“No beberás”, el mandamiento autoimpuesto del guardián de la que quizá es la colección de vinos más sorprendente del mundo, una que viene siendo cultivada por décadas y tiene tesoros de más de un siglo de antigüedad, pero que persiste por la disciplina férrea de su dueño, quien ha jurado jamás beber el preciado líquido que reposa en sus raras botellas.
Su nombre es Michel-Jack Chasseuil, tiene 79 años y ha dedicado por lo menos 40 de estos a coleccionar los vinos más extraños del mundo, que a su vez son hoy en día de los más caros que jamás encontrarías.
Esos tesoros estás resguardados en una bodega a la que Chasseuil le apoda “el Louvre del Vino”, y está ubicada en La Chapelle-Bâton, un pequeño pueblo de la región Deux-Sèvres al oeste de Francia.
En este lugar, lejos de los grandes viñedos que suelen ser el deleite de turistas entusiastas del vino, llegan todo tipo de personajes, buscando un santo grial, convencer a Chasseuil que les venda alguno de sus vinos o peor aún que se los deje probar.
Pero el viejo coleccionista resiste, para él el vino es arte y su bodega una gran galería que guarda, de una forma u otra, una parte de la historia de la humanidad.
“Aquellos que quieran visitar la mejor bodega del mundo deben venir aquí”, dice el coleccionista en uno de los libros que ha publicado sobre el tema de sus pasiones: 100 tesoros añejos: de la bodega más fina del mundo.
En dicha bodega hay más de 40 mil botellas, entre ellas 3 mil magnums, a veces de 100 años de antigüedad. Entre los tesoros más preciados está el Armagnac más antiguo del mundo (1797), un ron de 1830, coñacs de 1811 (el año del cometa), Marsalas de Sicilia del siglo XIX y las botellas más grandes producidas desde 1735 hasta la actualidad, cultivos clasificados de Burdeos, grands crus de Borgoña, châteauneuf-du-pape, solo en grandes añadas: 1900, 1921, 1929, 1945.
Las botellas están almacenas en una especie de santuario, que es la bodega original de su casa en La Chapelle-Bâton, que fue de sus abuelos y ahora le pertenece. Todo parece un viaje al pasado, los vinos reposan en una especie de cueva de Ali Baba protegida dos puertas blindadas y un ingenioso sistema de trampas, cerraduras especiales y gas peligroso.
En lo profundo de esos pasadizos hay una habitación donde se guardan las botellas, aquí no solo hay vinos tan exclusivos como Pétrus, Château d’Yquem, Cheval Blanc o Coche-Dury; sino que también hay botellas de whisky, ron, chartreuse, sake y otras bebidas. La única condición para que reposen en el “alcoholarium” de Chasseuil es que cada botella debe ser una rareza.
Siguiendo por un túnel estrecho y bajo, que asemeja a un búnker, se llega a la bodega principal. Ahí las paredes están cubiertas de crucifijos y pinturas religiosas. Bajar es toda una experiencia, así lo describen quienes han ido, y se completa con la música ceremonial que coloca el anfitrión para agregar una atmósfera de reverencial misticismo.
Y es que no es para menos, pues Chasseuil mira su colección como “la cueva de la humanidad”.
El sueño de un coleccionista
Michel-Jack Chasseuil, es hijo de un cartero y su primera afición fueron los sellos, después pasó a las monedas y luego a los minerales. El espíritu de coleccionista siempre lo tuvo, pero fue durante la década de 1970 cuando empezó a hacer del vino su objeto favorito de colección.
Por esos años trabajaba en Dassault, la empresa francesa fabricante de aeronaves civiles y militares. Se fue para Sudáfrica a los 21 años como calderero, diseñando aviones de combate en medio del apartheid, y cuando regresó a París se convirtió en representante de ventas de la empresa.
Ese cargo le abrió las puertas del mundo, y con esto de los restaurantes más lujosos, donde se reunía a menudo con clientes de todas partes del mundo, y en medio de cenas y almuerzos de trabajo, probaba toda una gama de vinos y otros tragos exóticos, cultivando así su paladar y su afición.
Durante los 20 años trabajó para la compañía, se codeó con dignatarios libios o belgas que llegaban a Francia a comprar Mirages -aviones de combate diseñados por Dassault-, recorrió grandes hoteles y campos de golf, también viajaba mucho y en cada lugar que llegaba se llevaba consigo una botella rara y costosa.
Era su pasión y en esto gastaba gran parte de su salario, que no era para nada humilde. Otro punto determinante para su vida fue su relación con Mary Domergue, quien era la heredera de la Château Feytit-Clinet uno de los viñedos más reconocidos en la región de Pomerol.
Ella fue su gran amiga y cuando murió a finales de los setenta le dejó su finca a Michel-Jack, quien tras una batalla legal de más de 10 años con otros vinicultores de la región logró hacerse con total control de ella. Hoy ese viñedo es administrado por su único hijo.
