El pasado lunes 19 de septiembre, de nueva cuenta, se vivió un sismo con magnitud mayor a 7.0. Y es que, según primeros reportes, el sismo habría sido de 6.8, sin embargo, se corrigió la intensidad y se reportó que habría superado los 7.0, siendo de 7.7.
Este habría sido el tercer sismo fuerte en registrado un 19 de septiembre. El primero ocurrió en el año 1985, que habría sido de 8.1; el segundo se registró en 2017, y fue de 7.1.
En el caso del sismo de este lunes, el epicentro se originó en el estado de Michoacán, al sur de Coalcomán, e impactó por lo menos a cinco entidades del país. Según la información más reciente confirmada por el Gobierno Federal, este lunes murieron dos personas a causa del temblor, ambas en el estado de Colima.
En ese mismo estado se registró la réplica de mayor magnitud, que fue de 5.8, en punto de las 3:17 horas de este martes 20 de septiembre, la cual se originó a 70 kilómetros al sureste de Tecomán. Además, hasta las primeras horas de la mañana de este martes se han registrado, en total, 629 réplicas.
Los sismos son hechos que no se pueden predecir, así lo han explicado especialistas, por lo que estos hechos, registrados el mismo día de diferentes años, han sido casualidad.
A lo largo de la historia de México, se han vivido muchos temblores de gran magnitud. Sin embargo, en cada etapa de la historia se han vivido diferente, dependiendo del contexto cultural, social y hasta religioso.
En la época prehispánica, las culturas mesoamericanas tenían ciertas creencias que les hacía pensar que los sismos tenían una razón muy peculiar. En los Anales de Tlatelolco, la relación histórica más antigua en lengua náhuatl, aparece la primera descripción de un terremoto en México. Este se describe en el año 1455: “[…] hubo también terremoto y la tierra se agrietó y las chinampas se derrumbaron; y la gente se alquilaba a otra a causa del hambre”.
El autor o autora de aquellas líneas no aporta más información, ni qué tan fuerte fue, ni si personas murieron. Apenas se sabe que las chinampas se derrumbaron.
La ciudad de Tenochtitlan, que fungía como capital del imperio mexica, se encontraba sobre chinampas, islotes de piedra, tierra y cañas. El imperio construyó su capital en mitad de una red de lagos y las chinampas fueron la solución a tanta agua.
Los aztecas las utilizaban para cultivar y las combinaban con bancales, formando una gran red de canales y parcelas. Parece ser que el sismo de 1455 fue tan fuerte que dejó la ciudad hecha un caos. A 567 años de ese hecho, las únicas chinampas que quedan, en Xochimilco, al sur de la capital, son apenas el decorado de los canales que sirven para navegar en las famosas trajineras.
Los sismos menos documentados fueron los que sucedieron en la época prehispánica, pues no hay información escrita. Y la información que hay, que viene de los códices, no es muy rica. También los escritos de frailes, soldados o cronistas que registraban, entre otras cosas, los temblores de la época prehispánica o los primeros años de la colonia.
Una de las crónicas más completas que existen sobre la reacción de los mexicas ante los sismos, es la de Bernardino de Sahagún, misionero franciscano considerado el máximo investigador de todo lo que incluye la cultura nahua: “Cuando tiembla la tierra, rociaban con agua todas sus alhajas, tomando el agua en la boca y soplándola sobre ellas, y también por los postes y umbrales de las puertas y de la casa; decían que si no hacían esto, que el temblor llevaría aquellas casas consigo; y los que no hacían esto eran reprendidos por los otros; y luego que comenzaba a temblar la tierra comenzaban a dar gritos; dándose con las manos en las bocas, para que todos advirtiesen que temblaba la tierra. Luego tomaban a sus niños con ambas manos, por las sienes, y los levantaban en alto; decían que si no hacían aquello que no crecerían y que los llevaría el temblor consigo”.
Los antiguos habitantes de México registraban los sismos en códices sobre papel amate, papel de maguey o tiras de piel. Dibujaban glifos, signos gráficos, equivalente a la escritura. En concreto, usaban dos: el glifo que expresaba la temporalidad y el glifo temblor de tierra.
Este último, el glifo temblor de tierra, se forma con el glifo ollin, que significa movimiento, y el glifo tlalli, que significa tierra. El primero se representa con un círculo alrededor del cual aparecen cuatro aspas de colores, que dan idea de movimiento. De esta manera, tlalli asociado con ollin, forman tlalollin, que significa movimiento de la tierra: terremoto.
Los mexicas no medían los sismos, ni sabían que su origen estaba en el movimiento de las placas tectónicas. En cambio, suponían que el sol y otros cuerpos celestes caminaban bajo la tierra conforme se hacía de día o de noche. Quizá por eso explicaban que un temblor no era más que el tropiezo terrestre, un tropiezo de la tierra con el sol, cuando el astro se escondía por el horizonte.
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