El jueves 8 de enero de 2016 los medios de comunicación recibieron un llamado para que esa noche se presentaran en el hangar de la Procuraduría General de la República (PGR) en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM).
Horas antes, por la madrugada, la Marina había detenido, por tercera ocasión, en “Los Mochis”, Sinaloa, a Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, mejor conocido como “El Chapo”, junto a su jefe de seguridad Iván Gastélum, alias “El Cholo Iván”.
Unos 300 periodistas, tanto de la prensa nacional como internacional, acudieron al llamado y cerca de las 21:00 horas una comitiva de hombres vestidos de traje llegó hasta un estrado situado justo enfrente de un helicóptero de la Secretaría de Marina (Semar).
Las autoridades estaban encabezadas por el ex secretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, exonerado en 2011 de presuntos nexos con el narco, y el ex titular de la Sedena, Salvador Cienfuegos Zepeda, detenido en EEUU por vínculos con el crimen organizado y posteriormente exonerado en México, así como el ex secretario de Marina y la ex procuradora general de la república.
En la conferencia se hizo especial enfásis en el empeño y la capacidad del Estado para detener a delincuentes peligrosos de alto vuelo. Sin embargo, probablemente se trató más de una especie de enmienda —bastante forzada— por parte de las autoridades.
Y es que seis meses antes “El Chapo” había humillado a la administración en turno, encabezada por el presidente Enrique Peña Nieto, al escaparse de la cárcel del Altiplano, descrita como “la prisión federal más segura de los Estados Unidos Mexicanos”, a través de un túnel de un kilómetro y medio que conectó el baño de su celda con una casa aledaña a la prisión.
“El día de hoy, las fuerzas federales lograron la captura de Joaquín Guzmán Loera, el prófugo más buscado del mundo, y Jorge Iván Gastelum, demostrando, una vez más, que no existe delincuente que este fuera del alcance del estado mexicano”, declaró aquella noche Osorio Chong.
Después de quince minutos de discurso, los dos capos del Cártel de Sinaloa, que recién habían arribado a la Ciudad de México desde Sinaloa, fueron trasladados de un vehículo tipo rinoceronte a una aeronave de la Marina frente a todas las cámaras de la prensa. Primero le tocó a “El Cholo Iván”, quien con la cabeza agachada y sin pausas fue escoltado por un grupo de Marinos.
Sin embargo, no fue el mismo trato para “El Chapo”. Apenas había descendido del vehículo blindado, uno de los marinos que lo escoltaba sujetó fuertemente al capo de la nuca y lo hizo mantener la cabeza agachada.
Un par de segundos después, cuando recibieron la indicación, los marinos y “El Chapo” avanzaron con paso firme hacia la aeronave, pero a mitad de camino se volvieron a detener, y el mismo marino que lo tenía sujetado del cuello le giró la cabeza bruscamente hacia donde estaban todos los medios de comunicación.
El narcotraficante, visiblemente molesto, no le quedó más remedio que mirar fijamente los lentes de las cámaras mientras los flashes le deslumbraban el rostro. Esa noche iba vestido con una playera tipo polo azul marino y un pants adidas con franjas naranjas. Después fue llevado finalmente hacia el helicóptero de la Semar, pero no sin que los periodistas le gritaran a los elementos en varias ocasiones: “¡Voltéalo, una vez más!”.
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