El papa Francisco afirmó que espera que la muerte lo encuentre en Roma, ya que descarta regresar a su Argentina natal, según una entrevista que forma parte de un libro, cuyo anticipo fue publicado por medios argentinos este sábado.
“Siendo Papa, ya sea en ejercicio o emérito. Y en Roma. A la Argentina no vuelvo”, destacó el pontífice ante la pregunta “¿cómo imagina su muerte?”.
De su respuesta se desprende no sólo que no regresaría vivir a Buenos Aires, sino que no descarta que su papado pueda concluir con una renuncia, dado que se imagina, como Benedicto XVI, papa emérito. Esto también confirma que en buena medida Joseph Ratzinger, con su histórica decisión del año 2013, sentó jurisprudencia en lo que concierne a la sucesión vaticana.
Jorge Bergoglio dijo también que la muerte es un tema en el que piensa aunque esta no le produce temor “en absoluto”, si bien en el momento de la entrevista, que se realizó el 16 de febrero de 2019 en Roma, resaltó que se encontraba “muy bien”.
La conversación con el periodista y médico argentino Nelson Castro versa sobre la salud y los problemas que Francisco tuvo a lo largo de su vida, entre los que se encuentran un “cuadro pulmonar severo” en 1957 y la neurosis ansiosa que padece.
La conversación forma parte de su libro La salud de los papas. Medicina, complots y fe. Desde León XIII hasta Francisco, que saldrá a la venta el próximo lunes en Argentina y que posee distintos capítulos sobre este tema al respecto de la vida y muerte de los pontífices.
“Es un libro histórico, atrapante y único. Histórico porque todo lo que se cuenta es cierto y documentado; atrapante porque es una historia que supera cualquier ficción y único porque por primera vez un papa habla de su salud con la claridad que lo hizo Francisco”, afirmó el autor.
“Tengo bastante domada la ansiedad. Cuando me encuentro ante una situación o debo enfrentar un problema que me produce ansiedad, la atajo. Tengo distintos métodos para hacerlo. Uno de ellos es escuchar Bach. Me serena y me ayuda a analizar los problemas de una manera mejor. Le confieso que con los años he logrado poner una barrera a la entrada de la ansiedad en mi espíritu. Sería peligroso y dañino que yo tomara decisiones bajo un estado de ansiedad”, agregó.
Francisco habló también de sus neurosis, a las que describió como una mezcla de ansiedad y de tristeza, y afirmó que “hay que cebarles mate” y “acariciarlas también”, ya que “son compañeras de la personas durante toda su vida”.
“Es muy importante poder saber dónde chillan los huesos. Dónde están y cuáles son nuestros males espirituales. Con el tiempo, uno va conociendo sus neurosis”, matizó.
También habló sobre la psicología, de la que dijo que su estudio “es necesario para un sacerdote”, y aunque afirmó que nunca se psicoanalizó, contó como recurrió a la ayuda de una psiquiatra durante un momento delicado de su vida.
“Nunca me psicoanalicé. Siendo provincial de los jesuitas, en los terribles días de la dictadura, en los cuales me tocó llevar gente escondida para sacarla del país y salvar así sus vidas, tuve que manejar situaciones a las que no sabía cómo encarar. Fui a ver entonces a una señora —una gran mujer— que me había ayudado en la lectura de algunos test psicológicos de los novicios. Entonces, durante seis meses, la consulté una vez por semana”, concluyó.
Su periodo con sobrepeso y los consecuentes problemas del corazón también fueron parte del intercambio entre Castro y Francisco. Según él mismo aseguró, respondía a un desequilibrio entre el funcionamiento del páncreas y del hígado diagnosticado como esteatosis hepática o hígado graso.
“Diagnosticado el caso, el médico me prescribió una dieta que me permitió adelgazar y normalizar el funcionamiento del hígado. La verdad es que me siento mucho mejor”, aclaró Bergoglio.
Además, compartió que, desde que fue nombrado Papa, tiene un profesional designado que es quien está a cargo de su salud que lo atiende en el Vaticano. “Su cargo es el de arquiatra pontificio. Se trata del doctor Fabrizio Soccorsi. Es uno de los hepatólogos más renombrados de Italia. Es un médico jubilado”.
“Viene, me hace la revisación y un extraccionista me toma las muestras de sangre para los análisis. Viene cuando se lo llama, porque los médicos son muy buenos pero hay que tenerlos lo más lejos posible”, bromeó Francisco.
Divertido, el Papa contó una anécdota sobre el tema: “Usted sabe que los análisis nunca van a mi nombre. Entonces, en uno de los primeros chequeos que me hicieron, el jefe del laboratorio donde se llevan las muestras de sangre lo llamó al médico y le dijo: ‘Mire, los resultados de los análisis están todos dentro de los parámetros de la normalidad. Eso sí, preste más atención a la edad. Usted puso 78 años y los análisis corresponden a los de un hombre de unos 45′.