Retirado finalmente de Dassaul en 1989, Chasseuil empezó a trabajar por su sueño, la consolidación de su Lovre del Vino, el cual pasó por varios problemas antes de poder abrir sus puertas al público.
Salvemos el Louvre del Vino
Durante la década pasada Michel-Jack pasó varias penurias para proteger su patrimonio. Primero luchando contra las condiciones de conservación que exigían sus tesoros, después contra la hacienda pública e incluso contra ladrones que por poco acaban con su vida. Una de las primeras pruebas a superar fue encontrar un lugar definitivo para su colección, que a medida que crecía exigía más cuidados y espacio.
En su búsqueda de las mejores condiciones para sus tesoros trató en varias ocasiones que distintas instancias del gobierno francés o de las provincias reconocieran sus vinos como patrimonio histórico. Soñaba con mudar su colección a Saint-Émilion, donde hay una vieja tonelería llamada Demptos, cerca de las murallas de Plaisance, donde podía asegurarles un buen hogar a sus botellas, pero el ayuntamiento de la ciudad estuvo reacio a ese traslado.
Fue así que Chasseuil decidió iniciar una fundación para recolectar fondos y en pro de esa empresa reunió a personalidades como el príncipe Alberto de Mónaco -otro gran coleccionista y entusiasta del vino- el empresario franco-americano Roger Biscay -de Cisco System- y al mismo tiempo buscando apoyo político para establecer su museo del vino haciendo lobby con la diputada de Deux-Sèvres Delphine Batho o la ministra de Cultura Aurélie Filippetti de la época.
En su desesperación incluso llegó a amenazar con llevarse su colección para Rusia, donde ya tenía contactos con el gobierno de Valdimir Putin para garantizar la existencia de sus vinos después de su muerte.
“Tenemos que asegurar estas maravillas: mis 1945 contienen rastros radiactivos de la bomba de Hiroshima, son un testimonio único de la locura de los hombres”, le dijo en 2015 a la revista especializada en vinos La Revue Du Vin de France.
Por esos años el fisco francés también estaba detrás de él. La gran notoriedad que habían ganado las botellas de Chasseuil y el bombo que le estaba dando la prensa, en especial la revista antes mencionada, llamaron la atención de las autoridades, que llegaron a gravar con impuestos el patrimonio del coleccionista. El cobro era por concepto del Impuesto de Solidaridad a la fortuna y era por el monto de dos millones de euros.
“Mi casa solo vale 350.000 euros y nunca han entrado en mi sótano, ¿cómo puedo reclamar tal suma?”, dijo por entonces Michel-Jack, pero los agentes del fisco le mostraron decenas de publicaciones en las que se hablaban de sus costosas botellas.
Su colección, según estimaciones de expertos puede tener un valor cercano a los 40 millones de euros. Al final no se fue a Rusia, y no tuvo que pagar tanto dinero, fue una pelea legal larga, pero al final la promesa de no beber ni vender sus botellas hizo el truco para que no fueran consideradas como vienes gravables.
El robo fallido
Quizá el reto más grande que afrontó Michel-Jack Chasseuil fue el día que una banda enmascarada y armada irrumpió en su casa de La Chapelle-Bâton (Deux-Sèvres), con la firme intención de saquear su legendario sótano. Los asaltantes llegaron en un camión que supuestamente repartía vinos y tocaron a la puerta.
En cuanto salieron del camión, sus atacantes exigieron la llave de la puerta blindada, en su defecto cortarían tres falanges con un golpe de hoja de carnicero. Ignorando las amenazas, rezando a Dios en voz alta el jubilado se puso de pie y los confrontó.
“En cuanto me acerqué a él (el repartidor), varios tipos encapuchados y armados se me echaron encima y me dijeron ‘cállate’, ‘no grites’ y me arrastraron a la casa”, dijo al respecto el coleccionista para que “los demás sepan que no me podrán robar”.
Por más de dos horas los encapuchados lo tuvieron secuestrado, y terminaron por romperle un dedo, pero Michel-Jack no les entregó la ubicación de sus vinos más preciados, los cuales estaban resguardados bajo llave en la parte más profunda de su bodega, y la llave asegurada en la bóveda de un banco.
Finalmente, los atracadores se fueron con un botín importante de botellas, pero todas provenientes del viñedo de Feytit-Clinet, en Pomerol, el cual atiende su hijo Jérémie, y su BMW. Este casi octogenario todavía quiere mostrarle sus vinos al mundo, aunque ahora es mucho más celoso con quien deja entrar a observar su colección.
En sus últimos años defiende a capa y espada la importancia histórica de su apasionada labor y dice que espera que sus vinos lo superen en vida incluso después de su propia muerte.
“Me supera, me sorprende haberlo puesto todo junto. No debe venderse en una tarde en subasta, merece sobrevivirme, ser útil, de lo contrario habré perdido el tiempo. De lo contrario, vendo todo ahora, ¡me compro un yate y doy la vuelta al mundo con una hermosa ucraniana! Por tanto, es más sensato verla como “la cueva de la humanidad”.
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