A tres años del Culiacanazo, cuando los Chapitos pusieron de rodillas al Estado mexicano para liberar a Ovidio Guzmán López, el Ratón, los criminales en México reconstruyeron estrategias terroristas y el Cártel de Sinaloa se afianzó con un jueves negro que apuesta por que sea olvidado.
Han pasado 36 meses desde aquel 17 de octubre de 2019, pero las autoridades no han presentado a ningún detenido por la narcoviolencia que paralizó durante horas a Culiacán, donde hubo gente horrorizada por balaceras, bloqueos, enfrentamientos, amenazas y al menos una decena de muertos. Todo se vivió como un breve episodio de guerra que marcó a la capital de Sinaloa dejando un trauma social.
Desde entonces, las heridas siguen abiertas entre la ciudadanía que fue secuestrada por la potente ofensiva de sicarios, quienes lograron que el presidente Andrés Manuel López Obrador doblara las manos y ordenara suspender el operativo de arresto con fines de extradición a Estados Unidos del Ratón, uno de los hijos de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, que asumió parte del narcoimperio heredado.
La apuesta al olvido de los Chapitos
Pobladores y analistas entrevistados por Infobae México coincidieron en que la estrategia de seguridad del gobierno federal no ha dado resultados concretos en Sinaloa como en el resto del país. Quedan sentimientos de vulnerabilidad profunda, además de resignaciones para seguir conviviendo bajo el yugo de criminales, pues ellos continúan su negocio y no son llevados ante la justicia porque ni siquiera se les persigue. Por eso se sospechan pactos de impunidad y un trato diferenciado.
En la actualidad se entiende con pruebas fehacientes que en la entidad dominada por los Chapitos e Ismael Zambada García, el Mayo, se vive una pax narca que puede ser alterada en cualquier momento y desatarse el narcoterror como hace tres años. Incluso está latente un peligro mucho mayor ahora que ya vieron el poder renovado y despiadado de los delincuentes.
Hoy en día en Culiacán prevalece una calma aparente. Pero no se olvida el jueves negro en que mujeres, niños, estudiantes y familias enteras tuvieron que refugiarse en oficinas, colegios, plazas, restaurantes y casas ajenas para evitar la feroz ofensiva de la Chapiza, quienes fueron apoyados por otras facciones para evitar la captura de uno de sus líderes.
Juan Carlos Ayala Barrón, académico de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), dijo en entrevista que el estado general de las cosas no cambió sustancialmente desde hace tres años, al margen del trauma y el sentimiento de indefensión. Como parte de la recomposición de jerarquías se registró una batalla interna al norte de Culiacán, cuando mandos de brazos armados se disputaron la producción y venta de drogas sintéticas en la capital.
Este conflicto en el bastión delictivo finalmente se solucionó porque los jefes del Cártel de Sinaloa terminaron por negociar de manera pacífica, antes de que la situación escalara para afectar al resto de la empresa criminal, pues los repuntes de violencia eran atribuidos a un contexto de hostilidades. Fue entonces que el Mayo Zambada cedió de forma diplomática para desplazar a uno de sus lugartenientes más cercanos y así se definieran dominios territoriales, según diversas fuentes consultadas.
“El 80% de las comunidades que están en los valles y la costa están controladas por estos grupos. Ellos deciden quiénes gobiernan localmente. Determinan quiénes realizan el mercadeo de productos y alimentos que se requieren para el sustento diario. Incluso controlan la venta del alcohol. Esa es la normalidad”, explicó Ayala Barrón.
Para el investigador, un cambio radical después del Culiacanazo fue el incremento de la apología del narco entre los más jóvenes. Joaquín y Ovidio Guzmán López, así como Jesús Alfredo e Iván Archivaldo Guzmán Salazar, los Chapitos: se convirtieron en los nuevos ídolos y mitos ciudadanos.
A partir de esa fecha se propagaron llaveros con forma de sombrero que cuelgan desde los retrovisores de los vehículos y en la vestimenta de las nuevas generaciones. El académico ha detectado el incremento del sentimiento apologético en atribuir heroicidad a los hijos del Chapo Guzmán por no dejar que uno de ellos fuera encarcelado.
Eso remarcó a Sinaloa como cuna de los capos del narco en México, donde hay un monumento en una plaza comercial de Culiacán por el asesinato del hermano del Ratón; adoraciones en la capilla de Jesús Malverde, el Santo de los narcos; el cementerio Jardines del Humaya con mausoleos que parecen pequeñas mansiones; así como una serie de productos culturales como series, corridos y narconovelas.
“Hubo un boom de agrupaciones de jóvenes que se dedican a grabar exclusivamente narcocorridos. Es una moda estar cantando ese tipo de música. Ahorita todos andan cantando la del Ratón”, ejemplificó el doctor en Filosofía sobre el repunte de la narcocultura a raíz del Culiacanazo.
