En México existen algunos monumentos y obras arquitectónicas muy peculiares que, con el paso del tiempo, se han vuelto icónicas para ciertos lugares. Tal es el caso, por ejemplo, del Ángel de la Independencia, monumento mandado a hacer por el expresidente Porfirio Díaz para conmemorar el centenario de la Independencia de México.
Otro de los grandes monumentos que representan mucho para el país, es el Monumento a la Revolución. Este en realidad sería la cúpula de un nuevo Palacio Legislativo que se comenzó a construir también durante el Porfiriato. Sin embargo, debido al inicio de la Revolución Mexicana, no se concluyó dicho recinto, y se decidió dejarlo como monumento.
Uno más de los emblemáticos monumentos que hay en el país, e icónicos, son las Torres de Satélite, estas figuras de colores azul, rojo y amarillo que se encuentran al poniente de la capital, ya en el Estado de México.
Las Torres de Satélite se construyeron en 1957, con el fin de marcar la entrada a una nueva Ciudad, del todo autónoma, que se ubicaría fuera de la capital mexicana. Ciudad Satélite fue el nombre de este proyecto dirigido por el arquitecto Mario Pani, quien concibió tal empresa como la primera de una red de ciudades similares alrededor de la gran capital.
Pani invitó al arquitecto tapatío Luis Barragán para proyectar una plaza monumental que sirviera como puerta de entrada a esa nueva urbe. A su vez, Barragán llamó a su colaborador Mathias Goeritz, con quien ya había trabajado en proyectos afines, aunque de menor escala, en dos ocasiones. Goeritz, quien provenía de Europa, se había establecido en Guadalajara, la capital del estado de Jalisco, en 1949, y a principio de los años 50´s Barragán lo conoció y lo invitó a diseñar una escultura para la entrada del fraccionamiento Jardines del Pedregal.
Se trata de El Animal del Pedregal, hecho en 1951, que se convirtió rápidamente en un símbolo distintivo de la zona. Los autores hicieron mancuerna de nueva cuenta en el desarrollo Jardines del Bosque en Guadalajara (1957). Estas colaboraciones, entre otras, son evidencia de una empresa compartida en que los proyectos de ambos autores se identificaban y que se conoce a través de lo que Goeritz publicitó en el Manifiesto de 1954 como arquitecto emocional, ejemplificada con su Museo Experimental El Eco (1952).
Esta arquitectura se situó de manera crítica ante el estilo internacional que privilegiaba la funcionalidad respecto a cualquier otra consideración. En oposición a ello, el proyecto compartido de Goeritz y Barragán juzgaba que lo más importante en la arquitectura no es la función, sino provocar emoción.
Además de inscribirse en el proyecto de la arquitectura emocional, la discusión de las Torres de Satélite no debe perder de vista su contexto original, es decir, el umbral de una nueva ciudad totalmente moderna. Más que esto, para Pani Ciudad Sarélite contaba con un carácter anticipatorio que la hacía, de hecho, una ciudad del futuro.
Las intenciones urbanísticas de los proyectos de Pani se remontan a su propuesta relativa al crucero Insurgentes-Reforma, que parte del concurso convocado en 1944 por el periódico Excélsior para realizar un monumento a la madre.
Las Torres fueron resultado del trabajo colaborativo entre Mathias Goeritz, el arquitecto Luis Barragán, y el pintor Chucho Reyes Ferreira, quienes empezaron esta obra a petición del arquitecto Mario Pani.
Inspirados por las Torres medievales de Gimignano en Italia, estos cinco monumentos tienen el propósito de jugar con la percepción de quien los vea, es por ello que algunos investigadores las consideran como arquitectura emocional, que hace referencia a edificaciones provocadoras a través de grandes volúmenes y gamas tonales que se pierden en el paisaje urbano.
Uno de los planes era el de la construcción de siete edificaciones, con alturas de hasta 200 metros, pero debido a la falta de presupuesto, sólo se construyeron cinco que no rebasan de los 60 metros. El resultado fueron cinco cuerpos en forma de prisma, sin techo y huecos. Al momento de decidir el color, la idea original de Goeritz era pintarlas en diferentes tonos de naranja, para que así evocaran el ocaso, pero fue persuadido por varios constructores y empresarios para que se pintaran de diferentes colores. En un principio los colores fueron blanco, amarillo y ocre, pero conforme pasaron los años fueron cambiando de color.
En 1968, Goeritz defendió el plan original de pintarlas de naranja, mientras que en 1989, en el periodo de restauración de las torres de satélite, el mismo escultor definió los colores definitivos como blanco, amarillo, rojo y azul.
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