diversificación de los ingresos a partir de actividades no agrícolas, que aumentarían la resiliencia de las personas más vulnerables —dijo Tiberti—. Primero, deberían ampliarse las oportunidades de empleo de las mujeres en las comunidades rurales. segundo, deberían aplicarse políticas públicas para mejorar la permanencia escolar de las adolescentes más allá del ciclo de la escuela primaria, lo que también puede reducir la fertilidad en las comunidades rurales que dependen de la agricultura para su subsistencia. Por último, la construcción de sistemas de riego mejorados haría que el sector agrícola fuera más resistente a los fenómenos climáticos negativos”.
Si se hubiera invertido en canales de riesgo, los efectos de la disminución de las lluvias serían menos severos. De la misma forma, si hubiera existido cierta planificación de la producción agrícola y ganadera, no habría avanzado tanto la deforestación para liberar tierras para el ganado, lo que hoy contribuye a las tiomenas.
La falta de recursos públicos es lo que también explica que el gobierno central no pueda tomar medidas para contener las consecuencias de la crisis, subsidiando a los productores o al menos repartiendo comida. La poca contención que existe proviene de organizaciones y agencias internacionales como el Programa Mundial de Alimentos y Médicos Sin Fronteras.
Es cierto, el Gobierno impulsó algunas medidas, como una campaña nacional de plantación de árboles, con la que pretende reforestar varias miles de hectáreas en el sur del país. Pero son iniciativas que deberían haber comenzado hace muchos años, no en medio del estallido. Sin prevención ni capacidad de respuesta, las perspectivas son muy negativas para Madagascar.
“Los huracanes, las inundaciones y las sequías son graves amenazas para la frágil ecología malgache y su sector agrícola, que emplea a casi tres de cada cuatro trabajadores. Según un reciente informe de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), los científicos del clima prevén que las inundaciones y la erosión aumenten en algunas regiones del país. En el sur, las precipitaciones serán más impredecibles, lo que dará lugar a mayores extremos, incluyendo sequías más frecuentes. Estas perturbaciones climáticas afectan negativamente al desarrollo socioeconómico y psicológico de los jóvenes, de las mujeres en particular, poniendo también en grave riesgo el desarrollo futuro del país. Para mitigar los efectos negativos sobre la población malgache, el gobierno y la comunidad internacional deben intervenir urgentemente”, alertó Tiberti.
*Artículos consultados para la redacción de esta nota:
Marchetta, F., D. Sahn and L. Tiberti (2019) “The Role of Weather on Schooling and Work of Young Adults in Madagascar”, American Journal of Agricultural Economics, 101(4): 1203-1227
Dessy, S., Marchetta, F., Pongou, R. and Tiberti, L., 2020. Climate Shocks and Teenage Fertility (No. 490). GLO Discussion Paper.
Marchetta, F., Sahn, D.E., Tiberti, L. and Dufour, J., 2021. Heterogeneity in Migration Responses to Climate Shocks: Evidence from Madagascar. IZA DP No. 14052
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