México tiene una historia muy extensa. A lo largo de ella, el país ha vivido de todo, tanto glorias como fracasos. Algunos de los capítulos más sombríos que ha vivido México han sido las invasiones extranjeras. Desde la llegada de los españoles, en 1519, al territorio que ahora se conoce como México, y que dos años después culminaría con la Conquista de México, que duraría 300 años.
Luego de esta, hubieron otras intervenciones, y una de estas concluyó en el Segundo Imperio de México, a cargo de Maximiliano de Habsburgo y su esposa, Carlota de Bélgica. Este segundo imperio se dio por la negativa de México de pagar la deuda externa del país, pues poco antes había terminado la Guerra de los Tres Años, también conocida como Guerra de Reforma, por lo que se encontraba en bancarrota.
Este imperio inició en 1864 y duró tres años únicamente, hasta 1867, cuando el emperador fue fusilado en el Cerro de las Campanas, ubicado en el estado de Querétaro.
La etapa del imperio de Maximiliano fue una etapa en la que se procuró que la vida en el país mejorara, pues la mayoría de las personas vivían en la pobreza y eran analfabetas. Además, la sociedad estaba muy dolida, pues tenía poco que en México se había llevado a cabo la Guerra de Reforma.
Fue el 28 de mayo de 1864 cuando Maximiliano y su esposa Carlota de Bélgica llegaron al puerto de Veracruz, en la fragata Novara, la misma que, sin saberlo, pocos años después regresarían a Maximiliano a Europa, pero sin vida. El emperador aceptó el trono imperial engañado por los enemigos del entonces presidente Benito Juárez, del bando conservador. Maximiliano recibió la noticia de que todo el pueblo de México estaría orgulloso y feliz de recibirlo en el país, algo que era mentira.
A pesar de los consejos de su familia, llegó a tierras mexicanas, decidido a realizar cambios de fondo en el país. Se enamoró de sus paisajes, su cultura, y en un inicio fue arropado por la alta sociedad de la época, pero sus ilusiones, poco a poco se fueron quebrando.
Maximiliano de Habsburgo fue fusilado durante las primeras horas del 19 de junio de 1867 por órdenes del presidente Benito Juárez. Al lado del emperador murieron sus dos generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía, que eran del bando conservador.
Se dice que antes de morir, Maximiliano exclamó las siguientes palabras: “Moriré por una causa justa, la libertad y la independencia de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria ¡Viva México!”.
Minutos después se recogerían los tres cadáveres llenos de sangre, y se les conduciría de regreso al convento de Capuchinas, en donde fueron tendidos en las losas de una sala baja. La multitud que presenció el fusilamiento se alejó triste y silenciosa, y las tropas volvieron a sus cuarteles.
El emperador, en total, recibió cinco impactos de bala en su cuerpo, distribuidos entre el pecho, el abdomen y un tiro de gracia que recibió en el corazón. Al caer sin vida, Maximiliano se golpeó la frente, lo que le dejó una visible lesión. El cuerpo real fue envuelto en una sábana y depositado en un ataúd esa misma mañana.
El cuerpo del emperador fue preparado por el médico Vicente Licea. Conforme pasaron los días, la adquisición de algún objeto que hubiese tenido contacto con el cadáver se convirtió en un tesoro de gran valor. Se cuenta que durante los siete días que duró el embalsamamiento, se vio a las sirvientes de las damas queretanas entrar al convento de Capuchinas a entregarle al doctor Licea lienzos y pañuelos para humedecerlos con la sangre de Maximiliano.
Con un malogrado embalsamamiento, el cadáver real abandonó Querétaro y su peregrinar rumbo a la Ciudad de México duró 214 días, en los que aquél cuerpo sin vida vivió de todo. Se dice que eran tiempos de lluvias, y al cruzar el arroyo de San Sebastián, el carro se volcó dejando al cadáver totalmente empapado, lo que sumado al pésimo embalsamamiento, el cuerpo llegó ennegrecido y convertido en un completo desastre. El cadáver se estaba pudriendo.
Juárez al ver el resultado del cuerpo, pidió un nuevo embalsamamiento, que fue realizado por los médicos Agustín Andrade, Rafael Ramiro Montaño y Felipe Buenrostro. El cadáver permaneció un tiempo en el Templo de San Andrés, cuando llegó un comisionado por la Casa de Austria para recoger sus restos.
El Templo de San Andrés, donde se llevó a cabo el segundo embalsamamiento de Maximiliano de Habsburgo, se encontraba en donde hoy está el Museo Nacional de Arte, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
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