El más reciente problema de salud que tuvo el papa Francisco se relaciona con su columna, con la ciática en particular. Una dolencia que no pone en riesgo su vida pero que es invalidante por los dolores que provoca. La entrevista es anterior a la última crisis que padeció por ese problema, y en la charla Bergoglio se muestra optimista con el tratamiento preventivo que sigue.
—¿Qué problema tiene en su columna?, le pregunta Nelson Castro.
“Tengo una estrechez del espacio intervertebral entre la cuarta y la quinta vértebra lumbar, y entre ésta y el sacro -explica Bergoglio-. Le cuento una anécdota: durante el chequeo físico que me hicieron al asumir el papado, me realizaron radiografías de toda la columna vertebral, que el médico del Vaticano llevó a un especialista de mucho prestigio. Al verlas, dijo: ‘Esto es muy serio. El paciente necesita un tratamiento intensivo a base de kinesiología, rehabilitación postural y gimnasia. Entiendo que estamos hablando de una persona que se encuentra en silla de ruedas’. Quien le hizo la consulta no hizo ningún comentario y, cuando dio a conocer que se trataba de mí, el prestigioso especialista quiso venir a verme. Según me explicaron, los especialistas sacaron la conclusión de que, con el correr de los años, los músculos paravertebrales se fortalecieron de tal manera que contuvieron la columna y evitaron un aplastamiento total. Para lograr esto, el tratamiento a base de fisioterapia fue muy importante”.
Y consultado sobre si seguía sometiéndose a sesiones de fisioterapia, contestó: “Sí. Eso es sagrado. Dos veces por mes me trata un fisioterapista de gran prestigio quien, además de ser un profesional de primer nivel, es una muy buena persona. Según me explicó, él trabaja sobre la duramadre [la meninge exterior que envuelve y protege el cerebro y la médula espinal] y lo que busca es elongar para que la columna se mantenga en su lugar”.
—¿El tratamiento le ha dado buen resultado?, fue la siguiente pregunta.
“Totalmente. Hace años que ya no sufro de dolores de la columna”, decía entonces Francisco. Pero entretanto, transcurrió más de un año, con su cuarentena y su consiguiente aislamiento. Y si bien Francisco no es un hombre que dedique tiempo a la actividad física, sí es hiperactivo y, sobre todo, proclive a las reuniones, los diálogos, el compartir, estar con la gente, ir al encuentro de los fieles. Algo que debió suspender o reducir a la mínima expresión en el último largo año... Es entendible que eso haya repercutido en su salud.
A continuación, el papa se refirió a su cojera, que aunque leve es bastante notoria. “Es un problema en uno de los pies -dijo-. Padezco de pie plano. Es una afección que con los años se ha acentuado. Cuando me ven caminar como una gallina clueca es a causa de esa afección. Por eso uso zapatos con plantilla. En los años ochenta, el doctor Okama, un especialista muy renombrado en la Argentina, me quiso operar. Me hizo un estudio muy bueno y me dijo que había que proceder a la realización de una intervención quirúrgica para solucionar el problema. Naturalmente, yo acepté la indicación del especialista”.
La operación de los pies del futuro Papa iba a tener lugar en el Sanatorio San Camilo. Pero un encuentro fortuito cambiaría las cosas. Así lo relató Bergoglio: “Concurrí un día para hacerme el chequeo prequirúrgico y luego ver al doctor Okama para fijar la fecha de la intervención. Había allí una monja italiana —ya mayor— que se ocupaba de organizar todos los preparativos para la operación. Una vez acabada su tarea, salió del consultorio del especialista y me aguardó en el pasillo. Cuando, unos minutos después, yo salí de la consulta con el traumatólogo, ella me abordó y me dijo: ‘No lo tome a mal. Le voy a dar un consejo de abuela: no se deje tocar los pies. Los pacientes quedan peor de lo que estaban antes de la operación’. La miré sorprendido e inmediatamente me acordé de otra monja que me había atendido en el Hospital Sirio Libanés cuando tuve la afección pulmonar. Se llamaba Cornelia Carallo, una religiosa dominica que había sido profesora en Grecia y que, además, era enfermera. Uno de los procedimientos curativos era el de administrarme una combinación de penicilina y estreptomicina según las dosis indicadas por el médico. Cuando, luego de dar la indicación, el médico se retiraba, la hermana Cornelia se acercaba y le decía al enfermero: ‘No le administre la dosis que le indicó el doctor sino esta otra que es mejor’. Conclusión: nunca más volví a ver al doctor Okama y nunca me operé los pies.”
A continuación, uno de los intercambios más íntimos entre el periodista y la máxima autoridad de la Iglesia Católica que forma parte del libro:
—¿Lo cansa su trabajo?
—Disfruto mi trabajo y a la noche llego molido (cansado). Como usted sabe, mi día es muy intenso.
—¿Le gusta viajar?
—¡¡Para nada!! No me gusta viajar. Lo hago porque es una obligación que el Papa debe cumplir.
—Sin embargo, en los viajes se lo ve pleno y con una gran energía.
—Es que es algo que hay que hacer y, a pesar de no gustarme los viajes, los hago con alegría.
—¿Hace alguna actividad física?
—Ninguna. Soy una persona sedentaria.