La cultura alrededor del narco y el crimen organizado se ha potenciado.
Sin embargo, otra fuente aseguró a Infobae México que los mismos Chapitos prohibieron cualquier referencia sobre el evento de violencia que protagonizaron. Posiblemente consultaron con alguien para seguir un discurso de olvido y obligaron a sus pistoleros a borrar fotos o videos triunfalistas, así como cualquier alusión de enfrentamientos contra el Ejército ese día del jueves negro.
“Su idea era que: ya ocurrió esto, se tuvo que hacer y se hizo y hay que olvidarlo. Tal vez algún asesor les dijo”, mencionó la persona entrevistada, quien tuvo conocimiento de alguien que había escrito un corrido del Culiacanazo y supo que hubo intervenciones para censurarlo.
Supuestamente, los Chapitos quieren que todo quede enterrado en el pasado para que nadie hable del terror que causaron y no se les finquen responsabilidades con remordimiento social. De esa manera se verían intereses para imponerse en la memoria colectiva de los culiacanenses. Después de todo, los narcos se creen los máximos dueños de Sinaloa tras la jornada de narcoterror en que demostraron su capacidad logística para doblegar a las fuerzas federales.
Le apostaron al olvido porque al final de cuentas era lo mejor para ellos, es algo que no le conviene a ninguna de las facciones que controlan el Cártel de Sinaloa.
“Pax narca” vulnerable
De acuerdo con los habitantes, ese jueves negro de 2019 derrumbó el simbolismo de criminales, quienes por décadas han querido venderse como protectores para obtener respaldo y aceptación social. Aquella tarde se mostraron como realmente son y quedó en claro que cualquier pax narca se cae fácilmente.
Los sicarios de los Chapitos y del Mayo Zambada destacaron en su versión más sanguinaria, lejos de aquello que la narcocultura ha impuesto como atributos de cabecillas en el imaginario social. A menudo, los capos son distinguidos con valores de caridad, honradez, benevolencia, opulencias o lujos de lo que debe anhelarse para prosperar en la cuna de los cárteles de la droga.
Durante años, los líderes de la vieja escuela se esforzaron por exponerse como garantes de la tranquilidad local, táctica que les beneficia para no ser delatados en sus casas de seguridad, bodegas u operadores. Eso llevó a tomarlos como sustitutos de autoridades regionales porque también impiden la irrupción de enemigos. Así lograron arraigar estereotipos para que los niños no sueñen con ser Lionel Messi ni Michael Jordan, sino convertirse en el próximo Chapo Guzmán.
Un informe de inteligencia militar, revelado tras hackeos al Ejército por el colectivo Guacamaya, apuntó que el perfil de los sicarios subordinados a los Chapitos son altamente violentos y en su mayoría se trata de jóvenes que van de los 20 a 35 años de edad. La nueva camada de esta facción se caracteriza por el protagonismo, a diferencia de aquellos que comanda el Mayo Zambada, quienes deben mantenerse reservados al igual que su líder.
Previamente, analistas consultados por Infobae México habían precisado que el rasgo generacional del Cártel de Sinaloa repercute en que lugartenientes no sean bien vistos por sus mismos colaboradores, porque la Chapiza prefiere imponerse a base de intimidaciones, ideas impulsivas y el factor agresivo, lejos de los acuerdos en que deben ceder. Además, la suma de inexperiencias puede traducirse en errores tácticos y un respaldo social con base en el miedo, más que en el pleno respeto.
Marlene León Fontes, directora de la organización Iniciativa Sinaloa, calificó el Culiacanazo como un punto de quiebre con la percepción ciudadana, pues se ha dado por hecho que los cárteles de la droga se mantienen en el estado, pero no atacan a la población civil. Y para ella, el jueves negro mostró que los criminales están dispuestos a utilizar todo su poderío sin detenerse ni importarles bajas de inocentes.
“Tu percepción dice: ok, sí, sabemos que tienen ese poder, que tienen el armamento, el equipo, todo para hacerlo, pero no sabías si realmente lo iban a hacer, o al menos no se sabía hasta que ocurrió este hecho”, señaló.
El Culiacanazo vino a romper con ellos, ahí te das cuenta de que realmente no hay un pacto, no hay paz cuando se trata de salvar o cuidar al líder, ahí prefieren irse contra la sociedad y rescatar a este líder.
David Saucedo, consultor en Políticas Públicas y Seguridad, dijo que el nivel de violencia de los grupos de macrocriminalidad podía suponerse entre pobladores locales, especialistas, policías y el propio Ejército. Pero los sucesos en Culiacán fueron una revelación de las capacidades reales que tiene el Cártel de Sinaloa y que no eran tan evidentes para el resto de la opinión pública a nivel nacional e internacional.
“Con este hecho quedó suficientemente claro que los grupos del narco tienen el control de regiones enteras y estados, donde quien pone la Ley y controlan lo que ocurre son los grupos armados”, expuso.
Sin embargo, León Fontes explicó que el 17 de octubre de 2019 sucedió un ataque sin precedentes para los propios sinaloenses y eso demostró cómo los delincuentes seguirán siendo delincuentes. Aún cuando quieran ganarse la estima de pobladores con despensas, equipar una escuela en barrios pobres o repartir billetes de a 200 pesos con las iniciales de su jefe.
Esa es parte de las conclusiones para una sociedad que no ha sido atendida por los padecimientos del Culiacanazo. Pues actualmente, la directora de la organización de la sociedad civil ha notado que los culiacanenses se molestan cuando se recuerda el jueves negro. Eso significaría que el dolor sigue presente por rememorar una tarde de narcoterrorismo, pese a que el discurso político solo pretenda darle vuelta a la página sin procurar justicia.
“Hay que seguir apostándole a la memoria colectiva, porque por más que duela, es necesario hablar del tema, es necesario hablar de las víctimas, la falta de reparación del daño, la impunidad y de la rendición de cuentas”, apuntó.
El académico de la UAS añadió que la población de Culiacán ha ido aceptando el nivel de violencia experimentado porque viven acostumbrados a escuchar balazos o tirarse al suelo por inercia. Para él se trata de un proceso de normalización tras expulsar el pánico y volver poco a poco a la dinámica previa. Aunque no puedan borrarlo tan fácilmente, los pobladores se ven obligados a convivir atemorizados en una ciudad donde domina el narco.
Se ha normalizado tanto que hemos creado una capa protectora para ya no sentir miedo. No podemos vivir en una sociedad del miedo y de angustia constante. Esa es la pedagogía del miedo.
El investigador de la cultura y el narcotráfico fue testigo de las balaceras y narcobloqueos en varios puentes de la ciudad cuando iba por su hija al trabajo aquel jueves negro. Vio a los sicarios desfilando fuertemente armados y cómo la gente huía aterrorizada para esconderse en donde fuera posible. Esa noche alojó y alimentó en su casa a varios profesores, así como a otros colegas universitarios.
“Tenían temor de irse. Aquí pasaron toda la noche. Al día siguiente se fueron, pero iban con miedo porque todavía estaban los carros quemados y alguno que otro cuerpo”, recordó.
El Culiacanazo fue narcoterrorismo
Entre todas esas experiencias, el Culiacanazo no solo es una marca imborrable de violencia. También se convirtió en un signo distintivo para recordar el fracaso de las autoridades ante los narcos. Pues los criminales vieron cual es el punto débil del gobierno actual y de esa manera pueden aprovecharse mejor cuando lo consideren necesario. Ahora saben cómo evolucionar sus tácticas de narcoterrorismo que ya han dado resultados con el hijo del Chapo Guzmán.
Según los analistas, esto quedará más evidente mientras pase el tiempo y todo prevalezca como un pacto de impunidad: sin culpables detenidos ni reparaciones de los daños. Pero también se han identificado similitudes adoptadas más allá de Sinaloa, consecuencia del repliegue discursivo de una política federal que supuestamente está contra la guerra enfrenta.
Sin embargo, los entrevistados también advierten que los efectos a futuro pueden ser más graves que el jueves negro, siempre que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador solo pregone la pacificación y no castigue a los responsables de lo que ya ocurrió, como tampoco siga estrategias específicas para enfrentar a narcoterroristas.
David Saucedo mencionó que las maniobras de los cárteles para atacar a la población no se inauguraron con los Chapitos. El 15 de septiembre de 2008, narcos arrojaron granadas durante la celebración del Grito de Independencia en plena plaza pública de la capital de Michoacán. El saldo de aquella vez fueron ocho muertos y al menos 120 heridos.
En 2012, la extinta Policía Federal capturó a Nemesio Oseguera Cervantes, el Mencho, jefe del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), y tras un fuerte enfrentamiento fueron abatidos seis sicarios. Pero la respuesta fueron más de 30 narcobloqueos en la Zona Metropolitana de Guadalajara y vialidades de Colima. En esa ocasión, las autoridades también cedieron y liberaron al detenido. Años después, el cártel de las cuatro letras replicaría la misma táctica, así como ataques a funcionarios.
Lo diferente en 2019 fue que se puso a prueba cómo doblarle las manos al gobierno federal con amenazas directas contra militares y sus familias. Además, se vio la reacción inmediata y organizada para generar un estado de sitio que mantuvo secuestrados a miles de habitantes durante más de cinco horas de manera sorpresiva. También quedó asentado el repliegue de las autoridades y el acuerdo con criminales que hasta la fecha siguen impunes.