—Imagino que su médico le debe recomendar realizar alguna actividad física.
—Sí, lo hace. Pero mi respuesta es siempre la misma: no tengo tiempo.
—¿Duerme la siesta?
—Sí, siempre. Eso es sagrado. Todos los días duermo la siesta durante cuarenta minutos a una hora. No bien termino de almorzar, me retiro a mi habitación, me saco los zapatos y me acuesto vestido. Me duermo profundamente, como si fuera de noche. Y me levanto muy bien, despejado y renovado. Es como si amaneciera de nuevo.
—¿Se siente solo?
—No, para nada. El hecho de vivir en la residencia de Santa Marta con una comunidad de personas que hacen una vida absolutamente normal me es de gran ayuda. No habría soportado vivir en la soledad del departamento papal.
—¿Le pesa o lo estresa tener que tomar decisiones en la soledad del poder?
—No es fácil, pero ahí es donde Dios siempre ayuda.
—¿Siente la presencia de Dios?
—Absolutamente. Cuando tomo una decisión difícil, dejo que madure dentro de mí. Es entonces cuando, al cabo de un tiempo, me invade una seguridad que me indica que la decisión que adopté es la correcta.
—¿Comete errores?
—Por supuesto que sí.
—¿Cómo los vive?
—Vivo esa circunstancia desgraciada con pena y sincero arrepentimiento. Por eso no solo pido perdón, sino que trato de repararlo inmediatamente.
—¿Le cuesta pedir perdón?
—En general, no. Le cuesta más a la persona orgullosa, cosa que yo no soy.
—¿Ha tenido que pedir perdón como papa?
—Sí, claro. Y lo he hecho sin dudarlo.
—El poder genera envidias. ¿Cómo las enfrenta?
—Somos humanos. Las comprendo.
—¿Cómo enfrenta la enfermedad de poder producto del séptimo pecado capital, la soberbia?
—La tentación siempre existe. Por eso, antes de tomar una decisión, consulto con otros. Y entre esos otros que consulto, busco hacerlo con aquellos que sé que van a expresar una opinión diferente de la mía. El diálogo con personas que piensan diferente de mí me ayuda en la maduración de una decisión y constituye el principal antídoto para luchar contra la enfermedad de poder. El pensamiento distinto enriquece siempre. La terquedad empobrece.
—¿Es terco?
—A veces sí. Por eso me molesta y entristece tanto la terquedad ajena, porque, al fin y al cabo, veo en ella el reflejo de la mía.
—¿Cómo reacciona ante la adulación?
—La adulación es algo que me cae muy mal. Sé distinguir muy bien entre el elogio sincero, que es una caricia al alma, y el elogio fatuo y cargado de hipocresía.
—¿Lo perturba la hipocresía?
—Mucho. A la hipocresía no la tolero.
—¿Le cuesta perdonar?
—A veces sí. Y eso es bueno. Hacer el esfuerzo para perdonar ayuda mucho.
—¿Se confiesa?
—Sí.
—¿Con cuánta frecuencia?
—Me confieso cada quince días.
—¿Lo ayuda?
—¡Muchísimo! Me encanta confesarme.
—¿Se siente pecador?
—Por supuesto. Por eso siempre estoy alerta. El demonio es tremendamente astuto.
—¿Qué piensa de la mentira?
—La mentira es algo de una bajeza extrema.
—¿Alguna vez debió mentir?
—Mentir, no. Callar momentáneamente una verdad, cuando esa verdad puede dañar a otros, sí.
—¿Lo angustia el pecado?
—No, porque la misericordia es más grande.
—¿Es rencoroso?
—El rencor es como lo describe el tango [del mismo nombre]: “Rencor, mi viejo rencor”. Detrás de todo rencor hay un gran amor. El rencor es el producto de un amor frustrado. Gracias a Dios, no soy rencoroso.
—¿Es envidioso?
—Me acuerdo, siendo chico, de la envidia al compañero que sacó una nota mejor que la de uno. Entre esos recuerdos está el de una vez que salí segundo en un campeonato. ¡Qué envidia le tuve al que me ganó y salió primero! A mi edad, ya no hay tiempo para la envidia. Uno debe prepararse para el bien morir.
—¿Le preocupa que le teman?
—No me gusta que me teman. El temor siempre existe porque es el resultado de las tergiversaciones y la pusilanimidad de muchos. Sé que hay quienes me temen. Y créame que eso no me hace feliz.
—Y al margen del dolor, ¿a qué le teme usted?
—Al Cuco, no. ¡Ja ja ja! Le temo a engañarme a mí mismo. Porque el demonio es muy hábil. El demonio es el padre de la mentira. A eso sí que le tengo miedo. Sé que con Dios nunca habrá problemas porque nunca me va a faltar y me va ayudar a aclarar mis dudas y a corregir mis errores.
—¿Piensa en la muerte?
—Sí.
—¿Le teme?
—No, en absoluto.
—¿Cómo imagina su muerte?
—Siendo papa, ya sea en ejercicio o emérito. Y en Roma. A la Argentina no vuelvo.
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