Lo que hizo el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, en los hechos, fue negociar con narcoterroristas que amenazaban en cometer actos contra la población civil y desatar una masacre.
Para el analista, las tácticas fueron copiadas de cárteles en Colombia, donde grupos armados se asociaron con guerrillas para desestabilizar al Estado. Aunque el terrorismo clásico se aplica a sucesos en Medio Oriente o Europa, David Saucedo argumentó que en México hay elementos para utilizar una designación similar, más allá del componente político.
Y es que los narcos mexicanos han desafiado constantemente a las autoridades y rebasado a las fuerzas de seguridad, para que la Ley no sea activada en su contra o se suspendan operativos de arresto. En medio de ese contexto de pánico, los sicarios pueden usar a los civiles como una estrategia de presión efectiva y así garantizar sus intereses de economía criminal.
Además, sus intervenciones en gobiernos de distintos niveles ya les aseguran accesos al poder, sin importar el partido político. Todo eso se complementa con la capacidad de fuego que tienen, pues también utilizan armamento de guerra de uso reservado a militares. Y tal como ocurrió en el Culiacanazo, algunos grupos pueden desplegar de inmediato a decenas de integrantes para atacar a cualquier persona; no importa si se trata de agentes del orden o alguien que va pasando por la calle: un niño, una mujer, un estudiante o un trabajador.
Si todo se reduce a discusiones jurídicas o políticas, consideró Saucedo, eso no permitirá avanzar hacia un plan enfocado a ese tipo de reacciones violentas y los sicarios pueden escalar aún más su nivel y variedad de atentados, como ha pasado en Sudamérica. Si bien se temen incursiones de Estados Unidos al usar la categoría de terrorismo, las investigaciones especiales no podrán concretarse, aún cuando se reconoce que el Cártel de Sinaloa es una amenaza a la Seguridad Nacional.
“Mientras más nos neguemos a aceptar el hecho, la realidad nos va a alcanzar en algún momento, si no es que ya nos alcanzó”, advirtió el analista.
El Culiacanazo es una continuidad de actos de narcoterrorismo que han estado realizando, ya como una táctica, los cárteles de la droga.
Miguel Ángel Vega, periodista del semanario Ríodoce, coincidió en que la escalada de violencia sería peor e, incluso, los agresores pueden atentar contra empleados en edificios públicos o volver a tomar una ciudad por completo. Si la orden es asesinar de manera arbitraria, no habría ningún límite. Especialmente, cuando se quiera rescatar a los máximos jefes del Cártel de Sinaloa o del CJNG. Al menos ese el estándar que se ha fijado.
“En una situación en donde ellos se sientan amenazados, ya tienen un plan y son como un cáncer porque no los ves, puede ser cualquier vehículo que ande circulando en la calle, puede ser cualquier persona que forma parte de ellos y cuya orden es atacar a quien se tenga que atacar”, previno sobre la reacción violenta de manera sorpresiva.
Lo que estamos viendo ahora es que no sabemos qué va a pasar cuando ocurra un arresto de un capo que tenga poder
A esas advertencias se sumaría que no hubiese acciones de reivindicación para dar con quienes causen el narcoterrorismo, como se ha visto en el caso del hijo del Chapo Guzmán. La directora de Iniciativa Sinaloa cuestionó que no hay avances para dar con los responsables del Culiacanazo ni acciones contundentes de parte de las autoridades. Si eso predomina, la puerta está abierta para que los cárteles sigan replicando una táctica similar o peor que el jueves negro.
“Le deben la verdad a la sociedad, a los culiacanenses y no debería estar quedando la impunidad. Hay muchas preguntas sin respuestas y muchas víctimas a quienes no les fue reparado el daño”, reclamó sin saber si fueron ocho, nueve o 13 muertos que tienen familiares a quienes no se les ha hecho justicia.
Muchos de estos cuerpos se los llevó el propio el crimen organizado, los desaparecieron, entonces no sabemos realmente el saldo final
Para el periodista sinaloense, los grupos criminales solo han adquirido más poder en la medida en que no se les combate. Y las causas del incremento las ubicó el plan de gobierno de López Obrador, quien se desistió de afectar a las diferentes organizaciones que han permanecido en el país y desde un principio dijo que no arrestaría a los jefes.
Los dejó crecer y hoy estamos viendo que están incontrolables, los números están ahí. Esa permisión que les dio los hizo crecer hasta puntos donde nunca nadie imaginó y hoy están rebasados
Los Chapitos ya son requeridos con mayor interés en Estados Unidos y, en México, ni siquiera se han activado procesos penales por lo que hicieron en el Culiacanazo. Por lo pronto, saben que pueden usar su poder nuevamente, pues ya están en otro nivel de peligrosidad desde que lograron vencer al gobierno para rescatar al Ratón.
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